Córdoba: las ruinas y vestigios que esconden la historia de los "pueblos blancos"
Diversas localidades del ámbito serrano de la provincia quedaron marcadas por una actividad que fue clave para las economías regionales y la construcción civil: la explotación del mármol o piedra caliza y su aprovechamiento para hacer cal viva. Canteras, hornos, túneles, zorras mineras o vagonetas, rieles y herramientas de un procedimiento que prácticamente quedó en la historia.
Una recorrida por distintas localidades de las sierras permiten encontrar este tipo de monumentos que hablan de una de las actividades mineras más emblemáticas de nuestro pasado: la explotación del mármol o piedra caliza, y la producción de cal viva.
Aunque estos espacios quedaron mayormente en desuso desde las últimas décadas, todavía algunos se conservan en excelente estado, incluso puestos en valor como sitios patrimoniales. Apenas un ejemplo, de gran valor por su estado, es el horno “El Caracol”, en Río Ceballos.
En particular, este fue el primero de su tipo en esa localidad de Sierras Chicas en la década de 1940. Y, se cerró en 1993, cuando la cal comenzó a comercializarse el producto desde San Juan.
Sin embargo, hay múltiples de estos vestigios que hablan de ese pasado, incluso de mayor antigüedad; incluso del siglo XIX. Algunos fueron puestos en valor hasta la categoría de museo, como ocurre por ejemplo con el Museo de la Cal, situado en La Calera.
Históricamente, la explotación del mármol cordobés está sumamente vinculada a los procesos de colonización, con procedimientos que comenzaron por el siglo XVIII. Luego vino el aprovechamiento del material para la producción de la cal, que se volvió muy popular en los siglos XIX y XX como material “ligante”, y que fue fundamental para obras emblemáticas como el primer paredón del Dique San Roque, el dique Mal Paso o los tradicionales Arcos de Saldán, erigidos con robustas estructuras de piedra ligadas por cal.
“Los hornos funcionaban 24 horas al día durante los 365 días del año. El trabajo allí era duro y sacrificado. En cada jornada, había tres turnos continuos de 8 horas. Hoy en día, la mayor parte de la extracción de caliza y producción de cal tiene lugar en la provincia de San Juan. Y ya no se emplean hornos artesanales”, cita el divulgador científico Guillermo Goldes en un artículo publicado en este medio.
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Lo cierto es que un paulatino cambio en los usos y procesos constructivos, con la irrupción del cemento portland, fueron alterando la popularidad de la cal viva en muchas obras y motivaron el paulatino abandono de estos hornos cuyo uso significó por décadas la quema de enormes cantidades de leña, con las consecuencias ambientales que esto significaba.
También se fueron abandonando muchas canteras en las que fue popular la extracción de este tipo de piedra. Tal vez una de las más emblemáticas de ese pasado, por su actual popularidad, es la que funcionó donde ahora está la Laguna Azul, en La Calera. Pero hay muchas más. Muchas excavaciones se llenaron de agua dando lugar lagunas artificiales que generaron llamativos paisajes.
Qué es la cal viva, cómo y de dónde se extraía la materia prima para su fabricación
El Doctor en Ciencias Geológicas e investigador del Conicet, Edgardo Baldo, explica la utilidad y las características que tuvo la cal viva en nuestra historia y de qué modo se obtenía.
Para su producción, Baldo cuenta que "primero se partía el mármol o piedra caliza extraída de las canteras y luego se llevaba ese material molido o en bloques a los hornos”. En estos sitios, “se calentaba la piedra a altas temperaturas, aproximadamente a unos 1.200 grados, sometiéndolas a un proceso de desgasificación, liberando principalmente dióxido de carbono (CO2) y dejando un residuo sólido denominado cal viva (CaO)”. “Ese es entonces el producto que se obtenía como resultado y que era de gran utilidad para la construcción”, describió.
“Esa cal viva, cuando se le agrega agua, lo que se conoce como -apagar la cal-, se transforma en un hidróxido de calcio que es lo que se usa después para mezclar con el cemento o la arena y para aprovecharlo como material ligante”, explica Baldo.
De este modo, recuerda cómo en las obras de construcción se solía usar un recipiente o tacho, o bien, se cavaba un pozo donde se realizaba el apagado de la cales con agua, lo que provocaba una reacción química con importante liberación de calor (reacción exotérmica), que era capaz de provocar quemaduras. De ahí viene aquella histórica advertencia sobre los riesgos de manipular la cal viva.
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Para calentar los hornos en los que se producía la cal se usaban grandes cantidades de leña, remarca Baldo, provocando un fuerte compromiso ambiental por varios motivos: el uso excesivo de troncos y árboles completos que eran quemados, el impacto negativo de los residuos de la combustión que se generaba y la decantación de un polvillo blanco que luego quedaba sobre la superficie, incluso en zonas pobladas donde algunos de estos hornos funcionaban, con las respectivas consecuencias para la salud de los habitantes y la vida cotidiana.
“Producto de esta actividad, se generaba una película blanquecina en todos lados, de ahí viene el apodo de los “pueblos blancos”, porque terminaba todo teñido de blanco”, remarcó.
Aunque algunos asocian esta denominación con el color del mármol y a la postal blanquecina de las canteras donde la piedra caliza se explotaba, Baldo precisa que el nombre de “pueblos blancos” era adoptado primordialmente para referenciar a aquel fenómeno del polvo que cubría calles, plantas, vehículos y viviendas, dejando una película blanca del “residuo” de aquella combustión.
Mientras tanto, aunque la producción de cal por desgasificación en hornos evolucionó drásticamente hacia técnicas mucho más amigables con el ambiente, Baldo reconoce que en algunos lugares el procedimiento clásico se usaba hasta hace poco. En tal sentido, citó como ejemplo las famosas canteras y hornos de Quilpo, en el Departamento Cruz del Eje.
“La producción de cal en la zona de Quilpo finalizó en 2017. Hasta entonces, se siguió usando leña para calentar el horno y produciendo contaminación de polvo al pueblo de Quilpo, el último de los pueblos blancos de Córdoba. Como evidencia de esta actividad, “ahí están las canteras y el horno donde se quemaba el mármol para producir la cal”, recordó.
El profesional reconoce que el cierre de aquel espacio se vincula con ciertas presiones ambientales por el uso intensivo de leña proveniente del bosque serrano y los efectos antes explicados, circunstancia que se repitió en otras geografías a lo largo de la historia.
Al señalar esa zona en particular, recordó además que, entre otros, fueron emblemas de la explotación de este mármol localidades como La Calera, Dumesnil, Malagueño y Yocsina. En esos sitios abundan los vestigios y ruinas de los hornos. Además, reconoció que hoy por hoy, en el territorio de la provincia, hay también muchas canteras que quedaron en desuso como tales, como es el caso de la ya citada Laguna Azul.
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Una roca emblemática que tiene una gran historia en la provincia de Córdoba
Baldo cuenta que el mármol o piedra caliza, de la que se produce la cal viva guarda una profunda y significativa historia en nuestra provincia. “El mármol fue la primera piedra que se explotó y la explotaron primero los españoles”, señaló. “Es una roca que tiene su historia”, insiste, al recordar que obras como La Cañada y el Arco de Córdoba, entre muchas otras, se hicieron con estas piedras.
Justamente alrededor de estas canteras donde se extraía el mármol comenzaron a desarrollarse en el pasado los hornos de cal. “El horno se hacía por lo general no tan lejos de la cantera para evitar altos costos de transporte”, aclaró.
En un interesante artículo publicado en la especializada revista de divulgación científica CICTERRÁNEA, el propio Baldo aporta datos sobresalientes de la historia de la piedra caliza o, como él prefiere y recomienda mencionar correctamente, el mármol. Advierte que "ya en 1771 se lo explotaba de manera sistemática a consecuencia de la construcción del Calicanto de La Cañada realizado con cales y bloques de mármoles provenientes de la Calera y Río Ceballos”. Mientras que “en 1876 ya existía un emprendimiento privado para la fabricación de cales mediante hornos ubicados en los barrios de Alta Córdoba y Ferreyra de la ciudad de Córdoba".
Baldo remarca que desde aquellos años en adelante la explotación de ese recurso tuvo una importancia de alta relevancia para la economía provincial. Para dar cuenta de su magnitud, destaca que “en 1885 la localidad de Malagueño se transformó en un centro de explotación de caliza llegando a producir en 9 años 1.500.000 toneladas de cal”.
“El Dr. Bialet Massé construyó en la localidad del mismo nombre un gran horno con una capacidad de 2.000 kg. diarios de cal para abastecer la obra de murallón del Dique San Roque”, se cita en el artículo, para referenciar la importancia de este material para la edificación del primer paredón, construido entre 1886 y 1889.
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En tal sentido, recuerda la polémica y desenlace que marcó la historia de ese primer dique, estructura cuya estabilidad fuera puesta en dudas por los críticos que desconfiaban de la nobleza de los muros “ligados” con cal y piedra. Estructura que de hecho aún se mantiene en pie a poca distancia del nuevo paredón, y se sigue viendo cada vez que baja el nivel del lago San Roque.
Lo cierto es que pasados sus años de esplendor, como se dijo, el siglo XX significó un paulatino abandono, combinación o reemplazo de estos materiales. Sin embargo, el geólogo destaca que el mármol y sus derivados siguen teniendo grandes utilidades en la industria, dentro y fuera de la construcción.
“En la actualidad los mármoles, tanto cálcicos como dolomíticos, siguen siendo un recurso de interés y motivo de intensa explotación. Se los explota para la producción de cal y cementos, para la producción de piedra ornamental, como piedra partida para hormigones y para la industria del mosaico”, entre otros usos, concluyó.