Astor Piazzolla, más grande que todos…, a pesar de todo
El músico argentino más admirado en el mundo, o el Diego Maradona de la música universal, se podría decir, seguramente para gran disgusto suyo, es Astor Piazzolla. Un gran cabrón, dice el autor de esta nota, y a la vez, el más notable creador que dio este lugar del mundo. El más contradictorio también.
Astor Piazzolla era un gran cabrón. El insulto, quién lo sabe, le podría haber parecido simpático. O no. O dicho de otra forma, por un lado le habría gustado mucho, y por el otro no, nada. Y lo habría enojado. A la vez, nadie fue tan grande y tan talentoso como él. Qué creador supremo, qué luchador. Como un buen pescador de tiburones, que los saca del mar después de una fuerte porfía. Piazzolla, siendo tan argentino como el dulce de leche y el Obelisco de la avenida Corrientes de Buenos Aires, embistió nada menos que contra el tango, qué cosa, ¡y ganó!. Hoy el tango es él. Es Troilo, De Caro, Salgán y él, por supuesto. O dicho más directamente, ningún Cuadro de Honor podría no incluirlo.
Lo entrevisté una vez en su casa de la Avenida Del Libertador, enfrente del Hipódromo, donde vivía con Laura Escalada, su compañera. En realidad, fui medio colado de una cita que había hecho con él, y que había conseguido, qué campeón, Adrián Desiderato, compañero mío en la redacción del diario La Razón. Adrián era periodista y es un poeta mayor, que sólo por haber sido el autor del texto del tema Interrogatorio y allanamiento del duende de Alejandro del Prado, en el álbum Los locos de Buenos Aires (1985), ya tenía para mí el status de gran maestro. Esa tarde de mitad del año 86, Piazzolla habló encendido de varias cosas con Adrián, mientras yo escuchaba absorto, y terminó haciendo la charla conmigo, unas poquitas cosas sobre el rock argentino y sobre la banda sonora de la película El exilio de Gardel de Pino Solanas, que acababa de estrenarse y donde él puesto su firma.
Un tiempo después, en el comienzo del 88, se encendió una polémica -una de tantas alrededor de su figura- porque se decía que él había hablado mal del tango en una entrevista, y que incluso había denostado al bandoneón. Para qué, mamma mía. Aunque en ese tiempo no había fake news, habían circulado mil afirmaciones -deformadas la mayoría- de lo que decían que había dicho Piazzolla. Y en esas horas, fui uno de los periodistas que ligaron una carta suya defendiéndose. Está fechada en Punta del Este, donde solía pasar sus veranos.
En una vida tan extensa y tan intensa como la que tuvo, fueron pequeñísimas historias aquellas en las que estuve cerca suyo. Podría contar también, cómo no, que un alma buena me informó una vez, en 1981, que a tres o cuatro cuadras del Expreso Imaginario, la revista en la que escribía, ensayaba Piazzolla con su Quinteto, y así fui varias veces a Shams, de oyente, a la tardecita, donde lo vi trabajar como de entrecasa con sus enormes músicos. Eran ensayos medianamente abiertos, preparatorios para una gira por Europa. Por supuesto, nunca supo que había un periodista entre los diez o doce oyentes que se habían acercado a escucharlo. Después lo vi en Obras, pero esa ya fue otra cosa. Y no lo vi en el Colón, aunque cuánto me habría gustado.
También podría contar que El amor después del adiós, una nota que hice para Página/12 sobre él, a un año de su muerte, la tenía Dante Polimeni en su portafolios cuando murió, en San José de Costa Rica, y que sus hijos, en un gesto que siempre agradeceré, la pusieron en su féretro para que se fuera con él para siempre.
Decía aquella nota:
A pesar de tanta pena y tanto olvido, Astor Piazzolla sigue estando en Buenos Aires. “Como Gershwin en Nueva York”, concluye con razón Laura Escalada, la mujer que lo sobrevive, en el atardecer de este invierno porteño. Desde el ventanal del piso en Palermo que fue su casa se ve pasar la Avenida del Libertador, más acá o más allá del Hipódromo, según la mirada, y el living parece más inmenso que nunca porque está desierto. Sólo están las paredes blancas y el piso de madera sin muebles. Se anuncia mudanza.
En un alto del trabajo que ha sido mucho, cuando faltan horas para el día que es hoy, Laura se propone ser fuerte como siempre le gustó mostrarse y así habla y cuenta mil historias de su hombre. Pero en un momento se desarma y dice que se lo extraña y que su presencia es constante aunque parezca una locura, y que los recuerdos suelen llegarle sin pedir permiso, para bien y para mal.
Hay penas pero no olvido, dice la mujer rubia.
De la puerta para afuera, Piazzolla ha tenido un recuerdo sutil pero continuo en este año de soledad. Aunque éste sea el país de la desmemoria y en las radios casi no se lo escuche.
Hace algunas semanas, uno de los más notables herederos del autor de Adiós Nonino, el brasileño Egberto Gismonti, dedicó uno de los mejores momentos de su concierto a la memoria del maestro. El español Luis Eduardo Aute, en otro escenario y bajo otras luces, también hace poco se dio el gusto de entonar aquí su Con un beso por fusil que escribió, en forma de canción de amor, a Piazzolla y Atahualpa Yupanqui, las dos partidas inmensas del 92.
Más acá de la sutileza, pero también cerca del corazón, Alberto Cortez sintió el placer de escucharse en el mismísimo Teatro Colón, hace unos meses, con su homenaje La caja de los vientos, su metáfora para hablar del fueye de Piazzolla. “La tapa de la caja de los vientos / de golpe y sin aviso se ha cerrado / y es tal la conmoción que se ha quedado / sin alma la ciudad y sin acento”, dice la canción. Y hay otros tributos. Un compact que es el regreso al primer brillo, el pulso del subte a las siete de la tarde, un parquímetro en rojo. Eso es Piazzolla hoy, un año después.
Para conocer algo más de Astor Piazzolla, recomiendo con intensidad el documental Los años del tiburón de 2018 que anda por ahí, con el testimonio valiosísimo de su hijo Daniel, el papá de Pipi, baterista, que hoy es un destacado músico al frente de su proyecto Escalandrum. Y por sobre todo, recomiendo sus grabaciones, muchas de las cuales, las que quedaron en los archivos de los sellos RCA y Music Hall, tuve el alto honor de curar en los años recientes para que se hicieran las versiones definitivas, con remasterización a partir de las cintas analógicas originales y con buena cantidad de información, tal como lo merecía la calidad de lo sonoro registrado.