René Favaloro, un médico rural: la carta de despedida y un disparo al corazón
Este 12 de julio, el cirujano argentino cumpliría 100 años. Antes de su suicidio, a sus 77 años, escribió siete cartas, una de ellas para que sea pública.
"No hay que endiosarse", dijo alguna vez en una entrevista René Favaloro. Es que los halagos, las condecoraciones y títulos honorarios internacionales formaban parte de su rutina, sin embargo, la modestia era una de las características del cardiocirujano platense que este 12 de julio del 2023 cumpliría 100 años.
De familia humilde (su padre era ebanista y su madre costurera), Favaloro hizo la secundaria en el Colegio Nacional de La Plata a finales de la década del 30 y esa experiencia fue la puerta de entrada a un mundo nuevo. El mundo del conocimiento y de la militancia, un pasaporte al intercambio con otras clases sociales y otros intereses.
En el Colegio obtuvo también su primer trabajo remunerado, como celador. Ese cargo fue oficializado por Alfredo Palacios, histórico dirigente del Partido Socialista, por entonces rector de la Universidad de La Plata.
Luego del Nacional, Favaloro arrancó la carrera de Medicina en 1942 y obtuvo su diploma en julio de 1949. En esos años reforzó su vocación de servicio, su militancia estudiantil y su amor por Gimnasia y Esgrima de La Plata.
Su primera experiencia como médico pudo haber sido en el prestigioso Hospital San Martín de la Plata, pero para acceder al cargo tenía que firmar una adhesión al gobierno peronista. Su destino terminó siendo una humilde sala médica en un pueblito en las afueras de La Plata, en Magdalena.
A los 26 años se mudó a Jacinto Aráuz, La Pampa, "donde aprendí el profundo sentido social de la vida": fue médico rural durante 12 años.
Allí trabajó sin descanso, atendiendo a todos por igual, sin distinción de raza, religión o situación económica. Su tarea además fue la de educar y trabajar en la prevención. Iba casa por casa enseñando cuestiones básicas pero necesarias, dialogando con docentes, parteras, comadronas, sin discriminar incluso a las curanderas. Todos ellos se encargarían de desperdigar esas enseñanzas, las que incidieron decisivamente, por ejemplo, para lograr una sensible baja de los índices de mortalidad infantil en la zona.
En su libro Recuerdos de un médico rural, el célebre cirujano argentino recordó: “Jacinto Aráuz tenía solamente unas diez manzanas desparramadas a lo largo de las vías. Es la primera población en territorio pampeano yendo por la ruta 35. Una zona difícil, donde todo había sido conseguido con esfuerzo. Servía para demostrar cómo el hombre, con esfuerzo, puede desarrollarse y contribuir al engrandecimiento de nuestra patria”.
En Cleveland se especializó en cirugías cardíacas, paso previo al desarrollo de la técnica que lo convertiría en un profesional de altísimo prestigio. Como explica Morosi en su libro, "sistematizó el procedimiento para sortear la obstrucción de las arterias coronarias con el injerto de una vena tomada de una de las piernas del propio paciente".
Además de capacitarse, allí empezó a delinear el centro de asistencia que soñaba para la Argentina, algo que se convertiría en la Clínica y Fundación Favaloro.
El 29 de julio del año 2000, tras una prestigiosa carrera profesional, se quitó la vida disparándose de un tiro al corazón, en el baño de su departamento.
Antes de consumar esa decisión, escribió siete cartas, una de ellas para que se haga pública.
Hace 23 años, el responsable de la primera operación de bypass a nivel mundial, anunciaba estar "cansado de tanto luchar" y pedía ayuda económica para su fundación, a borde de la quiebra.
Favaloro, en su carta de despedida, hizo referencia a las supuestas prácticas de soborno de un funcionario porteño al frente del PAMI, Horacio Rodríguez Larreta, quien había sido designado para ese puesto por el entonces presidente Fernando De La Rúa, durante el gobierno de la Alianza en 1999.
En aquel momento, el equipo que dirigía Larreta (donde también se encontraba María Eugenia Vidal) desembarcaron en el PAMI estimando que podían ajustarse 360 millones de pesos/dólares, y en ese dinero, se contaban casi 2 millones de dólares de la deuda que la obra social de jubilados y pensionados tenía con la Fundación Favaloro.
La carta de Favaloro
“A mis queridos familiares y amigos:
Si se lee mi carta de renuncia a la Cleveland Clinic, está claro que mi regreso a la Argentina (después de haber alcanzado un lugar destacado en la cirugía cardiovascular) se debió a mi eterno compromiso con mi Patria. Nunca perdí mis raíces. Volví para trabajar en docencia, investigación y asistencia médica. La primera etapa en el Sanatorio Güemes demostró que inmediatamente organizamos la residencia en cardiología y cirugía cardiovascular, además de cursos de posgrado a todos los niveles.
Le dimos importancia también a la investigación clínica en donde participaron la mayoría de los miembros de nuestro grupo. En lo asistencial exigimos de entrada un número de camas para los indigentes. Así, cientos de pacientes fueron operados sin cargo alguno. La mayoría de nuestros pacientes provenían de las obras sociales. El sanatorio tenía contrato con las más importantes de aquel entonces.
La relación con el sanatorio fue muy clara: los honorarios, provinieran de donde provinieran, eran de nosotros; la internación, del sanatorio (sin duda la mayor tajada). Nosotros con los honorarios pagamos las residencias y las secretarias y nuestras entradas se distribuían entre los médicos proporcionalmente.
Nunca permití que se tocara un solo peso de los que no nos correspondían. A pesar de que los directores aseguraban que no había retornos, yo conocía que sí los había. De vez en cuando, a pedido de su director, saludaba a los sindicalistas de turno, que agradecían nuestro trabajo. Este era nuestro único contacto.
A mediados de la década de 1970, comenzamos a organizar la Fundación. Primero con la ayuda de la SDDRA, creamos el departamento de investigación básica que tanta satisfacción nos ha dado y luego la construcción del Instituto de Cardiología y Cirugía Cardiovascular. Cuando entró en funciones, redacté los diez mandamientos que debían sostenerse a rajatabla, basados en el lineamiento ético que siempre me ha acompañado.
La calidad de nuestro trabajo, basado en la tecnología incorporada más la tarea de los profesionales seleccionados hizo que no nos faltara trabajo, pero debimos luchar continuamente con la corrupción imperante en la medicina (parte de la tremenda corrupción que ha contaminado a nuestro país en todos los niveles sin límites de ninguna naturaleza).
Nos hemos negado sistemáticamente a quebrar los lineamientos éticos, como consecuencia, jamás dimos un solo peso de retorno. Así, obras sociales de envergadura no mandaron ni mandan sus pacientes al Instituto.
¡Lo que tendría que narrar de las innumerables entrevistas con los sindicalistas de turno! Manga de corruptos que viven a costa de los obreros y coimean fundamentalmente con el dinero de las obras sociales que corresponde a la atención médica.
Lo mismo ocurre con el PAMI. Esto lo pueden certificar los médicos de mi país que para sobrevivir deben aceptar participar del sistema implementado a lo largo y ancho de todo el país. Valga un solo ejemplo: el PAMI tiene una vieja deuda con nosotros (creo desde el año 94 o 95) de 1 900 000 pesos; la hubiéramos cobrado en 48 horas si hubiéramos aceptado los retornos que se nos pedían (como es lógico no a mí directamente).
Si hubiéramos aceptado las condiciones imperantes por la corrupción del sistema (que se ha ido incrementando en estos últimos años) deberíamos tener cien camas más. No daríamos abasto para atender toda la demanda.
El que quiera negar que todo esto es cierto que acepte que rija en la Argentina el principio fundamental de la libre elección del médico, que terminaría con los acomodados de turno. Lo mismo ocurre con los pacientes privados (incluyendo los de la medicina prepaga) el médico que envía a estos pacientes por el famoso ana-ana, sabe, espera, recibir una jugosa participación del cirujano.
¡Hace muchísimos años debo escuchar aquello de que Favaloro no opera más! ¿De dónde proviene este infundio? Muy simple: el paciente es estudiado. Conclusión, su cardiólogo le dice que debe ser operado. El paciente acepta y expresa sus deseos de que yo lo opere. “Pero ¿cómo?, ¿usted no sabe que Favaloro no opera hace tiempo?”. “Yo le voy a recomendar un cirujano de real valor, no se preocupe”. ¡El cirujano “de real valor” además de su capacidad profesional retornará al cardiólogo mandante un 50% de los honorarios!
Varios de esos pacientes han venido a mi consulta no obstante las “indicaciones” de su cardiólogo. “Doctor, ¿usted sigue operando?”, y una vez más debo explicar que sí, que lo sigo haciendo con el mismo entusiasmo y responsabilidad de siempre. Muchos de estos cardiólogos son de prestigio nacional e internacional. Concurren a los Congresos del American College o de la American Heart y entonces sí, allí me brindan toda clase de felicitaciones y abrazos cada vez que debo exponer alguna “lecture” de significación. Así ocurrió cuando la de Paul D. White lecture en Dallas, decenas de cardiólogos argentinos me abrazaron, algunos con lágrimas en los ojos. Pero aquí, vuelven a insertarse en el “sistema” y el dinero es lo que más les interesa.
La corrupción ha alcanzado niveles que nunca pensé presenciar. Instituciones de prestigio como el Instituto Cardiovascular Buenos Aires, con excelentes profesionales médicos, envían empleados bien entrenados que visitan a los médicos cardiólogos en sus consultorios. Allí les explican en detalle los mecanismos del retorno y los porcentajes que recibirán no solamente por la cirugía, los métodos de diagnóstico no invasivo (Holter echo, cámara y etc., etc.), los cateterismos, las angioplastias, etc. etc., están incluidos.
No es la única institución. Médicos de la Fundación me han mostrado las hojas que les dejan con todo muy bien explicado. ¡Llegado el caso, una vez el paciente operado, el mismo personal entrenado visitará nuevamente al cardiólogo, explicará en detalle “la operación económica” y entregará el sobre correspondiente!
La situación actual de la Fundación es desesperante, millones de pesos a cobrar de tarea realizada, incluyendo pacientes de alto riesgo que no podemos rechazar. Es fácil decir “no hay camas disponibles”.
Nuestro juramento médico lo impide.
Estos pacientes demandan un alto costo raramente reconocido por las obras sociales. A ello se agregan deudas por todos lados, las que corresponden a la construcción y equipamiento del ICyCC, los proveedores, la DGI, los bancos, los médicos con atrasos de varios meses. Todos nuestros proyectos tambalean y cada vez más todo se complica ana-ana.
En Estados Unidos, las grandes instituciones médicas, pueden realizar su tarea asistencial, la docencia y la investigación por las donaciones que reciben.
¡Las cinco facultades médicas más trascendentes reciben más de 100 millones de dólares cada una! Aquí, ni soñando.
Realicé gestiones en el BID que nos ayudó en la etapa inicial y luego publicitó en varias de sus publicaciones a nuestro instituto como uno de sus logros. Envié cuatro cartas a Enrique Iglesias, solicitando ayuda (¡tiran tanto dinero por la borda en esta Latinoamérica!), todavía estoy esperando alguna respuesta. Maneja miles de millones de dólares, pero para una institución que ha entrenado centenares de médicos desparramados por nuestro país y toda Latinoamérica, no hay respuesta.
¿Cómo se mide el valor social de nuestra tarea docente?
Es indudable que ser honesto, en esta sociedad corrupta tiene su precio. A la corta o a la larga te lo hacen pagar.
La mayoría del tiempo me siento solo. En aquella carta de renuncia a la C. Clinic, le decía al Dr. Effler que sabía de antemano que iba a tener que luchar y le recordaba que Don Quijote era español. Sin duda la lucha ha sido muy desigual.
El proyecto de la Fundación tambalea y empieza a resquebrajarse.
Hemos tenido varias reuniones, mis colaboradores más cercanos, algunos de ellos compañeros de lucha desde nuestro recordado Colegio Nacional de La Plata, me aconsejan que para salvar a la Fundación debemos incorporarnos al “sistema”.
Sí al retorno, sí al ana-ana.
“Pondremos gente a organizar todo”. Hay “especialistas” que saben cómo hacerlo. “Debés dar un paso al costado. Aclararemos que vos no sabés nada, que no estás enterado”.
“Debés comprenderlo si querés salvar a la Fundación”.
¡Quién va a creer que yo no estoy enterado!
En este momento y a esta edad terminar con los principios éticos que recibí de mis padres, mis maestros y profesores me resulta extremadamente difícil. No puedo cambiar, prefiero desaparecer.
Joaquín V. González escribió la lección de optimismo que se nos entregaba al recibirnos: “A mí no me ha derrotado nadie”. Yo no puedo decir lo mismo. A mí me ha derrotado esta sociedad corrupta que todo lo controla.
Estoy cansado de recibir homenajes y elogios al nivel internacional. Hace pocos días fui incluido en el grupo selecto de las leyendas del milenio en cirugía cardiovascular. El año pasado debí participar en varios países desde Suecia a la India escuchando siempre lo mismo. “¡La leyenda, la leyenda!”.
Quizá el pecado capital que he cometido, aquí en mi país, fue expresar siempre en voz alta mis sentimientos, mis críticas, insisto, en esta sociedad del privilegio, donde unos pocos gozan hasta el hartazgo, mientras la mayoría vive en la miseria y la desesperación. Todo esto no se perdona, por el contrario, se castiga.
Me consuela el haber atendido a mis pacientes sin distinción de ninguna naturaleza. Mis colaboradores saben de mi inclinación por los pobres, que viene de mis lejanos años en Jacinto Arauz. Estoy cansado de luchar y luchar, galopando contra el viento como decía Don Ata.
No puedo cambiar.
No ha sido una decisión fácil pero sí meditada.
No se hable de debilidad o valentía.
El cirujano vive con la muerte, es su compañera inseparable, con ella me voy de la mano. Solo espero no se haga de este acto una comedia. Al periodismo le pido que tenga un poco de piedad. Estoy tranquilo.
Alguna vez en un acto académico en USA se me presentó como a un hombre bueno que sigue siendo un médico rural. Perdónenme, pero creo, es cierto. Espero que me recuerden así.
En estos días he mandado cartas desesperadas a entidades nacionales, provinciales, empresarios, sin recibir respuesta.
En la Fundación ha comenzado a actuar un comité de crisis con asesoramiento externo. Ayer empezaron a producirse las primeras cesantías. Algunos, pocos, han sido colaboradores fieles y dedicados. El lunes no podría dar la cara.
A mi familia en particular a mis queridos sobrinos, a mis colaboradores, a mis amigos, recuerden que llegué a los 77 años. No aflojen, tienen la obligación de seguir luchando por lo menos hasta alcanzar la misma edad, que no es poco. Una vez más reitero la obligación de cremarme inmediatamente sin perder tiempo y tirar mis cenizas en los montes cercanos a Jacinto Arauz, allá en La Pampa.
Queda terminantemente prohibido realizar ceremonias religiosas o civiles.
Un abrazo a todos.
René Favaloro Julio 29-2000 – 14.30 horas.
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