Old Christians, el Club de los Rugbiers que ¡Viven!
Se cumplen 49 años que el vuelo 571 de la Fuerza Aérea Uruguaya se estrellaba con el plantel de rugby de esa institución. Fue el 13 de octubre de 1972.
Murieron 29 personas y sobrevivieron 16. Los sobrevivientes tienen un grupo de Whatsapp que se llama Cordillera y luce de foto de perfil el cerro El Sosneado, que los vigiló durante su estadía en la montaña.
Todos los 22 de diciembre los ex jugadores de rugby se encuentran a cenar en la casa de alguno. Pero, allá, en los Andes, cuando caía la tarde se metían dentro del avión para resguardarse del frío y del viento. Durante el día, los expedicionarios caminaban, los médicos cortaban carne y otros fabricaban agua ofreciéndole hielo al sol.
“A la noche rezábamos el rosario y después cada uno contaba su historia y hablaba de su familia. El que tenía ganas de contar, contaba. Pero también pensábamos mucho en comida, hablábamos de nuestras comidas favoritas. Nos íbamos apagando de a poco”
“A la noche rezábamos el rosario y después cada uno contaba su historia y hablaba de su familia. El que tenía ganas de contar, contaba. Pero también pensábamos mucho en comida, hablábamos de nuestras comidas favoritas. Nos íbamos apagando de a poco”, contó uno de los sobrevivientes a esta tragedia en la Cordillera de Los Andes.
Los sobrevivientes:
Gustavo Zerbino
Antonio Vizintin
Eduardo Strauch
Adolfo Strauch
Ramón Sabella
Fernando Parrado
Carlos Páez Rodríguez
Javier Methol
Alvaro Mangino
José Luis Inciarte
Roy Harley
Roberto Francois
Daniel Fernández
Alfredo Delgado
Roberto Canessa
Pedro Algorta
El club “Old Christians” de Carrasco
Se fundó para que los alumnos que terminasen sus estudios en el colegio “Stella Maris” de Montevideo, no abandonasen el Rugby, que era el deporte que se practicaba en esta escuela.
Con el correr de los años este deporte llegó a ser muy popular en Uruguay. El primer equipo de los “Old Christians” con emblema llegó a ser uno de los mejores del país. En 1968 ganaron el campeonato nacional de Uruguay, hazaña que se volvió a repetir dos años mas tarde. En 1971 decidieron enfrentarse a los equipos de Chile.
Para conseguir su propósito y que el viaje no les costase tan caro, contrataron un avión de la fuerza aérea uruguaya, que los llevaría a Santiago de Chile. Allí, los “Old Christians” ganaron un partido y perdieron otro, al mismo tiempo pasaron unas vacaciones en Chile y para muchos de los pasajeros era la primera vez que salían de su país.
Fue tan grande el éxito que al poco tiempo de haber llegado a Uruguay, empezaron a organizar la misma salida para el año entrante. Uno de los problemas fue completar las cuarenta plazas que la fuerza aérea ofrecía, cuantos menos asientos quedasen vacíos menos costaría el pasaje por persona.
El precio total de las plazas era de 1600 dólares, si se completaban todas, solo costaría unos cuarenta dólares por cabeza ida y vuelta. Se corrió la voz de que el viaje podría ser cancelado, pero por fin se llegaron a vender todas las plazas entre familiares, amigos y simpatizantes del equipo.
El jueves 12 de octubre de 1972, por la mañana, los pasajeros del avión Fairchild F-227
comenzaron a arribar al aeropuerto de Carrasco para emprender el segundo viaje de los “Old Christians” a Chile.
A las ocho y cinco el avión de la Fuerza Aérea Uruguaya, despegó del aeropuerto de Carrasco en dirección a Santiago de Chile, con cuarenta pasajeros y cinco tripulantes.
Roberto Canessa, uno de los sobrevivientes...su libro “TENÍA QUE SOBREVIVIR”
¿Por qué publicar un libro biográfico ahora, tantos años después del accidente de los Andes?
-“El libro no trata solo de lo que sucedió en 1972, sino fundamentalmente qué fue de mi vida después, o sea qué hice con mi vida con lo que me ocurrió, junto con mis amigos, cuando yo tenía 19 años, tras el accidente del Fairchild 571 en la cordillera de los Andes. Pero para poder escribir sobre lo que hice con mi vida, tenía que haberla vivido. No podía haberlo escrito, junto con Pablo (Vierci), hace 30, 20 o 10 años, sino ahora que tengo 64. Porque ahora puedo mirar hacia atrás y hacer una suerte de balance, y preguntarme qué consecuencias concretas, en mis hechos, en mi trabajo, tuvo aquello que viví cuando tenía 19 años de edad. Al fin y al cabo yo viví después más de 40 años, o sea el doble de lo que tenía en el 72”.
-¿Fue el desafío del libro?
“El desafío que le propuse a Pablo era escrutar en mi conciencia pero también en mi inconsciente, durante todo el tiempo que fuera necesario, y ese proceso nos llevó 10 años, para ver si podíamos descubrir las conexiones, si es que las había, entre lo que ocurrió en el 72 y lo que hice después”.
-¿La primera conexión?
“El compromiso. Porque cuando uno sobrevive a una experiencia como esa, asume un fuerte compromiso. Yo sentía, desde que regresé a Montevideo, el 28 de diciembre de 1972, que no podía darme el lujo de hacer una vida cualquiera, no podía dormirme en los laureles, porque muchas veces la sociedad te tira esa trampa y uno, si se distrae, puede caer. Tras una peripecia como aquella a veces la sociedad te quiere encasillar, sin darse cuenta, y por ejemplo tildarte de héroe. ¿Pero de qué héroe me hablaban si en la montaña nosotros éramos los seres más desgraciados y humillados del universo? Entonces me impuse la meta de que en todo caso el heroísmo se viera después, con mis actos, no con lo que había sucedido a mis 19 años. Que se viera con lo que uno hace tras esa tragedia disruptiva, que partió mi vida en dos”.
-¿Cómo era el compromiso?
“Primero era hablarles a los familiares de los muertos, recorrer sus casas, y contarles lo triste que había sido. Y luego llevar una vida digna, en honor a ellos, a los 29 que murieron. Yo siento siempre que no vine de la montaña con una mochila liviana, no es que me salvé y podía dedicarme graciosamente a disfrutar de la vida, sino que vine con una responsabilidad extra. Porque de lo contrario, ¿qué dirían esos amigos que quedaron en los Andes, cuyos cuerpos nos ayudaron a vivir, a ganar tiempo?, ¿cómo podría mirar a los ojos a sus familiares, a sus padres, sus hermanos, sus hijos, como los hermanos Nicola? Porque ellos me dirían: mirá este muchacho, que vivió gracias a mis padres, lo que hizo con su vida. Yo tenía la obligación de hacer una vida honesta, y una vida digna, y una vida digna, para mí, era que buena parte de ella la dedicara a los otros, y no había mejor manera que hacerlo a través de la medicina, que era la carrera que ya estudiaba en el 72”.
-El libro muestra que hay una verdadera analogía entre tu vida en la montaña y tu vida posterior, como médico. ¿Cómo lo explicas?
“La historia de los Andes es una sucesión de peripecias que tienen mucho de épico y mucho de fracasos, con un final feliz para 16 y trágico para 29, y ese es un pasado que no se puede cambiar. La historia se puede reinterpretar, pero no se puede cambiar. Pablo y yo podríamos haber hecho un libro solo sobre mi punto de vista de esa historia estática. Pero lo que nos resultaba más desafiante era el presente, el futuro, porque ese sí que se puede cambiar, y máxime en una disciplina como la cardiología pediátrica, el estudio de las cardiopatías congénitas, que cambia todos los días. Niños que hace 10, 20 años se morían, o sea que estaban desahuciados, tan desahuciados como estábamos nosotros en la montaña, ahora se pueden salvar.
Esta rama de la medicina cambia a una velocidad vertiginosa. En estos días estamos acompañando la evolución de un paciente mío que tenía un tumor cuando todavía estaba en el útero de la madre, se le sacó del vientre y se le operó, o sea ese niño ya nació con la cicatriz de una operación, y está evolucionando favorablemente, y lo seguimos y lo acompañamos con médicos de todo el mundo, porque son situaciones que antes eran inimaginables. Pero yo me acostumbré desde muy joven a impugnar el final preestablecido de la historia, de las historias, porque lo que nosotros hicimos fue justamente eso, cambiar lo que el destino nos tenía reservado, y por eso nos salvamos. Pues yo intento hacer lo mismo con estos niños, estos pacientitos, que son como nosotros en el 72, sobrevivientes”.
La historia del accidente de Los Andes fue contada en la película lamada ¡VIVEN!
El avión uruguayo, que llevaba 45 pasajeros a Chile, de los cuales muchos eran estudiantes y los jugadores del equipo de rugby, se estrelló en la Cordillera de los Andes.
Doce murieron a causa de la caída, los sobrevivientes a esta tuvieron que soportar entre otras cosas a la temible Cordillera, treinta grados bajo cero durante las noches y al hambre.
Trataron de resistir con las escasas reservas alimenticias que poseían, esperando ser rescatados, pero su esperanza cayó al enterarse por una radio, que se había abandonado la búsqueda.
Finalmente hartos de las bajísimas temperaturas, los amenazadores aludes, angustiados por la continua muerte de sus compañeros y la lenta espera del rescate, dos muchachos deciden cruzar las inmensas montañas para así llegar a Chile.
De esta manera es como el 22 de diciembre de 1972, después de haber estado durante 72 días aislados de todo, el mundo se entera que dieciséis habían vencido a la muerte en la Cordillera de los Andes.
Imágenes del Museo en Uruguay "Andes 1972"
La Televisión Pública y sus imágenes exclusivas emitidas en el 2020: