Luca Prodan, de puño y letra
El artista ítalo-escocés que hoy tendría solo 70 años, pero que cortó sus cables con un diamante poco antes de la Navidad de 1987, cuando sólo tenía 34, cambió el rock de la Argentina en poco tiempo. Su primer tiempo en el país lo pasó en Córdoba. Y hoy se puede incluir un manuscrito en esta nota por una casualidad. Qué cosa la vida. Y la muerte
-Venite ni bien puedas, sacaron cosas del archivo y las van a tirar. Por ahí hay algo que te puede interesar.
La recepcionista de la editorial La Urraca, cuyo nombre no recuerdo, qué torpeza la mía, pero sí sus ojos, que eran hermosos, me llamó a mi casa de recién divorciado, que estaba a cuatro cuadras, y me dijo que fuera pronto al edificio donde los dos trabajábamos para revisar unas bolsas de fotos y papeles que habían estado en el archivo y que, por una cuestión de falta de espacio, tenían el triste destino de ir a la basura.
Así me encontré con esta joya que publico en esta nota, y que anteriormente sólo presté al Museo Histórico Nacional para una muestra de rock donde el gran atractivo sobre Luca Prodan era, claro, la valija que había traído en su viaje desde Europa con algo de ropa y unos discos. Ese verdadero tesoro lo había cedido su hermano Andrea, que vive en Nono.
A Luca lo vi varias veces en Buenos Aires.
Una vez en la parada del 24, casi en la puerta de mi casa. Corrientes al 4500, Almagro; digamos, unas cuadras más arriba del Abasto, su zona. Lucía como en la postal: anteojos de colores, sin vidrios pero con agujeritos, walkman, una remera vieja, joggings muy viejos, ojotas. Y no paré para hablar con él, seguí rumbo a la bajada del subte B, que estaba media cuadra más allá, casi en Angel Gallardo. Es probable que haya hecho bien.
Otra vez lo vi en Obras, en el primer concierto de los Ramones en Buenos Aires, en Obras. Delante nuestro, unos punks revoleaban por los aires a Fito Páez. Tampoco le dije ni una palabra, creo que hice bien en no abrir la boca.
También lo vi a media cuadra de Corrientes y Callao, él salía de una disquería creo, con la vista en la nada.
La vi una vez en La Falda, de madrugada, después de una noche del festival. Habrá sido en el 84 o en el 86. Estaba con otros integrantes de Sumo, se reían fuerte.
Cuando hoy me preguntan por qué nunca me paré a decirle algo, no tengo respuesta.
Le tengo mucho respeto a Luca.
Un día conocí en San Telmo a su hermano Andrea, re buena onda. A él volví a verlo mucho después, una tarde en Nono. Un capo.
A fines de los 80, la telefonista de La Urraca, amabilísima, me dijo que en esas bolsas que irían a la basura por ahí encontraba algo interesante.
Tenía razón. Aquí está.
Esa es la verdad sobre cómo llegó a mis manos el manuscrito de Luca con la letra de La rubia tarada, la canción de Sumo que originalmente se llamó Una noche en New York City.