“Aquí las diferencias se dirimen en el debate, pero con respeto por la convivencia”
Gerardo Sotelo, director de medios públicos de Uruguay, dice que en su país no hay espacio para los extremos. Un diálogo a fondo sobre la convivencia política, la estabilidad económica y la legalización del cannabis como política de salud. Por Marcelo Taborda
“Uruguay es un país que está en un camino de desarrollo a su estilo. Sin demasiado apuro, pero dando pasos bastante sostenidos desde hace décadas. Quizá esa sea una característica que los sucesivos partidos en el gobierno no han tocado y una de las claves que explican el desarrollo en este tiempo. Es un país que se ha beneficiado de algunas coyunturas regionales, pero ha propuesto cambios sustantivos. Por ejemplo, se benefició de la salida de capitales vinculados a la producción agropecuaria de Argentina, pero al mismo tiempo los recibió con una estabilidad macroeconómica y jurídica, y ofreciendo un contexto relativamente pacífico, por lo menos respecto de otros del continente”.
Las definiciones pertenecen a Gerardo Sotelo, periodista de vasta trayectoria y quien hoy dirige los medios públicos de Uruguay como presidente del Servicio de Comunicación Audiovisual Nacional.
Desde Montevideo, Sotelo dialogó con Redacción Mayo sobre algunas de las razones que han convertido a su país en un ponderado modelo regional. “Hay procesos que en Uruguay empezaron en el último cuarto del siglo XIX. La creación de un sistema de escuelas públicas, gratuitas, laicas y obligatorias, es algo que para Uruguay es considerado como la segunda independencia, o la primera”, afirmó.
“Aquí se dio una sociedad laica pero que incluyó a personas con formación religiosa y eso es una singularidad en una época donde la llegada de inmigrantes cambió el paisaje humano, social, productivo y cultural del país hace 120 ó 140 años”, explicó Gerardo, mate en mano, del otro lado de la pantalla del Meet.
“En Uruguay, las guerras civiles o enfrentamientos armados que caracterizaron a algunas naciones latinoamericanas se terminaron hace 115 años y hubo, de algún modo, un pacto con base en el respeto a la Constitución y a la ley. Por eso se creía en los años ’70 que en Uruguay no iba a haber golpe de Estado. Ese fue el fin del sueño de la ‘Suiza de América’, que empieza a fin de los años ’50, con la crisis económica derivada del fin del ciclo de la sustitución de importaciones. De algún modo, el Uruguay se terminó de dar la cabeza contra la pared con el golpe del ’73”, explicó el periodista y actual funcionario.
-¿Qué vino después del golpe?
-Fue una década y media de crisis económica, problemas sociales, degradación de los valores democráticos, confrontaciones políticas violentas, guerrilla, militares, denuncias de torturas, desapariciones; toda la secuencia que se vivió en otros países de América… A veces, uno evoca lo que fue la dictadura y la posdictadura y me da la sensación de que Uruguay, a diferencia de otros países, aprendió la lección. La posdictadura marca enfrentamientos políticos signados por el respeto a la ley, la utilización de herramientas constitucionales. Hay una renuncia por parte de los liderazgos a cualquier forma o justificación de violencia, aún de violencia verbal en contiendas políticas y sociales. Es decir, el sentido del límite a la libertad que caracteriza a toda sociedad pacífica.
-Pero las diferencias subsisten…
-En ese clima de aceptación del otro y de que las diferencias se dirimen en el debate público, pero con respeto de la convivencia. Eso caracteriza al Uruguay y, también, un rechazo a todo tipo de aventurerismo ideológico o político, ya sea el neoliberalismo o la revolución. En el Uruguay no hay extremos. Aún un liderazgo como el que tuvo el más izquierdista de sus presidentes, José Mujica, fue un gobierno basado en la ley, en el respeto. Lo mismo se puede decir del gobierno más neolibera,l si se quiere, en la época en que el neoliberalismo estaba de moda, que fue el de Luis Lacalle Herrera, padre del actual presidente. Es un ambiente de centro, que gira un poco hacia la izquierda y un poco a la derecha. Para algunos, es un país de cambios lentos y quizá sea una pauta que tengamos que rever, aunque tal vez en esa prudencia se cuece parte de su personalidad y de su éxito relativo.
-Uruguay se adelantó en la región en la legalización del cannabis, ¿lo vieron como negocio o fue política sanitaria?
-Fue en el marco de una política de salud y para evitar la represión contra los consumidores. Fue una solución, porque la venta sigue siendo ilegal y el cultivo también, salvo que estés autorizado. Es un sistema estricto, donde los consumidores se tienen que registrar, como también los productores. Si estás registrado vas y comprás el cannabis en algunas farmacias. No es el país de la marihuana libre. Si venís de afuera no tenés manera de comprar marihuana, salvo que estés registrado o algún amigo o amiga, que estén registrados, vayan y te compren; pero si te compran para vos se quedan sin su parte. El tema fue enfocado como política de salud, entendiendo que finalmente la gente iba a consumir marihuana, como consume otro tipo de sustancias psicotrópicas, y que era mucho más ventajoso generar un marco legal antes que perseguirla inútilmente.
-Igualmente fue una apuesta fuerte…
-La legalización fue una jugada muy valiente y muy audaz del gobierno de Mujica, porque lo hizo con todo en contra. Más allá de las simpatías populares que podía despertar en el mundo, fue un proceso extremadamente difícil y lo sigue siendo. Paradójicamente, el actual presidente (Luis Lacalle Pou) fue el primero que intentó presentar un proyecto, que no tenía las mismas características pero iba en el mismo sentido. Él era diputado y quizá no hubiera contado con el apoyo de su propio partido.
-¿La legalización repercutió en lo económico? ¿Uruguay es hoy la “Meca” del turismo cannábico o una suerte de Ámsterdam rioplatense?
-No. Esa es una leyenda. Vienen turistas y no tienen manera de conseguir cannabis, salvo que tengan alguien conocido registrado que se los compre.
-Hablemos de convivencia política, ¿por dónde pasa ese “milagro”, o no es tan así últimamente?
-En términos relativos, pensamos que en Uruguay se está instalando la grieta. Si vienen de Argentina y ven la convivencia que tenemos, piensan que esto es una gran confraternidad o gran parroquia. Claro que, en el continente más desigual del mundo, este es el país más igualitario. Si fuera un país escandinavo, sería el peor de la clase. En el continente más violento, es el país de menor violencia. Si estuviera entre Dinamarca, Noruega y Suecia, sería una vergüenza; pero vivimos donde vivimos y somos quienes somos. No sé cómo se da la convivencia, pero seguro que no es un milagro. En el Uruguay hubo violencia política de parte de particulares, organizaciones guerrilleras, del Estado, las fuerzas armadas y otros actores políticos e institucionales. Pero es un país donde una organización guerrillera pasó años para tomar la decisión de matar a alguien y ello le costó carísimo en términos de reputación. Un país donde los militares, después de estar años en el poder absoluto, convocaron a un referéndum, lo perdieron, reconocieron la derrota y se dividieron porque algunos dijeron que había que entregar el poder. No lo hicieron, porque prevalecieron los que quisieron quedarse, pero se entró en una etapa de transición. Y yo insisto en el papel de los procesos de concepción igualitarista que arrancan a fines del siglo XIX. Existió una legislación social muy avanzada para el continente hace más de 100 años: ley de 8 horas, divorcio de la mujer por su sola voluntad, políticas de protección a la infancia, todo esto en el primer cuarto del siglo XX. Eso construyó una sociedad relativamente igualitaria y el crecimiento económico permitió fortalecer una clase media, que suele ser un gran amortiguador social.
-¿Por qué no crece la cantidad de habitantes?
-Uruguay, respecto de la población, tiene un patrón de comportamiento que es de país desarrollado. Los demógrafos no se hacen mucho drama. Uno dice: ¡Uh, la tasa de reproducción no alcanza para sustituir a los que mueren! Y bueno, tendremos problemas para sostener los sistemas de seguridad social, pero están llegando miles de venezolanos, cubanos, peruano. Vienen inmigrantes con otro tipo de comportamiento y tienen más hijos, como hace 100 ó 120 años, nuestros abuelos se encargaron de trabajar y procrear.
-Llegaron también argentinos…
-Sí, lo que pasa que la inmigración argentina no es la típica que viene a buscar trabajo. Lo que se dio con Argentina es que vino población de clase media-alta y alta. Alguna se afincó en Colonia, algo en Montevideo, pero sobre todo en la zona de Punta del Este y Maldonado. Es gente que presumo que vive de rentas y no vino a agarrar el pico y la pala o la azada para trabajar la tierra y que si cambia la situación en Argentina se volverá. No sé si está cuantificado pero pueden ser miles de personas. Lo ves porque proliferan los colegios privados. Si hay cuatro, cinco o seis colegios privados, tiene que haber miles de inmigrantes. Maldonado y Punta del Este tienen claro desde hace décadas que, literalmente, viven de los argentinos. Punta del Este es el mayor balneario argentino. Lo crearon, lo construyeron y lo disfrutan los argentinos. Son los dueños y han generado miles de puestos de trabajo, riqueza y, además, conviven sin problemas, más allá de la rivalidad rioplatense.
-El secreto y la protección bancarios, en tiempos de “Pandora papers”, ¿aún seducen al oeste del Río de la Plata?
-No es lo que era hace 20 ó 30 años. Los controles ahora son muy exigentes y hay otros destinos tanto o más seguros que Uruguay para los capitales provenientes de Argentina. Lo que pasa es que Uruguay está al lado y vos no te podés ir a vivir a Delaware; por lo menos no con la facilidad con la que venís a vivir a Uruguay.
-Como periodista y responsable de medios, ¿es posible evitar grietas o no caer en el influjo de las que llamás las “cloacas sociales”?
-Fui tuitero y estuve en las redes sociales siendo periodista, desde algún lugar que hoy me lamento. Me dejé arrastrar por esa especie de espiral adictiva de las redes. Pero otra singularidad del Estado uruguayo es que tiene una concepción amplia del sentido de la laicidad. El Estado no sólo que no profesa religión, no pertenece a familia alguna, tampoco es de partido alguno, ni siquiera del partido del gobierno. Esta es hoy una trinchera desde la que luchar para mantener a los medios públicos lejos de cualquier utilización propagandística. En la prensa pasa lo que en Argentina alguien llamó “la Patria panelista”. Eso se está extendiendo en el Uruguay y está habiendo cosas que antes eran inimaginables. La lógica del panel es una lógica de confrontación. Claro que si comparás a los paneles de acá con los paneles argentinos, los uruguayos serían como una misa de réquiem.