De cuando Edith Piaf presentó en París, en 1950, a Atahualpa Yupanqui
Lo que se cuenta, es pura verdad. Yupanqui, comunista perseguido por el primer peronismo, volvía a su primer viaje a la Europa roja y estaba bastante desencantado con lo que había visto y vivido, cuando pasó por París y allí, en el verano boreal de 1950, tocó por invitación de Edith Piaf. Tal cual. Así empezó su camino internacional
Lo que se dice en tono de leyenda es historia pura. Atahualpa Yupanqui comenzó su camino fuera de la Argentina en París, en 1950, con el apoyo de Edith Piaf, tal vez la mayor figura de la historia de la música popular de Francia.
La cuestión es que Yupanqui, por entonces declarado comunista, había conseguido salir de la Argentina, con el apoyo de su partido, y había hecho un viaje por la Europa que había detrás de la Cortina de Hierro, que le permitió conocer in situ cómo era el mundo que imaginaba, y luego pasó por Francia. Pero ya quería regresar a su país. Extrañaba.
Sus amigos y camaradas franceses, entre los cuales se contaban los poetas Louis Aragon y Paul Eluard, lo atendieron de maravillas en ese trance, camino al retorno. Lo llevaron a conocer el atelier de Henri Mattisse y a Pablo Picasso, e incluso le armaron una agenda social.
En su libro En nombre del folklore, la biografía más documentada que hay sobre Yupanqui, el historiador platense Sergio Pujol señala que Yupanqui ofreció unas pequeñas actuaciones en Francia en “ambientes proletarios” y que un día, luego de una de ellas, le llegó una invitación de Edith Piaf, ya una estrella, quien en ese momento tenía una relación afectiva con el joven Charles Aznavour, luego de haber sido amante de Ives Montand, y eso, según lo cuenta Pujol, fue algo sin espectacularidad: “Cuando Eluard le habló de Piaf, (Yupanqui) no sintió ninguna emoción, nada especial”.
Ella, dice Pujol, “era no era algo nuevo, sino más bien una gloria” y resalta que, como muchos sabían -Yupanqui no- “venía del pueblo llano”. Aunque estaba claro que su estilo, “apasionado y vertiginoso, contrataba fuertemente con el de Yupanqui y su imaginario”.
Adecuadamente, el escritor cita un tramo de La Gran Cité, uno de los emblemáticos temas que interpretaba Piaf: -Soy una criatura de la ciudad, útero de las fábricas donde los hombres bregan toda su vida sin descanso. Eso era algo lejano del perfil yupanquiano, que se asentaba fundamentalmente en el gran misterio del hombre en la naturaleza.
“De cualquier modo, cierto espíritu de reivindicación social los encontraba juntos”, dice Pujol, “más allá del temperamento y del repertorio”, y así fue como Piaf dijo estar dispuesta a compartir cartel con el argentino.
Eso fue. Lo demás parece ser pura fastuosidad de los relatos.
Ningún caballo blanco para este cruce de Los Andes.
Yupanqui le contó a su compañera Nenette, en una carta, algo sobre Piaf sin mucho entusiasmo. “Parece que ha hecho una carrera meteórica. Cantaba canciones francesas sin pena ni gloria, hasta que la descubrió un empresario inglés y le hizo una gran publicidad. Ahora se ha casado con un millonario francés, tiene palacio y yacht, petite hotel en la Riviere y es la artista más cara de Francia”, escribió.
No se debería descartar que ya había en él algo del sutil desprecio y la frialdad que mostraría años después con otros artistas extranjeros muy famosos e incluso con colegas suyos provenientes de su mismo país.
Decía en aquella carta, eso sí, que Piaf, de 42 años, era “democrática”.
Lo que estuvo bueno, resalta Pujol con acierto, es la repercusión del concierto conjunto, que había sido bien anunciado con un afichaje en todo París, donde se decía que “tout le monde voudra entendre les merveuillex chants de gauchos, les airs a danser et chansons indiennes d’Amerique du Sud y des Antilles”
Esa noche del encuentro, un jueves, Piaf hizo la apertura cantando en total 23 canciones, mucho más de las 12 previstas inicialmente, porque el público pidió más y más, y luego presentó, con entusiasmo, el número de cierre, Yupanqui.
El argentino, dice Pujol, hizo una decena de temas, entre los cuales se encontraba Basta ya, una “canción antiimperialista caribeña” que había incorporado hacía poco tiempo a su repertorio en vivo.
Ese tema, que luego Yupanqui olvidaría, como algunos otros de ese tiempo de izquierda, fue estrenado casi simultáneamente con su versión de Duerme negrito, otro tema de corte centroamericano, que era de autor anónimo y que quedó registrado como una recopilación formal suya.
Yupanqui contaría, tiempo después, que todo el dinero que se recaudó aquella noche de su concierto con Piaf, le fue cedido. Ella no se quedó con un centavo.
También fue muy aplaudido por un público parisino que fue, eso sí, burgués; no hubo proletariado en esa audiencia, según consigna Pujol en la biografía de Yupanqui.
Luego de ese concierto, Yupanqui regresó al país. Su camino en Francia y en toda Europa había comenzado y continuaría hasta su última noche, cuatro décadas después.