Alumbrado por el último rayo de sol que pasa por la ventana del pabellón, Hector escribe: “Miguel: He recibido tu carta de la semana pasada y la plata que era un millón que reuniste. Por lo visto todas las noticias son buenas. Espero una moderada cuota de confianza en que así sea. Si eso no sucede estoy preparado para lo que venga”. Su corazón es un motor bombeando a mil revoluciones. Transpiran las manos, tiembla la lapicera y se desliza, suave y firme, para no romper el pedazo de papel higiénico sobre el que escribe. Corre el año 1976. Hector Kohen es uno de los presos políticos alojados en la Unidad Penitenciaria N°1 de barrio San Martín, Córdoba. La incomunicación es total. Si un guardia lo encuentra, el destino es la tortura, o la muerte. El minúsculo pedazo de papel tiene que llegar a “la paloma” y sortear, todavía, todos los retenes militares, antes de caer a manos de Miguel Pereyra, su amigo y ex compañero de trabajo en la Municipalidad de Córdoba. Miguel es el nexo con el afuera, el hombre que tejió un sistema clandestino para que los presos políticos se comuniquen con sus amigos y familiares. Hector escribe cariños para Susana y para Miryam. “Si recibes esto, enviame dentífrico”, agrega y se despide: “Muy cerca”

Lo que jamás imaginó Héctor es que ese mensaje plasmado en un material frágil, que debía destruirse, sobreviviría más de 40 años. Es una de las cartas que Miguel todavía conserva en su poder y que ahora muestra a Cba24n. 

Entre 1976 y 1979 el general Luciano Benjamín Menéndez, entonces Comandante del III Cuerpo del Ejército, sometió a sus presos políticos a más de tres años de incomunicación absoluta con el exterior. No sólo no tenían acceso a medios de comunicación formales como radios, diarios o revistas, tampoco a información de sus causas o de sus familiares y amigos. Ante esa imposibilidad, los detenidos diseñaron complejos sistemas clandestinos para comunicarse no solo con sus familiares, si no con la prensa internacional. 

Miguel Pereyra fue uno de esos nexos durante tres largos y peligrosos años. Sacó del penal e hizo entrar un promedio, dice, de entre cinco y siete mensajes semanales, además de dinero, ropa, papel, y elementos de higiene personal. ¿Por qué lo hizo? la primera palabra que se le viene a la mente es “culpa”. Aunque podría traducirse como amor, compromiso, solidaridad y tantas otras más. 

 —Por esos días cayó un vínculo, una relación amorosa que yo tenía. La desesperación de sus padres por comunicarse con ella me dio culpa —dice ahora—, me hizo pensar en un sistema para poder llegar a esa mujer. 

Miguel tenía 22 años en 1976 y trabajaba en las oficinas de Estudio y proyecto de alumbrado público, en el octavo piso del Palacio 6 de Julio. Una pesada intuición le decía que la intervención militar en la Municipalidad podría incluir una razzia de empleados peronistas, como él,  pero no midió el peligro que corría. Hasta que fue detenido, torturado durante días en la cochera del edificio municipal y luego liberado, pero ya sin trabajo. Al poco tiempo fue detenida la chica con la que salía y lo que hizo, para llegar a ella fue contactarse con sus compañeros municipales que seguían detenidos. Fue la primera puntada de una red indispensable para muchas personas, en los años más duros. 

—Comenzamos a buscar nexos hasta que dimos con guardiacárceles y presos comunes que nos ayudaban a mover las cartas —cuenta—. Yo no pertenecía a ninguna organización, ni tenía ese tipo de apoyo externo, todo fue por el esfuerzo de los familiares. Fuimos pagando, porque era caro, la entrada de los mensajes y armando una estructura.

Miguel guarda un puñado de cartas cuidadosamente separadas en folios. Cartas escritas en papel avión, papel higiénico o en materiales inverosímiles, rayados con letras minúsculas, escritos seguramente a escondidas y sin luz. La mayoría son de Hector, su principal contacto en la UP1. Por seguridad, esas cartas debían ser destruidas. Eran mensajes escritos para Miguel, pero que escondían, en realidad, palabras para otras personas. Miguel debía transcribirlas y entregarlas. Las cartas que sobrevivieron son “situaciones de seguridad no cumplidas”, dice él. 

Las cartas cuentan el día a día en los pabellones de detenidos por razones políticas, que funcionó, por momentos, como un virtual campo de concentración. El día a día, las actividades para soportar, los castigos, la relación con los otros, las esperanzas de volver a salir, todo está en esa prosa presa que sobrevive en las cartas de Miguel. 

—Me movilizaba la idea de que había un preso y estaba incomunicado. Quería de alguna manera hacer llegar esa palabra. 

Cartero de la libertad: llevó la correspondencia clandestina de los presos en dictadura

La Paloma 

En 2010, el Tribunal Oral Federal N°1 de Córdoba condenó a 28 policías y militares, incluido a Jorge Rafael Videla, por los fusilamientos de 31 presos de la UP1 entre abril y noviembre de 1976. Durante las 63 audiencias declararon 110 testigos, hombres y mujeres alojados durante la dictadura cívico militar en los cuatro pabellones destinados a detenidos por razones políticas. Allí contaron sobre el funcionamiento de “la paloma”, un sistema diseñado con cuerdas, ganchos y contrapesos que les permitía, durante la noche y a escondidas de los guardias, bajar pequeños paquetes desde los pabellones de detenidos políticos hasta el piso en el que se alojaban los presos comunes. Esos paquetes contenían pequeños mensajes, cartas, dobladas varias veces hasta lograr el tamaño de un “caramelo” que luego salían del pabellón y de la cárcel burlando la requisa a través de las visitas de los comunes, o personas como Miguel. 

La coordinación en el penal era a través de mensajes de señas, que se hacían con las manos. Afuera, dice Miguel, los códigos eran “los elementos de higiene que pedían”.  Una vez a la semana, él hacía la fila con el resto de los familiares. Era uno de los momentos más difíciles.

— Un silencio total, poca comunicación, el Ejército al lado vigilando. Como yo no era pariente de nadie, si no que me hacía pasar por amigo de varios, era un problema. Generaba una tensión muy fuerte, me interrogaban sobre por qué yo llevaba elementos de higiene a esas personas, y en realidad esos elementos eran los códigos. 

Una de las cartas lo explicita: “El sol pasa de largo por aquí. No hay lo más urgente: pulóver, medias de lana, frazada, una” escribe Hector Kohen y más adelante asienta el código:: “Cuando recibas esta haceme llegar un dentífrico “Muy Cerca”. En el momento de entregar a la mensajería envíame un dentífrico “SIENDL”. Hemos resuelto pedir la contraseña para saber con exactitud cuando está por llegar la respuesta”. La mayoría de las cartas tienen asentado arriba: “Entregar al portador la suma de 500 mil”. Algunas dicen “un millón”. Era el precio que los familiares debían pagar a algunos guardias del Servicio Penitenciario de Córdoba (SPC), para pasar elementos. 

Una vez que Miguel lograba salir del penal con los “canutos” o “caramelos”, los transcribía y a veces llevaba cartas a barrios, pueblos y hasta otras provincias, a personas que no conocía. 

Un punto de encuentro estratégico era el barrio Las Violetas. 

—Tenía que ir una vez a la semana, solo, en colectivo. No podía usar los autos. Caminaba cinco cuadras para encontrarme con un contacto y mi temor, mi principal temor en esos momentos no eran los militares, los operativos, si no los perros. Si me paraba una patrulla y me encontraban con estos papelitos estaba frito, pero mi pánico a los perros era mayor. 

Miguel piensa ahora que fueron años de mucho riesgo. 

—No podía decir qué me estaba pasando, no podía hablar con nadie y todo me movilizaba. Las cartas estaban llenas de dolor de madre, pero también había algo esperanzador, algo doméstico sobre noticias de los primos, de los sobrinos, de los nietos. Hacían llegar lo cotidiano de manera natural hasta dentro de la cárcel: se recibió tal, anda bien, crece, juega al fútbol, ese tipo de cosas. 

El análisis de esa prosa de correspondencia clandestina y carcelaria se puede leer en el libro: Filosofía de la incomunicación. Las cartas clandestinas de la Unidad Penitenciaria 1 (Córdoba, 1976-1979), escrito por  Claudia Simón y Fernando Reati, quien estuvo detenido en ese penal durante la dictadura. “El humor, la ironía, la capacidad de metáfora y otros recursos literarios configuran un modo particular de contar en estas cartas, único e imperdible”, escribe Simón sobre los recursos narrativos puestos en práctica en esas cartas.

Entre 1976 y 1979 el general Luciano Benjamín Menéndez, entonces Comandante del III Cuerpo del Ejército, sometió a sus presos políticos a más de tres años de incomunicación absoluta con el exterior. Foto: Waldo Cebrero

El Mundial 78 y la visita de la Cruz Roja 

Ya perdió la cuenta de los viajes que hizo a barrios, pueblos y ciudades desconocidas para él, para llevar y traer mensajes a las familias. Pero si hubo una entrega que fue difícil para Miguel, fue la del informe que los detenidos hicieron llegar a la prensa internacional denunciando las condiciones que se vivían en el penal. 

El autor de la carta, otra vez, es Héctor Kohen. “Por lo que sabemos hay en Córdoba más de 300 periodistas extranjeros, entiendo que sería muy importante hablar con ellos, más que nada lograr que vengan a la cola donde se entregan paquetes para hablar con los familiares de los detenidos”, escribe en una de ellas y agrega “Todavía no se vio ninguna mejora de la solicitada de la  Cruz Roja Internacional, esperemos que se den en algún momento”. 

Luego, en otra entrega, Héctor rompe el tono afectuoso de las cartas y escribe, seco, detallado, enumerando una a una las violaciones a sus derechos. “En la actualidad se sacan compañeros para ser interrogados y torturados con la más absoluta impunidad. Más aún, en el pabellón 7 están alojados una treintena de compañeros de otras cárceles traídos como rehenes para el Campeonato Mundial, ante la visita de cualquier integrante de la Junta en Córdoba del Área del III Cuerpo es de norma la amenaza de muerte, para los prisioneros frente a la amenaza de un atentado”. 

El peso de la palabra 

Una de las cartas que guarda Miguel no fue escrita dentro del penal. “Miguel ,amigo de mis amigos, amigo mió:  que tanto sol y tanto espacio te calmen, que los pájaros de Cuzco te presten sus alas , si es que  con las tuyas no te alcanzan”, comienza escribiendo una mujer llamada Susana. Era un contacto “fuera”, alguien con quien Miguel debía cordinar entregas y preparar para que tomara su lugar en cualquier momento. 

—Finalmente no se animó y un día desapareció. Se contactó mucho tiempo después diciéndome que tuvo miedo. 

“Yo solo quiero pedirte escóndeme en tu memoria, quiero vivir…” le escribe Susana y uno entiende el verdadero sentido del “peso de palabra”. 

—La palabra era un objeto material que se transportaba, algo físico que hay que soportar, transportar, llegar y es esperada por otro —dice y termina:— La carta era un lenguaje propio de la época, pero para mí, tenía un peso específico que podía costarme la vida.