El próximo round de "La Negra" Taborda: golpes son los de la vida
Campeona mundial de boxeo. Después de una enorme carrera internacional, el viernes 11 tendrá su primera pelea en Córdoba, por el título argentino súper gallo. Duros son los golpes de la vida, se defiende de quienes cuestionan la violencia del boxeo. Y hace gimnasia a la par de sus alumnas en el barrio Ciudad de los Cuartetos donde vive.
Casi al final de su carrera como boxeadora, por primera vez después de 20 años en el ring, 28 peleas profesionales (generalmente en el extranjero) y dos campeonatos ganados (uno latinoamericano, el otro mundial), Vanesa La Negra Taborda tendrá su noche de gloria el viernes 11, en el estadio de Unión Eléctrica. Si gana, mejor. Pero mientras, se siente dichosa. Ríe, salta, celebra elástica. Al fin una pelea por un título en su Córdoba querida.
No es la primera vez que voy, pero me pierdo buscando Ciudad de Los Cuartetos. Difícil manejar y mirar el guglemaps al mismo tiempo. Y aunque no la esquivo para no ser una excluida de la modernidad, algunos tramos de la Circunvalación siguen siendo para mí, nudos gordianos. Unos policías de la Escuela de Suboficiales donde alumnos y alumnas entrenan cuerpo a tierra me mandan para el lado equivocado. En cambio, en Ciudad de los Cuartetos (destruido el portal de ingreso, como si la cruzada embellecedora de ‘Yaryora’ no hubiera llegado hasta ahí), cualquiera sabe dónde vive. ¿La Vanesa? Al fondo, la última casa. La de rejas negras, señalan unas vecinas que limpian las calles. En 2019 la Vanesa les dio una de las mayores alegrías que se recuerden en el barrio: volvió de Austria con el título de campeona mundial en categoría gallo plata, al ganarle por nokaut en el quinto round a la austríaca Eva Voraverger.
El 14 de agosto La Negra, Negrita, cumplirá 39 años. Mide menos de un metro sesenta y pesa 54 kilos, categoría gallo, pero ha competido por una categoría aun más liviana: mosca, con 50.8 kilos. En 2014, cuando se consagró campeona latinoamericana al vencer en Buenos Aires a María Rivera, la Chiqui.
A las 10 comienza la clase de gimnasia de Vanesa Taborda a un grupo de mujeres en un gimnasio construido para eso, al lado de la casa donde vive con su marido y sus tres hijes.
“Si sola no puedes, juntas podemos”, dice la camiseta gris que usan todas, en cuya espalda sigue: "Divinas Gym". Una onda motivacional que no decae en los 40 minutos intensos que las valientes (ellas dicen que este gimnasio es para valientes, se ríe Vanesa Taborda) Nanci, Norma, Gisela, Malvina, Alicia y Soledad más otras que ese día no fueron, al ritmo de la música electrónica del celular ejecutan con disciplina sostenida. La misma camiseta gris de las chicas y una calza de flores rojas y calaveras blancas; el pelo en larguísima trenza de color oscuro: de a ratos La Negra salta la soga; de a ratos agita a la par de sus alumnas.
—Los diez kilos (que pesa el chaleco con el que una de las mujeres hace los ejercicios) a veces son los problemas cotidianos. Entonces tenemos que aprender a lidiar con ellos. Un día de vida es para mejorar el día de ayer. Un día a la vez. Siempre les insisto, no digan que ese ejercicio no lo pueden hacer. La vida es perfecta si uno la hace perfecta.
—¿Sos evangelista?
—Sí. Desde los cinco años. Por mi mamá, que empezó a ir a la iglesia porque mi hermana tenía leucemia. Dios hizo grandes cosas en nuestras vidas.
Los miércoles y domingos, Vanesa Taborda con toda su familia (esposo e hijes) va a la iglesia que está en el mismo barrio.
Además de las clases que comparte con sus alumnas, cuatro horas diarias de entrenamiento en un gimnasio, con sparring en otro, y 14 kilómetros al trote por los alrededores. Siempre, acompañada y con la dirección del ex boxeador Marcelo Facha Gutiérrez, 54 años, esposo, entrenador y manager, a quien invoca, admira y agradece reiteradamente durante la entrevista. Nos conocimos en el gimnasio, cuando yo tenía 19 años.
El perfil plano característico de quienes boxean, la nariz ensanchada en la base… De tantos años en el ring, su cara ha cambiado mucho, admite. Pero asegura que no le molesta, que no se siente fea, que no lo lamenta. Me importa ser linda por dentro, dispara, sin abandonar su sonrisa perfecta, los ojos achinados por la expresión, mientras sigue la clase y agrega: Siempre le digo a las chicas. No existe la mujer fea, sino la mal arreglada (tiene razón: ni los golpes del boxeo, ni la aureola amoratada de su ojo derecho −un codazo en un entrenamiento, asegura− ensombrecen la hermosura de su rostro).
Esto me encanta, me repite, una y otra vez mientras sigue la clase. En cambio, una mueca como de resignación cuando le pregunto si está contenta de haberse dedicado al boxeo. Y sin dudar, apenas traspirada por el esfuerzo, responde que no quisiera que sus hijos hicieran lo mismo. Todos boxean, porque el padre les enseñó, pero no les gusta entrenar, me cuenta. Milena de 19 años trabaja en un comercio de ropa y ya la hizo abuela. India, 17, es abanderada en el colegio Leonor Marzano del barrio, donde también estudia Yamil de 14.
—¿Por qué no te gustaría que fueran boxeadores?
—Porque yo sé lo que son los golpes.
Responde como reviviendo dolores, aunque cuando le pregunto por el rechazo que genera la violencia del boxeo, los relativiza: Golpes son los de la vida. En el boxeo, todo se hace de una manera como debe hacerse.
Vanesa La Negra Taborda nació en Rafaela. Cuando tenía cuatro años su papá fue asesinado de un tiro por la espalda. Un crimen del que dice no conocer más que eso. Viuda a los 23 y con tres hijos, la mamá se instaló en Córdoba, en lo de su propia madre, camino a 60 Cuadras. A sus 17 años, terminando el secundario en el IPEM Pedro Escudero de barrio Urquiza, Vanesa Taborda vio con entusiasmo cómo boxeaba una compañera y a pesar de la oposición familiar quiso hacer lo mismo. En el gimnasio enseguida destacó. Le entusiasma recordar que antes era peleadora. Que el boxeo la ayudó a controlar esa violencia de juventud.
Policía, le hubiera gustado, de no ser boxeadora. Papá militar. Tío militar. Primos policías.
¿Qué me gusta de ser policía? Las rondas. ¿Miedo? Muchas cosas que hago a veces las empiezo con miedo. Pero las termino aprendiendo, y siendo más fuerte.
De sus 28 peleas profesionales, ganó 11, la derrotaron en 14, tuvo 3 empates. Al triunfo mundial de 2019 en Austria llegó después de intentarlo siete veces. Generalmente en México, con rivales de fuste que, se ríe, la elegían a ella por considerarla una rival fácil.
A pesar de eso allá me llaman La Verduga de las mexicanas. Todas campeonas.
Córdoba siempre fue un sueño imposible para La Negra Taborda. Hasta ahora, cuando casi al final de su carrera (no me veo boxeando a los 40) hubo arreglo para el duelo del viernes 11. Su primera pelea profesional en Córdoba.
El viernes se enfrentará con Juliana Basualdo por el título argentino súper gallo, en el estadio Unión Eléctrica, avenida Madrid 2599, en la zona sur de la ciudad. Gane o pierda le pagarán unos 700.000 pesos.
Parece mucho. Pero las mujeres no ganamos dinero con el boxeo. Solo los varones. Nunca gané dinero boxeando. Nosotros vivimos de lo que gana mi marido (clases de boxeo en la Municipalidad. Y a la casa donde viven la compraron hace 15 años con el dinero que él cobró en una pelea en Francia, detalla).
Después de una crisis por violencia de género, la Negra Taborda siente que es otra. Que puede expresar más lo que quiere, opinar sobre su carrera, decidir lo que es mejor para ella. Ponerse en primer plano. Hablar. Lo logró con la ayuda de Cristina Pacheco, quien además de ser su entrenadora durante algunos meses, la estimuló a fortalecerse.
Quiero ser grande. Vanesa Taborda no es muy conocida. Lo conocen al Facha. Quiero ser grande como boxeadora, como persona. Que las chicas que me ven, piensen, si ella pudo a pesar de tantos problemas, yo también voy a poder.
—¿Te ayudó alguna organización de lucha contra la violencia de género?
—No. Dios.
Capitaneadas por Frecia Opazo, presidenta del Centro Vecinal, algunas mujeres del barrio buscan una trafic para ir el viernes a ver la pelea que tanto anheló Vanesa Taborda. Quieren acompañarla, me dice Frecia Opazo (mamá de la Pepa Gómez, otra gran alegría de Ciudad de los Cuartetos). No dejarla sola, agrega.