Malvinas: fueron a buscar chatarra al Atlántico Sur y terminaron prisioneros del Ejército Británico
En “Desembarco en las Georgias” (Paidós) Felipe Celesia reconstruye con minucia la excéntrica aventura comercial de un grupo de argentinos en los días previos a la “recuperación” de Malvinas, el 2 de abril de 1982. Para Celesia, la presencia de los chatarreros y el izamiento de una bandera fueron dos hechos que precipitaron la guerra.
Constantino, un emperador oscuro
-Usted tiene que ir. En las Georgias hay un montón de material.
No sólo su nombre, Constantino Davidoff, daba idea de un carácter expansivo, una vaga intención imperial legada en el bautismo. Aunque el periodista y escritor Felipe Celesia lo describa como un “hombre pequeño”, subraya inmediatamente su temple: "decidido". Constantino, un empresario aventurero de Avellaneda, mostraba particular interés en hacer el trabajo que otros desechaban. El trabajo sucio.
Antes de lanzarse a la empresa de desguazar la infraestructura de la industria ballenera en las islas Georgias, Davidoff había amasado fortuna levantando el tendido de la telefonía, que pasaría en los años setenta progresivamente hacia los satélites, dejando obsoletos los cables que dormían en el lecho oceánico, cerca de las costas de Argentina, Uruguay, Brasil, cien, doscientos metros bajo el agua.
La misión, cartas navales mediante, consistía en ubicar los tendidos, engancharlos, llevarlos a la superficie. Finalmente trozarlos para luego vender, en Buenos Aires, sus materiales al peso. Quizá por ese tipo de epopeyas logísticas, cualquier proyecto le resultaba posible. Al fin y al cabo todo contiene una técnica. De lo que se trata es de dominarla.
-Usted tiene que ir. En las Georgias hay un montón de material.
La frase resonó en Constantino, posiblemente porque Georgia era el nombre de su madre, una inmigrante griega. Escuchó la recomendación por parte de uno de sus empleados, un contramaestre, quien ya había estado en la isla Tule (Sandwich del Sur). El hombre le describió a Davidoff las antiguas estaciones balleneras, casi todas de origen noruego.
Las Georgias, abandonadas primero por los noruegos y después por Dios, fueron en su momento la capital mundial de la caza de ballenas. A fines de 1912, ocho factorías tensaban al máximo las bondades de los cetáceos: combustibles, aceites, químicos, pieles, fertilizantes. Calcula Celesia: se faenaron más de 175 mil ballenas en seis décadas de intensa actividad, 9 millones de toneladas de materia prima.
A principios de la década del sesenta, cuando la cantidad de ballenas comenzó a ser crítica, pero principalmente porque el aceite derivado de ellas perdió valor de mercado (la economía mundial se volcó sobre otros fósiles) la industria se tornó inviable. Para 1965 no quedaba prácticamente nada, a excepción de hierros y metales.
El paisaje de las Georgias transmitía una desidia general, la desolación que cubre los lugares que el hombre parece haber habitado para luego abandonar por completo.
Como monumentos de otras religiones, quedaron los artefactos. Las ollas metálicas donde drenaban el aceite, los muelles ferrosos, los utensilios de acero. Grytviken, una de las aldea-industria que los chatarreros de Davidoff debían desmantelar, significa, en noruego, “Bahía de las ollas”.
La de Davidoff era una idea demencial: desguazar pequeñas aldeas de metal, volver a cruzar la hostilidad del Atlántico Sur, descargar los materiales en la Argentina. Davidoff había especulado una ganancia de 30 millones de dólares por toda la operación. Con este número logró convencer a financistas y tripulantes y salir, por fin, a la mar. Pero surgirían los problemas. ¿Ocultaba algo Constantino Davidoff?
A 40 años del desembarco de los chatarreros en las islas, ocurrido el 17 de marzo de 1982, este medio conversó con Felipe Celesia para tocar algunos puntos del complejo prólogo de la guerra de Malvinas.
-La historia plantea la idea de que la incursión de los metalúrgicos argentinos en las Georgias y el izamiento de la bandera celeste y blanca fueron hechos que Londres leyó como una invasión de manual. Lo extraordinario es que uno podría pensar que esta situación fue inducida por ambos gobiernos, en el caso del argentino una dictadura cívico-militar, que atravesaban momentos críticos. ¿Hasta qué punto los servicios de inteligencia de ambos países no vieron en la excursión de Davidoff el salto justo para terminar con algo que ya se estaba produciendo desde mucho antes?
Celesia- El incidente fue más favorable a los británicos porque pudieron sobreactuar la reacción ante la presencia de los argentinos para tomar la iniciativa a nivel diplomático, empezar a mover su maquinaria bélica y reclamar apoyo social para lo que sabían que se avecinaba por informes de inteligencia: la reconquista por parte de los militares argentinos de las Malvinas. Para la Junta Militar, por el contrario, el episodio complicó la “Operación Rosario”. Los militares argentinos pretendían, para su utopía de ocupar y luego negociar, que las aguas se mantuvieran lo más calmas posible. Georgias produjo el efecto contrario porque los británicos lo aprovecharon a su favor.
También lograron acertar el primer golpe de la pelea: mucho antes de que comenzaran los enfrentamientos en Malvinas, en las Georgias unos pocos marines británicos derribaron un helicóptero, mataron tres argentinos y casi hunden una corbeta.
Celesia se refiere al ataque sufrido por la corbeta Guerrico y el helicóptero Puma. Los “Alfa” argentinos tenían la orden de evitar el desalojo de los chatarreros; los 23 marines británicos, que los esperaban en Grytviken, tenían la orden de repeler cualquier desembarco militar: murieron tres soldados y la corbeta sufrió grandes daños. Fueron los primeros disparos de lo que luego sería la guerra de Malvinas.
El banderín de River
“Muchachos, vamos a estar un tiempo largo, somos argentinos, pongan la bandera argentina”. Sin ceremonia, dejaron de lado el banderín de River que uno de los chatarreros había llevado y elevaron la bandera en las Georgias del Sur. El capitán del buque les había regalado el estandarte después de un discurso de corte patriótico.
-Cifrás en ese izamiento una picardía del capitán y cierta ingenuidad por parte de los civiles. Descartado el banderín de River, el oficial sugiere izar la bandera de la Argentina. Es impactante pensar que algo tan micro pueda producir algo espectacular, el choque bélico entre dos naciones en pleno siglo XX. ¿Qué piensan hoy los extrabajadores sobre la idea de que ellos con ese gesto pudieron haber desatado la guerra?
Celesia- Ninguno de los trabajadores se reprocha nada de lo que hizo en la isla. El izamiento de la bandera, que es cierto que fue una picardía patriotera del capitán del buque que los llevó, para ellos fue un gesto doméstico, casi familiar, y tuvo el mismo valor que si hubieran levantado el banderín de River porque no había ninguna intención más que hacer de la estación ballenera un lugar acogedor. Se dijo que cantaron el himno y que enrostraron la bandera a los científicos británicos que habitaban las Georgias, pero es todo falso y fue manipulado para fundamentar la idea de una invasión que nunca ocurrió.
-Estructuraste el texto alrededor de los registros y sensaciones de tres trabajadores y un conscripto. Sin la inestabilidad de la memoria, estos documentos reflejan cómo fueron vividas esas horas. ¿Cuáles fueron los mayores temores, las desconfianzas que advertiste cuando leías los registros? ¿Qué tan conscientes eran acerca de la trama en la que estaban inmersos?
Celesia- El temor que tenían todos era quedar en medio de una guerra y entre los trabajadores el miedo se incrementaba porque los habían colocado como los provocadores del conflicto. Todo esto antes del 2 de abril. Después de la recuperación de las Malvinas y de las Georgias, tuvieron un momento de tranquilidad porque sintieron que los militares argentinos dominaban el conflicto pero rápidamente eso se transformó en una preocupación enorme porque a ninguno escapaba que habría una respuesta contundente de uno de los países militarmente más poderosos del mundo. En los diarios y registros se ve cómo la preocupación va en ascenso a medida que pasan los días y el conflicto armado se acerca. También se ve la resignación de haber quedado presos de poderes que los excedían.
-A principios de marzo los representantes en ONU de Bolivia, Costa Rica, Cuba, Rusia y Nicaragua apoyaron los derechos soberanos argentinos sobre las Islas Malvinas. Después del apogeo de la industria ballenera, hoy la zona es explotada -pesca, petróleo- y su lugar en el globo es altamente estratégico. ¿Qué impresiones políticas e históricas te asaltaron en estos años de investigación sobre la cuestión Malvinas?
Celesia- Siempre tuve la sensación de que las Malvinas no se van a recuperar con esfuerzos diplomáticos sino cambiando la relación de fuerza económica o militar respecto del Reino Unido. La aventura de la Junta demostró que por la fuerza estamos muy lejos de poder reconquistarlas. La diferencia entre unas fuerzas armadas pobre y otra rica se ve muy claramente en el episodio de las Georgias. Las islas del Atlántico Sur en poder británico son un resabio colonial, de eso no hay duda. Ahora bien, sin una estrategia a largo plazo y pegándonos tiros en los pies como en el 82´, nunca volveremos a tener el control territorial. Si bien la Armada Argentina en las Georgias hizo todo mal, previamente y desde principios del siglo pasado venía trabajando a conciencia para ampliar la presencia argentina en las islas, aprovechando la cercanía y el anhelo colectivo de reconquistarlas. La “Operación Alfa”, comandada por el genocida Alfredo Astiz, que se solapó con el viaje de los trabajadores, se generó en esa línea: ocupaciones de facto. La irrealidad de suponer que podíamos desembarcar masivamente en las islas sin que hubiera consecuencias por una posterior voluntad negociadora, arruinó la ocupación silenciosa que se venía probando con buenos resultados.
-Es inquietante la presencia de Astiz en las Georgias. Después de infiltrarse entre las Madres de Plaza de Mayo, marcarlas con un beso, participar de los vuelos de la muerte, hace de las suyas en las islas del Atlántico Sur. Contaste que la anécdota extendida de que “Astiz se rindió sin tirar un solo tiro” fue un disparador de la investigación. Se muestra como alguien sumamente hábil, afable, un militar que comparte espacio con los trabajadores y canta las canciones de Spinetta que suenan en la guitarra. ¿Cuál es el perfil que modificaste o completaste luego de leer las cosas que escribían sobre él en caliente?
Celesia- Sinceramente no conocía esa condición de encantador de serpientes de Astiz. Tenía la referencia de que se había ganado la confianza de las Madres que después secuestró, pero eso podía ser por la calidad humana y la solidaridad de ellas, no por mérito de él. Pero con el testimonio de los trabajadores quedó claro que podía seducir a discreción, como buen agente de inteligencia que era. El verdadero Astiz fue surgiendo cuando las cosas se pusieron difíciles en las Georgias y el conflicto con los británicos aparecía como inexorable. Ahí ya no fue ni tan simpático, ni tan encantador y el coraje y condición de guerrero superlativo que se adjudicaba se fue desvaneciendo. Al final terminó explicándose a sí mismo y al resto que no había otra que rendirse. La verdad es que el marino despiadado con sus compatriotas civiles, cuando tuvo la oportunidad de mostrar su valor en igualdad de condiciones se acobardó, dicho por sus propios compañeros de armas. Es probable que eso le pese más que las tres cadenas perpetuas que le dio la justicia.