El grito poderoso de Bea Silvera: "Soy militante. Me hace feliz decir que soy militante"
Abogada, contesta si le preguntan cual es su sueño postergado. Aunque, a sus 62, ya no quiere sueños para ella sola: "Que mejore la situación de los más vulnerables", corrije la referente social de La Choza de Yapeyú. Una vida atravesada por la violencia machista y la vulnerabilidad social.
Abogada. Responde sin censura Gladys Beatriz Silvera, Bea. Le pregunto a quemarropa por su anhelo más inalcanzable. Le sale del corazón. La cara se le ilumina. Cuando era chica soñaba con ser abogada.
Pero ahora que tengo 62 años, a esta edad ya no se quieren cosas para una. Mi sueño es colectivo. Que mejore la situación de las personas más vulnerables.
En el Espacio Cultural La Choza de Yapeyú, Caroya 480, casi Costanera y Circunvalación por el este de la ciudad, Bea Silvera es promotora de salud.
Con cuatro compañeras, desde el celu buscamos lugar en el turnero digital de la red de hospitales públicos. Sobre todo ayudamos a viejites (sic) que no pueden estar una mañana en la ventanilla, y al llegar, les dicen se terminaron los números. Después vemos si tienen plata para el transporte. Y hacemos un seguimiento, por los remedios. Si no los pueden comprar, tejemos redes para buscar plata.
Además controlan la presión arterial; mantienen el botiquín de primeros auxilios. Una posta de salud. Y cuando reciben donaciones de ropa abren el ropero: tres prendas por persona. En La Choza, que desde hace casi 20 años La Poderosa tiene en Caroya 480 (unas diez cuadras al sur de 24 de Septiembre).
La Choza porque hubieras visto lo que era esto cuando alquilaron el local. Ni piso tenía.
La precariedad se fue poblando de actividades comunitarias. Y murales que reivindican derechos: educación popular, dignidad, igualdad de género, libertad. Y a Paulo Freire, el Che Guevara, Rodolfo Walsh, el Rubio del Pasaje, el Gordo Piri (vecino del barrio desaparecido durante la dictadura del 76).
Soy militante. Me hace feliz decir que soy militante.
Dice una y otra vez Bea Silvera, rodeada de compañeras de otras áreas del Espacio: limpieza, biblioteca y apoyo escolar, logística para el merendero.
Somos apartidarios, nos autogestionamos con donaciones y actividades para juntar algo de dinero, asegura ante mi pregunta sobre los recursos económicos. Apartidarios, repite cuando le insisto: Pero son filokirchneristas. Eso es lo que creen todos. Pero no es así. Firme.
Algunas militantes del Espacio (sí, son casi todas mujeres) cobran el Potenciar Trabajo. De las cinco que atendemos la posta de salud, yo y otras dos. Cuarenta mil pesos por mes. Dedico a esto muchas más horas de las que exige el Plan. La gente cuando habla contra los planes, no sabe lo que dice.
¿Podrás jubilarte? Espero hacerlo con la nueva moratoria. Le pregunto, pero descuento la respuesta: Nunca tuvo trabajo registrado.
Antes que militante, Gladys Beatriz Silvera fue mantera. Durante años (todavía cada tanto lo hace), vendió ropa usada en las ferias.
En eso estaba, en la feria de la plaza Jerónimo del Barco, cuando conoció a los compañeros de Maru Acosta y pudo llegar hasta ella.
Me conmovió mucho el femicidio de Paola Acosta (arrojada junto con su pequeña hija a una alcantarilla). Ahí empecé a entender lo que le había pasado a mi hermana Mónica.
A los 19 años, Mónica fue asesinada a los tiros por su ex esposo, un policía de la provincia de Córdoba. Recién muchos años después, a partir del femicidio de Paola Acosta, Bea Silvera se hizo militante feminista.
Fui a las marchas. Marché con la Maru (me muestra el celu: Ves, la tengo de contacto). A ella le creo todo. No a otra gente que marcha para sacar rédito político.
Gracias al feminismo, también terminó de comprender que lo de su marido de juventud y padre de su hija había sido esclavitud sexual. No, amor. Ella tenía 15 y él 26 cuando se conocieron en la calle, donde Bea vivía. Al poco tiempo él la convenció de que ‘trabajando’ en prostíbulos de pueblos ayudaría a la familia.
Estuve mucho en Despeñaderos. Me dejaba un mes ahí, volvía, le pagaban a él, y yo seguía. Soy una sobreviviente del aborto clandestino. Perdí la cuenta de cuántos me hicieron. Con la aguja de tejer y la sonda. Tantos, que con los años debieron extirparme el útero. Lo sentí un montón porque hubiera querido más hijes.
Sin embargo, tuvo mejor suerte que su otra hermana, Patricia, muerta a los 33 años en el Hospital de Río Cuarto adonde su esposo la internó descompensada después de un aborto clandestino. Tenían una hija. No podían aumentar la familia. Mientras habla, a Bea Silvera, tan firme durante toda la entrevista, cigarrillo tras cigarrillo, le tiembla la voz.
Por eso milité el pañuelo verde. Mi hija también es militante feminista. Tengo un enorme dolor con ella. Me la perdí todos esos años de prostíbulos. Por suerte tiene su familia con un muchacho admirable que estudió haciendo un gran sacrificio. Ella ahora también estudia en la Universidad.
Gladys Beatriz Silvera dejó la escuela después de tercer grado.
Fui una chica de la calle, dice, como si mostrara su documento de identidad. Éramos nueve hermanes. Mi papá, borracho, nos pegaba. Me escapé y viví años en la calle hasta que conocí al que fue mi marido. Con otres pibes dormíamos en los vagones abandonados del Mitre.
Será por eso que con alegría como de niña celebra el libro que le regalaron en el congreso sobre violencia institucional del Seminario de Derechos Humanos de la facu de Derecho.
Vuelve al celu. Busca una foto con Vero Cabido, la compalera que se lo regaló. Me lloré todo cuando me dijeron que me darían un libro (de Lucas Crisafulli), dice. La violencia institucional es un tema en nuestros barrios. Los pibes no pueden estar en las plazas porque la policía se los lleva.
La Poderosa. Feminismo Villero, dice la remera roja de Bea. Le recriminamos a las feministas blancas que desconozcan nuestra lucha. Nuestras necesidades. Acá la violencia es otra.
A su cabello renegrido lo termina un flequillo algo punk, de reluciente borravino. Combinación perfecta con el pañuelo de las Madres de sus aros verdes.
Pero ni qué hablar… Podría interpretarse que afirma con ese gesto exagerado cuando le pregunto por el narcotráfico. La droga se está comiendo a la pibada de los barrios. Tenemos un espacio de acompañamiento. Pero qué querés. Una buena zapatilla te da chapa, como decimos aquí. Les pibes ven eso en la tele y roban. Son soldaditos de los narcos.
¿De qué viven, en general, las vecinas y los vecinos de Yapeyú? Casitas bajas, humildes, algún viejo plan de viviendas. Gente pobre. Empobrecida, me aclara. Sí, empobrecida. Corrijo, y pido perdón.
Viven de changas. Si no fuera por el trabajo comunitario de organizaciones como la nuestra, el país ardería, calcula Bea Silvera. Y me enseña cómo llegar hasta la Costanera para tomar por Circunvalación hacia el norte.