28 de septiembre de 1966. Un avión que viaja desde Buenos Aires a Río Gallegos lleva 42 pasajeros sin saber que 18 de esos 42 pasajeros no tienen como destino la ciudad capital de Santa Cruz. No lo saben, pero se enterarán en cuestión de minutos.

Esos 18 no piensan ir a Río Gallegos. Porque 18 de esos 42 pasajeros son infiltrados y antes que el avión pueda aterrizar en su destino final, estos 18 infiltrados sacan a relucir sus armas y avisan:

_ Ahora mandamos nosotros.

Cada uno de los pasajeros, de los que no son infiltrados, y la mayoría de la tripulación, entienden que a partir de ahora mandan los que están armados. Los 18 jóvenes armados. Hay consenso sobre el liderazgo, salvo el piloto. El piloto no se asusta y pretende seguir viaje hacia el destino prefijado: Río Gallegos. Pero la muchachada armada le dice:

_ Conocemos a tu familia.

No hay más piloto rebelde. La nave sobrevuela la capital de Santa Cruz y sigue viaje hacia donde los 18 amados han decidido: las Islas Malvinas, allí donde los 18 van a llevar adelante el Operativo Cóndor.

EL QUE SABÍA

Un momento. No es correcto decir que salvo los 18, el resto no sabía qué iba a suceder. No es correcto. Había un hombre que sí sabía. Héctor Ricardo García, el creador y director de Crónica, había tomado el vuelo sabiendo que habría una historia por contar. No tenía la versión definitiva. Creyó que se trataba de un encuentro con Ernesto Guevara o, a lo sumo, la recuperación de los restos de Eva Duarte. En ambos casos se trataba de algo histórico. Y, cabeza de periodista y de empresario, con cualquiera de esos dos sucesos tenía gran tapa para su diario y la venta asegurada. En las Malvinas conocería el objetivo final. Y sabría, también, que este país jamás dejaría de tener historias por contar.

En las islas aterrizó el avión y decenas de curiosos se acercaron a ver esa bestia alada con bandera argentina. A esos curiosos que se acercaron, les gritaron:

_ Vengan, acérquense, pasen, bienvenidos. ¡Welcome!

A los que se animaron a ingresar a la nave los tomaron de rehenes . Los 18, que tenían poco más de 20 años, desplegaron siete banderas argentinas y declararon la independencia de las Islas Malvinas e hicieron públicas las palabras que los definían:  

_ ¡El Operativo Cóndor pone sus pies en las Islas Malvinas para plantar el pabellón nacional en territorio argentino comprometiéndose a defender la enseña azul y blanca hasta sus últimas consecuencias!

Y después de 127 años de silencio absoluto, los 18, entre los que había 9 menores de 20 años, cantaron el Himno Argentino. Eso sí que fue emoción, qué Pumas ni qué Pumas.

Al aterrizar, los argentinos le dieron panfletos en inglés donde explicaban que era un acto pacífico de justicia y no un ataque Foto: Héctor Ricardo García.

LA REACCIÓN

El reino de Gran Bretaña, con sus fuerzas de seguridad en el territorio, no demoró en tomar medidas: rodearon el avión con Infantes de la Marina británica, los apuntaron con reflectores que enceguecían y a través de unos altoparlantes, los ensordecieron con música marcial. También portaban ametralladoras.

Los 18, cercados y con poco margen de negociación, pidieron que viniera el cura de la isla. El párroco accedió y una vez adentro del fuselaje, con el resto de la tripulación y los pasajeros, les dio misa y además de darle misa, los convenció:

_ Salgan y alójense en casas particulares.

De a uno, armados y con la cautela de quien es apuntado desde los cuatro puntos cardinales, los 18 salieron acompañados por el religioso y lograron cobijo en hogares inesperados. Al día siguiente, en una situación que no tenía retorno, el gobierno de las Islas les pidió que se rindieran. Ellos fueron muy claros:

_ ¡No!

24 horas después, la misma situación. El gobierno que usurpaba -y usurpa- las Islas les exigió la rendición y ellos con el no determinante, pero aceptando un paso más hacia la pacificación:

_ No nos rendimos, pero entregamos las armas.

Ya sin armas, la ocupación llegó al final: 36 horas de una sui generis soberanía argentina logró el Operativo Cóndor. Los 18 eran en su mayoría (17) varones y estaban conducidos por el hijo de un histórico del peronismo: el líder del grupo, Dardo Cabo, era hijo del sindicalista Armando, tenía 25 años y se puso al frente de una aventura que podría haberle costado la vida. El riesgo era su moneda corriente. Cabo, que se inició políticamente en el nacionalismo antisemita de Tacuara terminó sus días en el peronismo armado de izquierda. Fue asesinado por la última dictadura.

La mayoría, dijimos, eran varones. Pero no todos. Entre los 18 había una mujer, joven, de apenas 27 años. María Cristina Verrier fue la única fémina. Poco antes de la travesía se había casado con Cabo y había sido fundamental en la previa: sus trabajos de inteligencia facilitaron la tarea posterior. A María Cristina poco le importó que su padre fuera juez de la Corte Suprema y que su tío hubiera sido ministro de Economía de la dictadura de Aramburu. María Cristina se les rebeló como debe rebelarse cada hija ante los mandatos de su padre (y de  los tíos también).

Una vez detenidos, los 18 se pusieron las banderas argentinas en el pecho y fueron subidos a un barco que los llevó a  Tierra del Fuego, donde quedaron prisioneros de la dictadura de Juan Carlos Onganía. En esas prisiones pasaron su luna de miel Dardo y María Cristina.

El líder de los 18 dijo entonces:

_ Fui a reafirmar la soberanía de las Islas y nunca me entregué. Tan sólo acepté el hospedaje de la Iglesia Católica.

*

Cabo, que tendría un devenir trágico en los ‘70, estaba movilizado, en su historia personal, no sólo por el protagonismo de su padre al lado del peronismo histórico y sus claros sentimientos nacionalistas. Un hecho ocurrido en su niñez lo marcó para siempre. En junio de 1955 tenía apenas 14 años cuando, en pleno centro de la ciudad de Buenos  Aires, uno de los aviones que llevaba la leyenda Cristo Vence en sus alas bombardeó Plaza de Mayo y mató a su madre. El objetivo era derribar a Perón, pero antes asesinaron a cientos de civiles en la plaza más importante del país.

María Cristina Verrier, la única mujer de los 18, falleció en 2003. Durante sus últimos años no quiso hablar más de aquella historia. Su última aparición pública fue en 2012 en la Quinta de Olivos. La presidenta de entonces la recibió porque María Cristina tenía un regalo para hacerle: las siete banderas que flamearon en las Malvinas.

Una de ellas hoy está en el Salón de los Pasos Perdidos. Fue la última bandera que besó el suelo de las Malvinas. Para que eso sucediera, hicieron falta 18 jovencitos. 18 jovencitos dispuestos a todo.