Una tarde con Roberto Goyeneche en su casa de Saavedra
Sí, uno de los momentos más maravillosos de mi vida de periodista, dice el autor de esta nota. Fue cuando visitó al más grande cantor que tuvo el tango. Después volvió muchas veces a ese lugar, compartió muchos momentos con él y con su familia, lo vio cantando en varios lugares, no sólo en Buenos Aires, y fue el único periodista presente cuando grabó con Mercedes Sosa. Pero aquella primera vez, dice, fue realmente inolvidable
Me había acostumbrado a encontrarme con leyendas. Pero no sé por qué, me latió muy fuerte el corazón cuando aquella tarde Goyeneche, el mítico Polaco, me recibió con una alucinante sencillez en su casa de barrio, y me invitó a que pasara por el pasillito lleno de plantas, y antes de sentarnos en el living para hacer la entrevista, me invitó a conocer el patio del fondo, donde tenía las jaulas con pajaritos que criaba con especial dedicación.
Parecía un tío viejo o mi abuelo cansado, muy cansado. Caminaba despacio, le temblaban mucho las manos. Hablaba no solo con su voz de monumento sino con gestos, y sus ojos claros le brillaban mucho.
Goyeneche, ay por dios. Goyeneche estaba ahí, tan humano, tan frágil.
Recuerdo que fui a hacerle una entrevista para una revista de rock, porque eso era Caín, por sugerencia o por orden del director de la publicación, mi amigo, admirado amigo, Marcelo Figueras.
Caín era uno de los proyectos arriesgados de Andrés Cascioli, el conductor de la Editorial La Urraca. Y a mí, la verdad, siempre me venía bien sumar unos pesos a fin de mes. Escribía en Humor, en Sex Humor, en El Periodista y también, a partir de un cierto momento, en Caín. Así me daban las cuentas, pero por sobre todo, qué fortuna. Tenía tanto trabajo y tan bueno.
Y Marcelo me dijo que fuera a entrevistarlo a Goyeneche. Y dije que sí, claro.
Fui con Eduardo Grossman, un fotógrafo supremo, un maestro. Cuánto lo admiro, me parece que nunca se lo dije.
Y esa vez Eduardo, siempre tan serio dentro de su amabilidad, consiguió un retrato de Goyeneche que sería inolvidable. Muy vital, el señor sonrió a la cámara como muy tentado por un chiste. Muy rockero. Hermosísima foto.
Marcelo después puso un magnífico título en tapa, llamándolo “el primer punk argentino”.
Espero que mi nota haya estado más o menos a ese nivel que habían tenido Figueras y Grossman.
En realidad, el texto fue una carta a Aníbal Troilo, en la que le contaba qué decía Goyeneche y qué había visto yo en esa visita.
Después, estuve otras veces en su casa. Siempre fue muy amable conmigo, tal vez porque le caía bien la gente que él sabía que venía del rock. Hablaba muy bien de Fito Páez, de Charly García. Se enojaba mucho con los tangueros conservadores.
Qué maestro.
Un vez fui a verlo en un show en un club de tango, en la avenida Boedo, con unos queridos amigos que morían por escucharlo cantar personalmente. Fui a verlo a un oscuro club de Mar del Plata en el que fue su último verano. Estuve en el estudio de Litto Nebbia cuando grabó por primera y única vez con Mercedes Sosa. Todo, en los últimos años suyos. Antes de eso, siempre estuve cerca suyo pero él no lo supo. Claro, los artistas no conocen a quienes escuchan una y mil veces sus discos.