Análisis de Cosquín y del folklore de hoy
Estas líneas, escritas por un periodista de una larga experiencia, proponen una mirada sobre lo que se escuchó y lo que se vio en Cosquín y en Jesús María también. Sirven, en todo caso, para abrir una discusión. Vamos subiendo la cuesta.
Primera precisión que es necesario dejar firme: el festival de Cosquín es, en realidad, un gran set de televisión con un escenario que tiene muchas luces y con público en las tribunas. Porque se supone que son miles y miles, muchos miles, los telespectadores en todo el país, y en realidad son solo ocho mil las butacas disponibles en la Plaza Próspero Molina contando las plateas y las tribunas. Ningún festival puede ser tan importante cuando sólo hay ocho mil espectadores, sobre todo entendiéndose que hay noches -buena parte, sino la mayoría- en que son muchos menos.
Y nobleza obliga: el festival de Jesús María pone a la venta más entradas que el de Cosquín -son 30 mil para el predio, casi todas populares; la platea más cara es mínima en cuanto a su capacidad-, pero no se puede ni se debe desconocer que buena parte del atractivo de ese encuentro son las jineteadas. No los artistas. En todo caso, los folkloristas son un número de relleno y el acto central… son los caballos.
Con todo eso en claro, no debe sino reconocerse, creo, que el festival de Cosquín y el de Jesús María son muy influyentes. Sobre todo el primero. Buena parte de la agenda de convocatoria del resto del verano y del resto del año, para los artistas y para el público, se dibuja con la repercusión que tienen esas programaciones en esos festivales.
¿Pero es verdad que Cosquín y Jesús María son el termómetro real que tiene la música de raíz folklórica en la Argentina? Eso es lo que podría ponerse en duda.
Es tal la confusión en todos lados y para todo el mundo que, como en el tango Cambalache, se sigue viendo la biblia junto al calefón, y no porque haya un cuestionamiento a la religiosidad y al libro sagrado... Están juntos en la fiesta los demagogos y los medidos, los conservadores y los progresistas, los artistas “arriba esas palmitas” y los artistas que eligen ser fieles a su origen, a su gente y a sus amores primeros, el público que paga su entrada por ir a ver a sus ídolos en persona después de haberse costeado un viaje que durante el año le terminará costando muchísimo, viviendo en esos días quién sabe adónde y cómo, y también aquel que se preocupa, más que nada, por agitar bien un cartelito para que lo tome a la pasada alguna cámara… por si algún vecino de su pueblo lo ve y se alegra de localizar gente conocida que llegó a estar ahí. Hay de todo.
Entonces, ¿sirve “evaluar” qué muestra cada año el festival?
Se puede, en todo caso, separar qué luce interesante y qué no tanto, siempre de acuerdo al gusto de cada uno, claro. Y no mucho más. Sí está claro que la pátina de belleza que le pone el paso del tiempo a las cosas, termina embelleciéndolo todo. Entonces quienes se enojaban hace 20 años con el suceso meloso de Los Nocheros se lamentan hoy de que el cuarteto se desarme, o se alegran porque este Jorge Rojas, que hoy luce sus primeras canas, se abrace con Raly Barrionuevo, que también tiene sus primeras canas, y que hace 20 años estaba muy lejos de los románticos cantándole al Che Guevara. Y vemos que Soledad, a fuerza de la notoriedad televisiva durante el año y de una cuidada estética, que incluye delgadez y buena ropa, pasó a ser una señora adorable, y apetitosa, la verdad, que antes si bien era muy agradable y seductora, lucía como una chiquilina gritona y saltarina. Y vemos que Abel Pintos, ya más cerca de un baladista latino que de un sucesor genuino de Raúl Carnota, es ahora alguien que bueno, ya es papá, cuánto ha crecido, y qué tierno que es, y qué bien canta todo, y además qué gran suceso tiene… aunque lo que haga sea lo mismo que canta, mejor o peor, en otros escenarios, gente como Ricardo Montaner o alguien de ese estilo.
Todo vale en Cosquín hoy. En Jesús María también.
Se recuerda, entonces, lo que cuenta Fiesta, la canción de Joan Manuel Serrat: por una noche se olvida que cada uno es cada quien. Por nueve noches, digamos.
Están juntos nobles y villanos, prohombres y gusanos. Todos se dan la mano sin importarles la facha.
Después nos quedamos los analistas viendo qué decir, y cada uno, artistas y público, emprende su retorno. La zorra pobre al portal, la zorra rica al rosal y el avaro a las divisas.
El año que viene se repetirá todo. Se encenderán las luces, funcionará el sonido, o no, se discutirá por qué se ha programado a tal o por qué no a cuál, se aplaudirá a quien sea, valioso o no, se debatirá si el verdadero festival es el encuentro en las calles o lo que se muestra por televisión, y habrá gente que intentará acercarse al menos a los conductores del festival para sacarse una foto. Lo mismo que pasó este año. Y el año anterior. Y hace cinco años. Lo mismo pasará dentro de diez.
Y este comentario, hecho en febrero de 2023 pero que se podría haber escrito hace 10 ó 20 años, se podrá actualizar con algún cambio sutil, y seguirá siendo vigente. Así es la vida.
El momento del encuentro de Raly Barrionuevo y Jorge Rojas en el Cosquín de este año: