Julio Cortázar y una historia en este mundo de cronopios y famas
Un viernes como hoy, Disco Pi cerró su emisión con un tributo al más grande escritor argentino que se marchó en silencio en París hace ya muchos años y que sin embargo hoy, sin que casi nos demos cuenta, sigue caminando las mismas calles que recorremos todos los días.
Ahora es la mañana y está lloviznando. Un día del verano del 83, también estaba lloviznando y al salir del subte línea B, el que va por debajo de la avenida Corrientes, lo vi. Estaba parado en la puerta de La Giralda, a unos pocos metros de la escalera de la estación Uruguay, que está después de haber pasado Callao cuando se va rumbo al Obelisco.
Sí, sí, era él. Alto, altísimo, muy delgado, con su barba desordenada, con sus anteojos enormes. Miraba cómo pasaban los autos y caía la lluvia lenta.
No me animé a decirle nada pero yo lo vi.
Fue tan fuerte la impresión que tuve al verlo tan de cerca, que pasé tres veces por el mismo lugar sin que él se diera cuenta. No le dije nada, ni lo saludé, porque qué iba a decirle. Cómo le iba a contar de todas las veces que sus palabras impresas en el papel de los libros me inspiraron para ver que había otro mundo, uno fantástico, y que éste no era el real, a fin de cuentas.
Julio Cortázar, nadie lo sabía, había venido a despedirse de Buenos Aires. Estuvo unos días en el país y después volvió a París, y unos días más tarde, murió.Yo lo vi.
Una mañana de viernes de hace ya varios años, pude cerrar Disco Pi con su palabra y su música.
Esto presenta hoy esta nota.
/
A quien nunca lo leyó le querría recomendar hoy que se le anime. Ya no son los años 60 del boom latinoamericana en el que brilló, pero aún es tiempo.
Yo me debo ir una mañana como la de hoy, con llovizna, al cementerio de Montparnasse, en Francia, donde está enterrado desde desde febrero del 84, bajo una lápida en la que se ve un cronopio.
Querría ir a dejarle una flor y a decirle gracias, ya que no me animé a hacerlo aquella mañana del fin del 83 en Buenos Aires.