Vivimos muy cerca en un momento. Un día de fines de los 80, creo, Ceci Davidek, amiga de años, divina, me dijo que Miguel, el gran Miguel Grinberg, alquilaba un departamento enfrente, justo enfrente, de donde yo vivía. Calle Chacabuco entre México y Chile, en San Telmo, Buenos Aires. Así que llegué a ser no solo discípulo sino también vecino suyo. Por eso lo crucé varias veces en la vereda. Sinceramente, no podía creer que ese monumento al periodismo fuera tan sencillo, tan amable, tan calmo. Hasta en eso aprendí de él.

Un día de 2008, mucho después de aquel tiempo, le propuse grabar una charla. Y aceptó.

Me recibió en su pequeño departamento que usaba como archivo y lugar de trabajo, en la avenida Belgrano casi Tacuarí, más o menos en la zona donde habíamos vivido unas dos décadas antes. Miguel siempre tuvo para conmigo un gesto de respeto. 

Yo soy, y fui, demasiado serio y formal como profesional del periodismo, lo sé. Entonces cuánto le agradezco que me haya tratado como un igual. No lo éramos, claro. El era un grande de verdad. 

Recuerdo haber leído sus crónicas en La Opinión, cuando ningún diario de actualidad, digamos, se dignaba a tener un cronista de rock. Algo que después fue totalmente habitual. 

Recuerdo sus notas suyas en distintas revistas cercanas al rock, donde por primera vez supe de una ciencia llamada ecología. En los 70, Miguel ya hablaba de los peligros del calentamiento global. 

Recuerdo también haber conseguido un ejemplar de Cómo vino la mano, el primer libro sobre rock que leí, y que fue inspiración directa para uno que años después hice, el de Tanguito. 

Miguel fue amigo de Spinetta, y hasta fue Elmo Lesto en los conciertos de Invisible. 

Y mucho más: alguna vez se carteó con Cortázar, había conocido a Thomas Merton y hablaba de la espiritualidad, hizo mil libros.

Miguel Grinberg. Foto: redes

Recuerdo que aquella vez que nos encontramos para grabar la charla, empezó hablando de la realidad planetaria que teníamos. La que hoy tenemos.

Ese tramo de nuestra charla está inédito, ahora y aquí pierde esa condición.

 Gustaba pasar el día rodeado de bibliotecas con libros y recortes, en un desorden colosal.

En medio de todo eso, tenía un pequeño escritorio y un par de sillas. Eso era todo.

Con mi gesto siempre formal, pensé aquel día más de una vez, que debía hacerse una película sobre él.

Afortunadamente se hizo y está muy bien. La dirigió Federico Rotstein. La recomiendo.

Se llama Satori Sur, por una cuestión que no revelaré aquí para no spoilear nada. 

Está, con acceso gratuito, en cine.ar, un sitio hermoso que quién sabe si conseguirá sobrevivir si llegan a gobernar los dinosaurios que tanta gente está votando.

Está en https://play.cine.ar/INCAA/produccion/6450

El trailer es éste.

SATORI SUR - Tráiler

Algo de lo que se ve en la película -no es todo, claro- está tomado en ese lugar de trabajo donde grabé la charla que aquí muestro.

Eso era Miguel.

Miguel Grinberg. Foto: redes

Recuerdo que aquel día en que nos encontramos a hablar, con un grabador encendido, me contó su maravilloso año 1964 en los Estados Unidos.

Pensé en ese momento: es para un libro.

Por fortuna, Miguel lo hizo.

Un día de hace algunos pocos años, en la librería de mi pueblo, Agua de Oro, conseguí un ejemplar.

Se llama Memoria de los ritos paralelos. Es un diario de su estadía en New York en aquel tiempo.

Miguel lo escribía todo en libros. Qué capo.

Yo, mucho más humildemente, escribo notas contando cosas que viví. Y por eso cobro un dinero con el que vivo.