Todo pasa, decía el mítico anillo que acompañó a Julio Grondona hasta su muerte. Pero Don Julio apenas era presidente de Arsenal de Sarandí cuando Roberto Ponce asumió en 1973 la jefatura de la barra de Belgrano. El fútbol por entonces era otro a tal punto que ni Joao Havelange había llegado a sentarse en el trono de la FIFA para vender su “producto fútbol” y dar inicio a la era de la globalización de la pelota. Aún faltaban tres años para que debutara un tal Diego Armando Maradona y cinco años para que Argentina sea campeona del mundo por primera vez.

Pero las vertiginosas aguas de la historia no solo arrasaron y cambiaron por completo a la pelota en esos 48 años de vigencia y liderazgo. En el mismo periodo pasó una dictadura, cuatro gobernadores provinciales y nueve presidentes democráticos. Hasta Córdoba cambió su fisonomía como metrópolis: la capital pasó de tener poco más de 800 mil habitantes a casi 1,8 millones de personas entre 1970 y 2021. Mientras todo pasaba, El Loco Tito seguía. Hasta el pasado 15 de noviembre cuando un escueto grupo de fieles concretaron el tan anunciado retiro.

Foto: La Voz

La extensísima trayectoria de “El viejo” al frente de la barra de Belgrano es parte de la historia de una vigencia que pocos pueden igualar en el mundo del fútbol y en cualquier otro ámbito. Esa larga carrera como máxima autoridad de la barra de uno de los clubes más importantes del fútbol cordobés, no tiene parangón a nivel nacional. ¿Cómo pudo sostener su autoridad mientras el mundo y la pelota cambiaban sustancialmente a lo largo de medio siglo? ¿Qué puede implicar su salida?

Las tensiones internas dentro de la barra quedaron expuestas en septiembre de este año. No es para menos. Una era acaba de finalizar y con ella un modo de organización que nació con influencias sindicales y peronista y que garantizó consensos internos durante 48 años. El final de Roberto Loco Tito Ponce puede ser el comienzo de un nuevo modo de ser barra en el fútbol de Córdoba.

Modo sesentista: unidad, organización e historia

El sociólogo y antropólogo cordobés Nicolás Cabrera ha dedicado sus estudios al fenómeno de la violencia en el fútbol y la cultura del aguante. Junto a otros referentes como Pablo Alabarces, autor de Crónicas del Aguante, viene desarrollando una visión mucho más profunda sobre la violencia en el fútbol.

Como parte de sus investigaciones, Cabrera ha observado desde adentro el funcionamiento de la barra de Belgrano en un trabajo etnográfico que lo llevó a reconstruir la historia oral que narra los orígenes de Los Piratas Celestes de Alberdi. Un origen que respiró la atmosfera social y política de los 60 y que dejó marcas que pueden explicar la vigencia del capo barra más extensa que se conozca.

La aparición de los torneos nacionales en la revolucionaria década del 60 llevó al fútbol a una nueva etapa: había que viajar por diferentes provincias para medirse con los grandes de cada región.

Los vínculos con la política y el movimiento obrero de la época le permitieron a Los Piratas acceder a la logística necesaria para hacerlo y comenzar a divulgar su primer mito: ser “la primera barra”, esa que fue pionera en seguir a su club por todo el país. Que fue testigo ocular del histórico Belgrano del ’68, primer equipo de Córdoba en competir en un campeonato Nacional de AFA.

Foto: Club Atlético Belgrano

Esas caravanas se cocinaron en el vapor de las discusiones políticas de una época marcada por la proscripción del peronismo y el alto voltaje sindical. “La vieja Unidad Básica Peronista de barrio Alberdi ubicada en Av. Colon y Enfermera Clermont era el punto de reunión de los piratas, antes y después de cada partido de Belgrano, acto partidario o viaje”, cuenta Cabrera en su artículo titulado “Una aproximación etnográfica sobre la hinchada de Belgrano: violencia, identidad y poder en “Los Piratas”. En ese grupo inicial de muchachones, Ponce llegó como familiar de un referente y fue parte hasta que se hizo de la conducción a mediados de los 70.

Esa coincidencia entre militancia peronista y sindical no solo se expresó en una esquina o en la accesibilidad a algunos colectivos para cumplir con el aguante en todas las canchas. “Su herencia sindical y peronista”, dice Cabrera, “opera en un plano organizativo y disciplinario que marca una clara diferencia con el resto de las facciones”. En esa diferencia se evidencia un modelo de conducción que trascendió a cualquier otro liderazgo en los tablones del fútbol nacional.

Según el sociólogo, aquella primera facción de Los Piratas Celestes de Alberdi adquirió en sus comienzos elementos propios de la doctrina peronista: estructura vertical y jerárquica, división del trabajo, fuerte lealtad al líder carismático y unidad entre compañeros. “Estas características son elementos constitutivos de un colectivo que hace de su unidad y su historia, su fuente de poder”.

Un líder carismático en el mundo del aguante

“Siempre hice lo mejor que pude para que estuviera bien la gente, los chicos, las mujeres embarazadas, todos en la cancha”, expresó Ponce en un video que difundió un día antes de su despedida. Lo dijo casi como quien intenta resaltar un legado: capacidad de lograr consensos y garantizar seguridad.

Con el paso del tiempo, Tito fue el Perón de los suyos, el Grondona de la Popular Pirata. Una figura que encarnó en sí mismo un modo de ser y hacer. Un líder carismático legitimado por la propia historia oral que se reproduce y lo presenta como un ejemplo a imitar. Un jefe que con su rango de histórico pudo y supo convencer a propios y extraños, puso el cuerpo al servicio de la causa, aplicó la violencia necesaria y garantizó la unidad entre las diferentes facciones que fueron naciendo con el tiempo.

Muchos hinchas comunes, que no pertenecen a la barra, reconocen que desde hace mucho tiempo ir a ver un partido de Belgrano es seguro. No obstante, la violencia ha estado presente en la historia de la barra pirata.

El propio Tito tiene la marca de dos balazos en su cuerpo producto de un enfrentamiento añejo con La 12. También fue condenado a un año de prisión en suspenso en 2013, acusado de encubrir a un barra que golpeó y mató en 1993 a un hincha de Boca que fue al viejo Chateau Carrera con sus dos hijos menores. 

Pero en el mundo del aguante, “pararse de manos” y no escaparle al enfrentamiento cuerpo a cuerpo es parte de la reafirmación de pertenencia y construcción de autoridad. Y si bien no ha faltado oportunidad, los conflictos externos e internos casi no han llegado a exteriorizarse en las gradas.

Foto: La Voz

En su investigación Cabrera señala que Tito no solo ha poseído una autoridad tradicional basada en su carácter “fundante” de la barra. También revistió un carácter carismático “ya que se lo considera el máximo exponente y portador de la cultura del aguante”.

Historia y carisma se retroalimentaron en un círculo virtuoso. Líder por historia e histórico por su forma de liderar. “(Tito) es representado como un ‘loco’ que ha ‘aguantado de todo’. Resiste al tiempo ya que con más de 60 años de edad –de ahí el mote de ‘el viejo’– sigue ‘bancandose’ rituales de la hinchada que exigen una gran vitalidad y energía física: los largos viajes, ‘el agite’ permanente para toda la puesta en escena de la hinchada, las negociaciones con la policía, dirigentes, jugadores, políticos y otras hinchadas y, obviamente, los esporádicos combates que involucran a la hinchada. También ha resistido todos los avatares institucionales y deportivos del club, como por ejemplo una quiebra y varios descensos de categorías. Pero lo más importante tal vez sea que él ha ‘aguantado todos los quilombos de la hinchada’ y los ha sorteado con éxito, él ha vivido personalmente todos los combates y enfrentamientos que ha tenido la hinchada de Belgrano y ha sobrevivido durante más de 40 años de liderazgo”, describe el sociólogo. Quizá por todo eso, Roberto Ponce se transformó en una institución de los tablones.

Organización y cohesión interna bajo la figura de un veterano "que vivió todas" como claves de la vigencia de un líder y su facción dentro de la tribuna celeste. Cómo miembro fundante, las reglas no escritas del ser barra se aprendieron y se transmitieron siendo fieles a su autoridad. Cualquier outsider que haya deseado disputar ese trono tuvo que cargar tarde o temprano con el estigma de ser un “sin código”.

Ese poder de representación lo posicionó como un garante del orden incluso para las autoridades que fueron desfilando por el club y por las diferentes áreas gubernamentales a cargo de la seguridad en las canchas.

Durante 48 años la vigencia de El Loco Tito y su facción histórica garantizó la posibilidad de arribar a diferentes consensos y a lograr una convivencia entre barras que, lejos de carecer de acciones violentas, dista de la realidad que se respira en otras provincias.

Un final y un comienzo

El capo barra más antiguo de la Argentina sorteó el tiempo con un estilo orgánico y carismático de conducción que se moldeó en sus orígenes sesentistas y se reprodujo bajo los códigos del aguante.

Poder leer la historia y el presente de las barras del fútbol argentino a través de la perspectiva de las investigaciones sociales que se han desarrollado en los últimos 20 años, nos pueden ofrecer una comprensión más amplia sobre un fenómeno que suele ser víctima de la simplificación en las páginas de crónicas policiales.

Desde esa perspectiva, es más fácil entender que el final de la jefatura de Roberto Ponce al frente de la barra de Belgrano significa todo un hito y abre un portal de posibilidades hacia el futuro de las tribunas locales. Las amenazas que recibió Ponce fueron una demostración de que algo nuevo está por comenzar.

Como contó el periodista Juan Fernández en Cba24n.com, los vínculos entre las líneas sucesoras piratas con líderes de otras hinchadas muestran un estilo distinto que posiblemente cambie el mapa y el funcionamiento de mundo de las barras en Córdoba. Una nueva escuela que se parece más al presente, con nuevos códigos y nuevos métodos. Un estilo diferente al del Loco Tito y sus Piratas Celestes de Alberdi.