Gabo Ferro, un ser fuera de su tiempo
Nació el 6 de noviembre del 65 en el proletario barrio de Mataderos, Buenos Aires. Así que en esta primavera contaría sólo 58 años. Con mucho hecho -y muy bueno-, y mucho por delante por hacer aún. Pero la vida, esa lotería sin lógica alguna, cantó cero y de un saque desaparecieron todas las fichas, incluidas las suyas. Pero igual, cómo no celebrarlo
Ya en los 90, con su banda hardcore Porco, de rock duro, con letras y guitarras rabiosas, había demostrado que era un distinto.
No sorprendió a los pocos enterados de que en un concierto del grupo, dejara el micrófono en el suelo y abandonara la escena y la promisoria carrera de dos discos elogiados por la crítica, y se rodeara de silencio.
Aunque hubo quienes lo creyeran, eso no fue una de los pases de magia performática que solía hacer: el muchacho largó la música en serio. Pero no se quedó quieto.
Se dedicó a estudiar Historia. Se recibió y luego se doctoró, y después volvió a la música, donde hizo una formidable carrera en la música, ya sin tantas estridencias, en el mar tan inclusivo de la canción.
Hablo de Gabriel Fernando Ferro, vecino de Mataderos, poeta, historiador, cantante.
Artista.
Gabo vivió solo 54 años, de noviembre del 65 a octubre del 2020. El cáncer se lo llevó al silencio eterno y su obra en el futuro, si es que hay un futuro en este mundo, será valorizada adecuadamente.
Supe de él no enseguida, es verdad. Recién en 2005, cuando publicó su primer disco personal, Canciones que un hombre no debería cantar, reparé en su nombre.
Ni sabía quién era, pero -me parecía- qué bueno era lo que hacía.
Recuerdo que en esos días había escuchado mucho a Miguel Abuelo, siempre soñando con hacer algo que lo mostrara en la formidable dimensión que había tenido, y que de pronto apareció este muchacho que como nadie más lo había conseguido, estaba en el mismo altísimo nivel poético que Miguel.
Por eso lo busqué. Y así lo conocí.
Hablamos mucho esa primera vez en un bar porteño, no recuerdo dónde. Me dijo que todo bien con Miguel Abuelo, pero que a él sólo le interesaba hacer la propia. Lo entendí.
Y después nunca se lo dije, pero me hice hincha suyo. Celebré que en estos días de todo-imagen, siempre sobrevolando en la superficie, eligiera poner un texto en la portada de su disco Todo lo sólido se desvanece en el aire. Y que de a poco se fuera armando a su alrededor una cofradía de oyentes atentos.
El siempre amable Alexis Pignone lo trajo en 2018 para que presentara sus trabajos históricos en la Feria del Libro de Córdoba, y me convocó para que fuera su interlocutor. Cuánto lo agradezco.
Un día de la terrible primavera del 2020, en plena pandemia, supimos que había muerto. No parecía algo cierto, pero sí lo era.
Quedan sus canciones.
Que son casi siempre de amor. Amor a la vida.
Y su voz, siempre tan hermosa.
Quedó para siempre su música, siempre tan punzante, tan desde adentro.