Los peces del Paraná
Viajar a Rosario siempre es un placer. La ciudad, aunque se la puede considerar joven en comparación con Córdoba o Santa Fe, está plagada de historia. Y claro, se halla recostada sobre el canal principal del Paraná, el mayor de los ríos argentinos. La presencia del gran río en la vida de Rosario es profunda, permanente, arrolladora. La ciudad está, exactamente, donde la pampa húmeda se topa con el Litoral fluvial. Esta urbe no sería lo que es sin su puerto, sin las islas cercanas, sin ese confín barroso y extenso que fluye hacia el mar.
Desde hace tres años, a los múltiples atractivos de esta vibrante ciudad, se sumó uno nuevo, diferente. Y ligado, como no podía ser de otra manera, a su río. Es el Acuario del Río Paraná, ubicado en el barrio de Arroyito, a pocos metros del estadio de Rosario Central. Una construcción baja y alargada, de hormigón, ubicada entre la costanera Carrasco y la costa del río. Curiosamente, la habilitación de un acuario no despertó mayores resistencias, a pesar de que se trata de una instalación en la cual, en definitiva, existen animales en cautiverio. Nacen, viven y mueren allí dentro, para que los visitantes los vean. Es un tipo especial de zoológico, por lo tanto. En tren de especular, es posible pensar que los seres humanos no nos sentimos, quizás, tan cerca de los peces como sí lo hacemos de mamíferos y aves. No experimentamos una empatía tan marcada con estas criaturas, evolutivamente más alejadas de nosotros y que viven en un ambiente -el agua- que amamos, pero que nos resulta hostil. No nos ponemos en su lugar ni imaginamos su sufrimiento.
Más allá de estas consideraciones, es necesario decir que el Acuario del Río Paraná impacta. E impacta positivamente. Su sala de exposición, el corazón del centro, responde al concepto de caja negra. Es un recinto rectangular con luz general muy tenue, piso oscuro y sin detalles, en el que resaltan en forma escenográfica los grandes estanques iluminados. Los estanques y sus protagonistas, en permanente movimiento: los peces del Paraná. Recorrerlo es una oportunidad única para verlos en detalle, porque las aguas de los estanques son claras y transparentes. En su hábitat natural, las aguas cargadas de sedimento que arrastra el río, solo podemos adivinar la presencia de los peces por un toque furtivo o una aleta que sale fuera del agua. En cambio, en el acuario es fácil apreciar en detalle, entre otros, ejemplares de dos especies diferentes de surubíes, asentados plácidamente sobre el fondo. O bien, observar el desplazamiento vigoroso de los dorados, el nado sincronizado de un cardumen de pacúes, el patrullaje de las carnívoras palometas, o la exploración de los curiosos patíes, con sus extraños “bigotes” sensitivos.
Un párrafo especial merecen las rayas negras, que a pesar de su nombre tienen el lomo pardo con círculos más claros. Nadan ondulando su cuerpo, de forma hipnótica. Habitualmente se desplazan cerca del fondo, pero en ocasiones suben o bajan casi adheridas al vidrio de los estanques. Muestran sin timidez, en esas oportunidades, su vientre claro, se boca y las hendiduras de sus branquias.
El Acuario del Río Paraná no es solo un centro recreativo y educativo, sino también un importante laboratorio de investigación sobre los ecosistemas de este enrome curso de agua.
Para los habitantes del Litoral, visitarlo es una forma diferente de entrar en contacto estrecho con una parte importante de su vida cotidiana. Para quienes vivimos en zonas mediterráneas y áridas o semi-áridas, es una oportunidad para asomarnos a un mundo completamente diferente y fascinante. Un mundo fluido, habitualmente oculto. Y ciertamente, vale la pena.