A 50 años de “Ciudad de guitarras callejeras” de Moris
Hace hoy justo medio siglo, cuando moría Perón y asumía Isabelita, y extendía sus garras la Triple A de López Rega, el trovador rockero más emblemático del primer rock argentino daba a conocer su segundo disco, posiblemente desparejo en su extensión, pero con momentos totalmente brillantes e inolvidables. Conviene conocerlo. O repasarlo.
Se cumplen 50 años de la publicación de Ciudad de guitarras callejeras, una colección de canciones escondidas en un disco del pionero Moris, que con tan poca obra al comienzo, y con una leyenda de trasnoches caminando, bares que no cerraban y canciones desgarradas y aullantes todo el día, hizo una leyenda indomable.
Hay rock, claro. Y qué es sino 40 millones . Y hay buen tango. De manera explícita –Querido amigo Pipo- y con ciertos maquillaje de canción rockera –El mendigo del Dock Sud-, casi como una conexión con la densidad industrial de Manal.
El disco es desparejo porque tiene temas no tan trascendentes y otros que son antológicos. Como el ezxtenso Muh<acho del taller y la oficina que luce como una obra sublime, desagarrada y cruda.
Dylanesca. En el asfalto de enero, comprando churros de acero. Pero estoy viendo cómo las luces se apagan y nos aplasta la guerra. Estoy viendo campos de concentración forzada, muchachos de 20 años sirviendo a la casta armada. Premonitoria también. Ocho años más tarde irían cientos de jóvenes a morir en Malvinas.
En esa canción está el Moris que atravesaba la ciudad con su formidable libreta de apuntes –Estoy en José León Suárez, hay volcadores y camiones Petinari , mujeres rojas salen de los bares, ferrocarriles transportando pueblos con calor- y el que deslizaba críticas a la sociedad Y al falso estrellato –tu ídolo recostado en la pileta, te regala la alegría de vivir- mientras el relator se para al lado del obrero gris y suburbial. Al que los jefes que te escupen y te usan.
Después de publicar este disco, que cantó mil veces en pequeños escenarios, Moris debió exiliarse como tanta otra gente. Se fue a Madrid en la segunda mitad ded los 70, como tanta otra gente. Y allí plasmó otra obra maestra, su tercer disco, Fiebre de vivir, el sucesor de 30 minutos de vida y del que hoy cumple 50 años.