Una mañana con Daniel Toro
El folklorista que desde ayer es parte del aire, aceptó una vez una entrevista por radio. Parecía insólito: había decidido alejarse por completo de los medios y además casi no podía hablar. Pero aceptó. Así llegó una mañana, inolvidable para nosotros, y para él también, a Disco Pi.
La llave de acceso fue Daniela, su hija, que vive en Córdoba. Su papá Daniel, sabíamos nosotros, venía a visitarla de tanto en tanto a esta lugar del país, adonde había vivido un tiempo en su juventud. Y con el Gonza, Gonzalo Puig, productor del programa, insistimos mucho. Hasta que un día Lorena Benavídez, amiga de la casa -corresponde no olvidarla-, nos dijo que Daniel decía que sí y que ella y Daniela lo acompañarían al estudio.
Así conseguimos que Daniel Toro estuviera en un programa. Lo hicimos sentir bien, creo. Y él se sintió bien. Querido, respetado, admirado también.
Corresponde decirlo ante las nuevas generaciones que no lo vieron popular y masivo: Daniel Toro fue, hace 50 años, tan convocante como es hoy Abel Pintos.
Y fue justamente Abel quien se consagró como un indiscutible en el mítico Festival de Cosquín, versionando, a capella, una canción escrita por Daniel Toro.
El salteño que ayer murió fue una estrella en el canto de raíz nativa por sus canciones de amor -se celebra ahora especialmente su Zamba para olvidarte- y también por su obra de contenido testimonial. Es el autor, por ejemplo, de Cuando tenga la tierra, que tuvo su versión cumbre en la voz de Mercedes Sosa. También escribió El Cristo americano, dedicada a Ernesto Guevara, que había sido asesinado en Bolivia.
Por eso no extrañó que cayera sobre él una durísima censura cuando los militares dieron el Golpe en 1976.
Tanto, que el artista que había sido condenado al silencio se enfermó y tuvo cáncer. Significativamente en la garganta. Qué símbolo.
Lo operaron tres veces y en esas intervenciones se arruinaron sus cuerdas vocales.
Por eso no pudo seguir cantando como antes. Y su estrella se apagó.
La entrevista en Disco Pi fue su reaparición.
Después Daniel se animó a salir de nuevo y así se lo vio en algunos otros lugares.
Años más tarde, fui convocado por INAMU, el Instituto Nacional de la Música, para ser el curador artístico del catálogo Music Hall, que la entidad había rescatado de un agujero negro judicial luego de la quiebra de principios de los años 90.
Y cuando me encontré con que allí estaban los primeros discos de Daniel Toro, no dudé en señalar a ese material como parte de las joyas que se podían volver a la luz.
Así fue como hice un CD con parte de esos trabajos. Una antología.
Para entregarle la licencia de su obra, que INAMU le cedía sin cargo como un acto de justa reparación histórica, y para darle en mano ese disco, viajamos a Salta con Diego Boris, presidente de INAMU, y otra gente de la entidad como Emilio Cartoy Díaz.
Y por la colaboración de autoridades culturales salteñas, le hicimos un homenaje a Daniel.
Aquella noche, Daniel recibió el afecto de sus vecinos. Fue justicia. Y volvió a sonreír.