La historia del cordobés que más partidos jugó con Maradona y ahora atiende un kiosco
Fue el zaguero central de Argentinos Juniors subcampeón de 1980. Diego le decía "El Francés". Fue a probarse con zapatillas de lona blancas y le tocó marcar al 10. Las lesiones lo apartaron. Fue taxista durante tres décadas. Ahora atiende un kiosco.
Parado frente al kiosco que montó en una habitación de su casa de barrio Marqués Anexo, Eduardo Beaulieu cabecea nervioso para ambos lados y espera que el fotógrafo de cba24n dispare. Se inquieta con la idea de que los vecinos lo vean en semejante circo.
—Lo que pasa es que yo acá soy Eduardo el taxista —dice—. Y si me ven así van a pensar que tengo plata.
Así: posando junto a una foto enmarcada en la que está él, con 20 años, alto, melenudo, vestido con la camiseta número 2 de Argentinos Junior, junto a su compañero de equipo, media cabeza más petizo, también melenudo, con la 10: Diego Armando Maradona.
Beaulieu es el cordobés que más partidos jugó con Diego. Compartieron un año y tres meses en el “bicho” subcampeón de 1980 en donde brilló, para muchos, el mejor Maradona.
La carrera de Beaulieu fue ascendente y fugaz como una cañita voladora. Pasó por Argentinos, Huracán y Belgrano, pero una lesión en su rodilla lo fue marginando a equipos de ligas menores de provincias. Retirado, invirtió mal lo que había ganado y terminó sin nada. Entonces manejó un taxi durante 30 años hasta que las lumbares dijeron basta.
—Ahora estoy esperando que me salga una jubilación por invalidez y tengo este negocio.
De fondo, sobre una pared amarillenta, titila un cartel de neón que dice “Maxi Kiosco” y por una ventana se ven estantes donde ralean algunas galletas, fideos, papel higiénico. Acodado en esa ventana, recuerda el día que Dios le tocó el corazón.
Fue el 10 de febrero de 1980, faltaban diez días para su cumpleaños número 20, Eduardo iba hundido en el asiento del colectivo que llevaba al equipo hasta la Plata.
—Y de repente siento una mano que me pega en el pecho y me aprieta. Era él, Maradona: “Cordobés, que cagazo que tenés. ¡Este corazón acelera como una Ferrari!”, me dijo. Era cierto. Cómo no iba a estar cagado si estaba a punto de debutar en primera. Tres meses antes yo estaba jugando partidos de la liga B de Fútbol de Córdoba, y estaba a punto de salir a la cancha junto al Pelusa, en el estadio de Estudiantes y contra Alonso, Verón y todas esas bestias que yo veía en El Gráfico.
Ese día, Maradona metió los dos goles de la victoria. Eduardo dice que a la salida, solo pudo besarlo y abrazarlo.
—Pienso en su muerte y me da una pena. Estaba mal de salud, pero nos dio tanto —dice.
Patear al 10 con Toppers blancas
Eduardo no sabía qué le esperaba en esa prueba en el Sindicato Luz y Fuerza de Moreno, Buenos Aires, contra la primera de Argentinos Juniors. Era el mejor defensor de Escuela Presidente Roca, un club fuerte por entonces de la Liga Cordobesa, por eso su presidente, Emeterio Farías, gestionó una prueba para el mejor defensor que tenía.
Beaulieu, el menor de cinco hermanos, hijo de una costurera y un obrero, viajó acompañado por Santiago Cemino, entonces dirigente de Instituto y colaborador del grupo empresario que encabezaban Alberto Poletti y Enzo Gennoni.
—Yo fui con las únicas zapatillas que tenía, unas Topper blancas sin puntera que les había pedido a mis viejos y las usaba para hacer facha. ¿Y en la práctica a quien me toca marcar? A Maradona. Me quiso pasar dos o tres veces pero no pudo, lo toqué abajo, viste. Pasaba la pelota pero él no. Obvio que le pegaba despacito, si no me rajaban. Pero se ve que lo molesté porque a la salida me dice: “Cordobés, como me cagaste a patadas con esas zapatillas blancas, vos”. Después todo pasó y fuimos amigos.
Para imitar a Maradona, Eduardo imposta un porteño arrogante. Esa vez, a finales de 1979, compartió una semana con el equipo. Se volvió a Córdoba sabiendo que al técnico le había gustado su juego, pero sin certezas. Llorando junto a la radio, en la cocina de su casa, escuchó el partido de la primera fecha del torneo Metropolitano que Argentinos le ganó al Independiente de Bochini.
—Mi mamá rezaba al lado mío y decía: “ya lo van a llamar, m'ijo”.
A la semana siguiente, Emeterio le avisó que lo esperaban en Buenos Aires. Y allá fue. Comenzó viendo los primeros partidos desde la tribuna, en la quinta fecha fue al banco contra Colón y en la siguiente debuta contra Estudiantes de la Plata de visitante. Para entonces, dice, ya se había ganado el corazón de Maradona, que le decía “El Francés”, por su apellido.
—Ese año fue el mejor de Diego y yo tuve la suerte de estar ahí —dice Eduardo—. Le gustaba dormir hasta el mediodía, pedía que no lo despertaran, y si se levantaba de buen humor ganaba él sólo el partido.
En el año 80 Argentinos salió subcampeón detrás de River y Maradona fue el goleador. Además del torneo, también viajaban al exterior a disputar amistosos: todos querían ver jugar al Pelusa. Eduardo recuerda en especial un gol que Maradona metió en Colombia.
—Fue mejor que el gol a los ingleses. Pasó a nueve colombianos. Ese dia perdimos 4 a 1.
En uno de esos compromisos, Argentinos viajó a Brasil para un amistoso. Dice Eduardo que su primer contrato con el equipo implicaba algo así como ochenta mil pesos mensuales de hoy. Era el derecho de piso. Maradona, mientras tanto, era codiciado por los dos clubes más grandes de Argentina.
El dato económico viene a cuenta: esa vez, en Brasil, Eduardo, Diego y un grupo de jugadores salieron a pasear. Los televisores a color era la novedad y Maradona quiso entrar a un centro comercial para verlos.
—Diego compró como 20 para regalar a la familia y amigos. Pero ahí nos dijo: “¿Ustedes no van a llevar?”. Yo no tenía esa plata, no me alcanzaba. Pero él dijo Bueno, ustedes también van a tener uno a color, para llevar”, y nos compró uno para cada uno.
La relación entre los dos duró hasta que Maradona pasó a Boca. Durante ese año y medio, Eduardo incluso fue a comer a la casa que la familia de Diego tenía cerca de la cancha de Argentinos.
—Una vez llevé a mi hermano Carli que justo se estaba haciendo unos estudios médicos en Buenos Aires. ¡Un caradura! Le decía: ¿Y, Diego qué vamos a comer hoy?” y le abría la heladera.
Eduardo se fue de Argentinos con la rodilla rota. Su carrera duró algunos años más. En el garaje de su casa hay una serie de fotos que lo muestran junto a estrellas de los ochenta. La foto con la camiseta de Belgrano está llena de tela de arañas. La agarra y se ríe.
Falta un día para que se cumpla el primer aniversario de la muerte de Maradona. Dice que no ha parado de ver noticias. “Sabías que lo enterraron sin corazón”, repite.
—Recién ahora me estoy dando cuenta de que jugué con el mejor del mundo. Lo estoy valorando cada vez más. Me hace lagrimear. Lo extraño. Se fue el fútbol. El era el fútbol total.