Roberto Goyeneche, sí: la vida es una herida absurda
El autor de esta serie, conociendo ya bastante a quien fue, después de Gardel -se aclara para no despertar polémicas-, el más grande cantor de tangos, lo halló un verano cantando en un pequeño club de barrio de la Ciudad Feliz para muy poca gente. Y lo contó en una nota para el diario en el cual escribía en ese momento. Ese hallazgo del texto de hace 30 años, al ser ahora releído, resulta por lo menos entrañable
En ese último tramo de su vida, podríamos decir desde que apareció como actor y cantante en la película Sur de Pino Solanas hasta su muerte, fui uno de los pocos periodistas que podía recibir, con afecto, en su casa de Saavedra o en algún lugar donde se presentara.
Una vez que estaba “cubriendo” periodísticamente la temporada de verano en Mar del Plata para Página/12, en días en que el representante del diario en la ciudad, Marcelo Franganillo, era mi anfitrión -qué horas felices, querido Frangariyo- me enteré, por leer con detenimiento la cartelera de un diario local, que iba a hacer un ciclo de presentaciones.
¿Goyeneche? ¿Dónde? El diario aseguraba que sería en el salón de El Fortín de Belgrano, un club de barrio cerca del hospital. Lejos del circuito turístico. Allí fui.
Y era así. Ahí estaba.
Era la una y pico de la madrugada. Había, en el salón, unas diez mesas, casi todas vacías. Y cuando me vio, vino a sentarse conmigo. Lucía contento. O resignado. Vestía, recuerdo, una ridícula camisa con flores y pantalones blancos. Le costaba respirar.
Vinieron a saludar los otros artistas anunciados, Cacho Castaña, Alba Solís y dos guitarristas de palabra muy medida. Hablé con ellos, hablé con él.
Y a eso de las dos, cuando ya parecía que era demasiado tarde, alguien -posiblemente su hijo Roberto, que era el concesionario del lugar, además de representante suyo- dijo que era el momento de empezar.
Bajaron las pocas luces de la sala. Entonces Goyeneche gritó desde mi mesa: -Pará, che, si no vino nadie.
En realidad, había una decena de asistentes. Poca gente, sí, poquísima para la estatura inmensa del cantor. Pero nadie no.
Goyeneche cantó al final del show.
Según apunté, hizo En la vía, De barro, Pobre gallo bataraz y Contramarca. De cierre, compartió Sueños de juventud con Solís y Castaña.
Este formidable retrato de Goyeneche, que se ha viralizado mucho en internet en las últimas semanas, es una foto del gran Eduardo Grossman, compañero de la editorial La Urraca, que hizo un día que visitamos al cantor en su casa de Saavedra para una entrevista de la revista Caín.
Lo digo porque es justo.
Para el cierre. Mi nota, aquella vez de Mar del Plata, terminaba diciendo:
-Algún día, la historia contará de noches como ésta.