Piedra libre para Juan Alberto Badía
El autor de esta nota recuerda con especial cariño el empujón que recibió de parte del célebre locutor y productor en el comienzo de su camino en Buenos Aires. Una historia que comenzó hace muchos años en Radio Olavarría
Destaco en Recuentos, mi autobiografía, que a mitad de los 90, cuando gané el primer Martín Fierro, agradecí especialmente a las dos personas que me llevaron de Olavarría a Buenos Aires, León Gieco y Juan Alberto Badía.
Yo adoraba a Bob Dylan, a Gieco y a Los Beatles, y era fan de Badía.
Aunque iba a clases de mañana, por lo cual debía levantarme temprano, hice todo el secundario escuchándolo en Imagínate Flecha Juventud, el programa que iba de 22 a 2 por Radio del Plata AM, que en Olavarría se escuchaba no siempre bien.
Pero a mí no me importaba; lo que pasaba –Los Beatles, Invisible, Sui Generis, Genesis, Supertramp, Queen, Litto Nebbia, Vivencia, Aquelarre-, si no sonaba bien, lo imaginaba.
Y como estaba empezando a hacer radio, lo imitaba. Diría mejor que lo copiaba.
Sabía de memoria la apertura y el cierre de sus secciones, cómo saludaba, cómo encaraba las entrevistas, cómo anunciaba las canciones.
Mis primeros programas fueron una copia textual de los suyos. O un intento al menos.
Para 1978, ya estaba bastante asentado “A la velocidad del sonido”, un programa de rock de los sábados a la tarde que había empezado en Radio Olavarría como con un grupo de alumnos secundarios de distintas escuelas de la ciudad “más el pibe que ya estaba en la radio” (yo) y que al poco seguí solo.
Siguiendo el modelo de Badía, había conseguido hacerme de una audiencia fiel, no tan pequeña como algunos suponían, y eso tenía una explicación: quizá no era un gran conductor y programador, pero sí era notable que alguien pasara por radio, en ese tiempo de militares, a Los Gatos, Pescado Rabioso, León Gieco, Los Beatles, Bob Dylan y Led Zeppelin.
Un día con mi amigo Jorge Botta nos preguntamos si no sería posible producir un concierto de rock, teniendo el programa tanta audiencia. Y así contratamos a León Gieco.
Lo hicimos a través del Rotaract, que era la división juvenil del Rotary Club, como para que el emprendimiento tuviera el visto bueno de la sociedad pacata y conservadora de ese tiempo. Pero la plata la arriesgamos nosotros.
Y nos fue bien: contra muchos que nos pronosticaban un fracaso, León llevó mucha gente, algo de plata ganamos y con Jorge nos sentimos campeones.
Unos meses después hice otros conciertos –otra vez León Gieco, Vivencia -ideal para ese tiempo en el que no había que asustar gente con músicos que tuviera el pelo demasiado largo-, Vox Dei, Nito Mestre y los Desconocidos de Siempre-, mientras empecé a viajar a Buenos Aires a ver recitales.
León Gieco me había prometido recibirme y eso hizo. -Yo te voy a presentar a Spinetta, me dijo una vez y le creí.
En uno de esos viajes, fui a Radio del Plata a ver el programa de Badía en persona.
Llegué a las 9 y media de la noche a la puerta de la radio, en la avenida Santa Fe al 2000, y ahí me quedé, paciente, hasta que en un momento, como era lógico que sucediera, llegó Badía. Me presenté, le dije de dónde venía, y muy gentilmente me invitó a pasar.
Esa noche me instalé en un rincón del estudio y me quedé calladito. Con la cabeza hecha una coctelera, claro, porque estaba viendo en persona lo que tantas veces había imaginado: Badía y su compañera de aire Graciela Mancuso, y los productores, y los operadores. Yo los conocía a todos.
Juan Alberto y Graciela fueron muy amables, fuera del aire me preguntaron muchas veces si estaba cómodo, y a eso de la medianoche Badía contó que esa noche tenían una visita, un locutor del interior que estaba presenciando el programa. El corazón casi se me escapó del pecho en ese momento.
Y en el último tramo de esa emisión, Badía me invitó al micrófono y lo que pasó a partir de ese momento, fue muy gracioso. Me senté enfrente suyo y hablé con naturalidad, como si me hubiera estado preparando durante mucho tiempo para ese momento. En realidad, eso era lo que había pasado. Juan Alberto me ofreció conducir un momento del programa y dije que sí, que podía, y el operador puso una cortina y yo dije las palabras justas en el momento justo, y todos se rieron, y así seguí, y en un momento se volvió divertido que el negrito de Olavarría dijera todo en tempo y con seguridad, como si fuera Badía. Y es que yo sentía que era así.
Al poco tiempo, contraté a Badía para que llevara a Olavarría su espectáculo Beatlemanía, que era una charla suya y una sucesión de fílmicos de Los Beatles en un tiempo en que no había videos. Solía presentar ese show en discotecas del Gran Buenos Aires para 100 o 200 personas y siempre lo comentaba en su programa.
Hice una buena promoción.
Un día llegaron a las oficinas de administración de Radio Olavarría los volantes de mano que decían Los Beatles en Olavarría – Juan Alberto Badía presenta Beatlemanía, y Elsa, una chica que trabajaba ahí, vio la foto de Los Beatles y me dijo: -Negrito, qué jodidos de trabajo deben estar que vienen a Olavarría, no…
La cuestión es que el sábado esperado llegó, y Juan Alberto Badía estuvo en mi programa: fui yo quien lo invitó a co-conducir. Para mí, un sueño.
A la noche hizo la función en el Teatro Municipal con lleno total. Cortamos mil entradas y Badía no podía creer que hubiéramos tenido tanta convocatoria.
En un momento, a poco de comenzar, me llamó para que subiera al escenario; yo estaba en una de las primeras filas con mis padres y subí, y me puso muy nervioso que el mismísimo Badía le dijera al público, mientras me ponía su mano en mi hombro, que yo era muy importante y que todos debían cuidarme porque siendo muy jovencito estaba haciendo muy responsablemente lo que nadie había hecho antes, y cosas así. Nunca olvidaré ese gesto.
Como lo había hecho León, Juan Alberto me dijo que si me iba a Buenos Aires, haría todo lo posible por darme una mano. Y lo hizo.
Ni bien llegué, me consiguió un trabajo que no era el mejor ni con buena retribución económica, pero algo era: por su gestión, pude escribir algunas notas en la revista Extra que dirigía Bernardo Neustadt con conducción periodística de Clara Mariño. Ese fue mi primer trabajo en medios de Buenos Aires.
A fines del 82, poco después de que me hubieran despedido de Télam, y cuando había conseguido entrar a la Editorial Atlántida para escribir sobre Política Internacional en la revista Somos –otro antro de fascismo, la verdad-, Juan Alberto habló de mí para que fuera parte del equipo que estaba armando en la FMR, la Frecuencia Modulada de Radio Rivadavia, y claro, dije que sí de inmediato.
Entré como productor del programa nocturno, OvniBus, que conducían Norberto Tallón y Liliana Daunes, gente hermosa, y unos meses después pasé a Piedra Libre, el programa central de la radio que conducía Badía, para hacer comentarios de música y una parte de la producción periodística.
Allí, en Piedra Libre, viví uno de los momentos de mayor intensidad laboral de mis primeros años en Buenos Aires.
Lo digo en Recuentos: Fue muy placentero escribir y producir para Badía, y compartir el micrófono con él para hablar de música, y también ser parte de un equipo muy joven en el que había gente que después tendría mucho suceso popular, como el pibe de la Oral Deportiva que en Piedra Libre hacía la columna de deportes, Marcelo Tinelli.
Juan Alberto, qué tremendo, murió en junio de 2012. Tenía 65 años.