Gabriela Vidal, a Netflix en motito
La cineasta es guionista de la serie mexicana ‘Las viudas de los jueves’, en la plataforma de la N. Un relato que corre el velo de familias de clases altas que habitan un barrio cerrado. En 2013, al volver a Córdoba después de vivir 12 años en México, con Inés Barrionuevo había dirigido ‘Las motitos’. Película premiada en el Festival de Málaga, historia de pibas y pibes de barrio Rosedal.
En el tercer capítulo, un exitoso cirujano plástico le rehace las tetas, la nariz, los pómulos. Operación tras operación rehace entera a su esposa para convertirla en una obra de arte, la más hermosa. Pero ella quiere otra cosa: que él se integre a las reuniones de los maridos de sus amigas del barrio.
Son la familia Andrade.
En el capítulo cuarto, mientras un tropel de nanas cuida a una prole numerosa, el padre mequetrefe intenta vanamente remontar su carrera política truncada cuando lo echan del partido porque ya no sirve. A ella, siempre embarazada, no le alcanzan los esfuerzos para disimular las carencias que derivan de la megalómana candidatura del marido.
Son los De la Luna.
Con otro grupito de familias presentadas a su turno, los Andrade y los De la Luna protagonizan ‘Las viudas de los jueves’, la serie mexicana de Netflix hecha sobre el libro ídem de la argentina Claudia Piñeiro. En 2005, el libro ventiló secretos celosamente guardados de los barrios privados que, tras los muros, ofrecían una vida ajena a los problemas del mundo.
Me sentí muy insegura al escribir sobre esas familias. Yo vengo de la clase media argentina. Somos cinco hermanos, y jamás hubiéramos tenido una nana. Dice Gabriela Vidal, la guionista de los capítulos tres y cuatro de la serie, cuya vida de cineasta cabalga entre México y Villa Allende.
Sentadas en ‘Donde te dije’, un luminoso bar frente al Golf Club que vio crecer al Gato Romero campeón del mundo, Gabriela Vidal se ríe como disculpándose. Y me cuenta que en afán de informarse, leyó con avidez la pelea de Dolores Etchevhere contra sus hermanos terratenientes a quienes acusa de quitarle una herencia que le corresponde.
Ahí entendí un poco más cómo funcionan esas clases sociales, agrega Gabriela Vidal. Está contenta con los guiones que escribió para “Las viudas de los jueves”. Dice que su fuerte son los diálogos. Y su cuidado en la construcción de personajes: Me interesa a quién le pasan las cosas, dónde fue, qué hizo, los idiolectos. Las vueltas, el punto suspensivo. Me encanta Chejov. En mis pelis la gente no se dice las cosas en la cara. ¿Mi principal virtud para escribir? Soy chismosa, escucho mucho.
Los guiones para Netflix fueron un trabajo muy bien pago. Ocho, nueve meses de escritura solitaria en su casa de Villa Allende; una reunión virtual (a veces de tres horas) todas las semanas con el jefe de escritores y los otros tres guionistas de la serie. Menos ella, todes mexicanos (aunque ella ahora también es mexicana).
Un cuarto, se llaman esas reuniones. Son muy productivas. Ahí se platica, se discute. Nos dirige Gibrán Portela, un capo, que prioriza la autoría. Que cada uno escriba desde donde más podamos lucirnos.
Eso no siempre es así, aclara Gabriela Vidal. Menos, tratándose de plataformas globales donde la escritura es serial, más ajustada a las exigencias de los productores. Aunque se ve que no les está yendo tan bien con las exigencias. Mirá la huelga de los guionistas de Hollywood.
Por eso cuando me ofrecen un trabajo, no me interesa solamente cuánto me van a pagar. Trato de no escribir marranadas. Pregunto quiénes integran el equipo. En México hay un grupo de guionistas demasiado apegados a lo que dicen las productoras. Pero hay otros, muy formados, que vienen de la literatura, el cine, la filosofía… Además, todos somos maestros, enseñamos guión. Son mis cuates.
Palabras mexicanas a menudo. Aunque aquí conocemos bastante el mexicano, más de una vez debo pedirle traducción. Su cabello largo al natural. Sin maquillaje. Como de entrecasa. Un porro cada tanto (sí, podés publicarlo, se ríe) y anteojos de sol estilo gatúbela, onda Lucrecia Martel.
¿Marranadas?
Sí. En México hay mucho machismo. En numerosas pelis mexicanas demonizan a la mujer. Son guionistas masculinos, blancos… Ganan muy bien. A veces algún productor me dice, bueno, aquí es así. Es así, les digo yo, pero podemos interpelar con otros personajes. No quiero escribir marranadas (chapucerías).
Gabriela Vidal tiene 51 años. Comenzó su carrera de guionista estudiando en el Centro de Capacitación Cinematográfica de México. En el DF (capital del país). Un lugar accesible para ella que estaba recién llegada. Antes, en la Universidad Nacional de Córdoba se recibió de licenciada en Comunicación. Con una tesina que analizó la confesión de Adolfo Scilingo sobre los vuelos de la muerte. Ella y Jimena Massa, dirigidas por la entrañable María Paulinelli: sacaron diez.
Trabajó más de siete años en Cultura y Espectáculos de La Voz del Interior, donde, de escribir todos los días aprendió un tocazo (sic). Y tuvo, agrega, grandes compañeros: Analía Iglesias, el negro Arrascaeta, Betty Molinari, Jorge Barón Biza.
Pero en 2001 le pareció que ya había sido suficiente. Organizó su primer viaje. Sola.
Estaba aburrida de Córdoba. Siempre lo mismo, las mismas salidas, los mismos discursos, el mismo tipo de chongo. El acartonamiento. Lo último que vi antes de irme fue la renuncia del Chacho Álvarez. En el avión lo encontré a Mario Mercuri (periodista cordobés que vivía en México). Me adoptó, me guió en todo.
Ella admiraba al comandante Marcos y al aterrizar encaró hacia la zona de la selva donde estaban los zapatistas. Vio al mítico comandante en una comida comunitaria, se quedó unos días husmeando, pero enseguida descubrió que para estar tan lejos de su país prefería algo donde pudiera destacarse.
En el DF, cuando subí del metro al Zócalo… encontré toda esa inmensidad, tanta gente. Sentí como una visión. Me puse a llorar (me vas a hacer llorar de nuevo, dice cuando le pregunto). Supe que ahí quería estar. Que mi hijo iba a nacer ahí.
Muy pronto conoció a Nicolás Turchetto, argentino de Buenos Aires, y efectivamente, su hijo nació ahí. Pero antes, vivieron a ful.
Éramos un desastre… Ganábamos unos dólares, nos íbamos dos meses a la playa. Hasta que como soy tan seria y quería triunfar, empecé a dar clases de guion, hice las primeras películas, me fue bien.
Familia Tortuga (2006), La vida después (2013), No quiero dormir sola (2012), El placer es mío (2015), Mi novia es la revolución (2021), son algunas de las películas mexicanas con guion de Gabriela Vidal. En 2016 ganó el premio al Mejor Guión de Largometraje del Festival del Cine de Guanajuato.
Hasta que por el trabajo de su esposo (administra una playa de estacionamiento familiar), volvieron a Argentina. En 2013, cuando en Córdoba la policía estaba de paro por reclamos salariales y aprovechando que el lobo no está, había saqueos a los negocios. Una bienvenida muy yoqueante.
Con los ecos de ese desmadre envolviéndola, en 2015 escribió ‘Los chicos de las motitos’, un libro editado artesanalmente en México del que es difícil encontrar un ejemplar. Poco después ella y su colega Inés Barrionuevo lo convirtieron en ‘Las motitos’, que en 2021 obtuvo el premio a la mejor película iberoamericana del Festival de Málaga Cine en Español, mientras Carla Gusolfino, una de las protagonistas, ganó el premio a la mejor interpretación femenina. Carolina Godoy, la otra protagonista, había obtenido en 2020 el premio a la mejor actriz argentina en el Festival de Mar del Plata.
Gabriela Vidal creció en barrio Rosedal, sobre el suroeste de la ciudad de Córdoba. En una familia de clase trabajadora. Su papá era un constructor correntino que no terminó la primaria. Uno de 28 hijos que tuvo su padre. La mamá de Gabriela trabajó en la administración de la Fábrica Militar de Aviones y siempre le pareció un estigma no haber estudiado como sus hermanos varones. A Gabriela Vidal se le humedecen los ojos. Le recuerdo que en una entrevista dijo que su padre muerto se le aparece todo el tiempo. Para recordarme quién soy, y de dónde vengo, le digo que dijo. Volvemos a ‘Las motitos’.
Entonces, yo le cuento a ella: Soy fan de esa película. Maestría para mostrar lo popular. Sin estereotipos, ni condescendencia. Como si los personajes se contaran a sí mismos. Y una calidad visual muy alejada de la estetización publicitaria del cine norteamericano.
A partir de una pareja adolescente, ‘Las motitos’ recorre un mundo de casas bajas sin terminar y pocos padres, donde un embarazo indeseado desnuda la desprotección y los miedos del aborto clandestino. Cuando Gabriela Vidal contó sobre una barriada popular, sabía muy bien qué decir.
Parte de mi familia todavía vive en Rosedal. Escribí el libro muy pegada a mis sobris. Miraba a sus amigas. Embarazos a los 15 años. La ley del aborto vino muchos años después. Me interesó mostrar también cómo funcionan en los barrios las redes de mamás...
¿Ganaste mucho dinero con ‘Las motitos’?
No... Ahora la compró Flow. Pero no...
Junto a Martín Paolorossi (productor de ‘Las motitos’), Gabriela Vidal trabaja en el proyecto de otra película. Una de fantasmas. Pero aun con el financiamiento del Inca y del Polo Audiovisual de Córdoba que ya consiguieron, le estarían faltando varios miles de dólares. No está fácil.
Ojalá ahora que es guionista global, le surjan nuevas ofertas. Acá, o en México. Ella siempre anhela viajar. Si ha cobrado un trabajo grande, tratan de hacerlo la familia entera. Aunque la escuela de Dante, 14 años, condiciona. Y aunque tiene miedo desde que un rayo impactó en un avión donde ella iba. El avión se sacudió estrepitosamente, y una luz roja lo invadió.
Pero el mundo es increíble. A pesar del miedo a volar, hay que ser valiente y animarse, recomienda.