En 1914 vio la luz por primera vez y desde entonces el libro forma parte del catalogo de literatura infantil, a lo sumo juvenil. El problema está en que su autor, el Nobel Jiménez, en el primer prólogo del  libro del burro fue muy claro, pese a que nunca quisimos escucharlo, o leerlo:

- Yo nunca he escrito ni escribiré nada para niños.

El libro no es para niños. Tampoco para niñas.

Pero claro: como el editor no sabía dónde meter ese conjunto de capítulos desordenados que le había mandado el mismo Jiménez, el libro fue a parar a una colección juvenil. Algunos maestros de escuela lo descubrieron, lo leyeron, les gustó y se lo dieron a sus alumnos como tarea escolar. Y así empezó a correr en las escuelas una obra que había sido pensada con otros fines, pero que nadie se detuvo a pensar.

“Se hizo una interpretación sentimentaloide que nada tenía que ver con la realidad. Le han hecho muy mal las instancias escolares... Hay mucha crueldad en Platero y yo”, supo decir Jorge Urrutia Gómez, académico español y seguidor crítico de la obra. Urrutia Gómez fue claro (atención):

- La obra habla de sexo, trabajo infantil y hasta del sacrificio de algunos animales.

Veganos y veganas, ¿se viene la cancelación  de Platero y yo?

“Platero y yo –dice el especialista- se podría haber llamado ‘Yo y Yo’, porque el burro Platero no es más que el poeta. Se trata del enfrentamiento del poeta consigo mismo, de un enfrentamiento con la vida, que inevitablemente terminará en la muerte, eso es Platero y yo”.

¿Escucharon? La muerte. Eso es Platero y yo.

Ante esta confesión que modifica nuestra perspectiva del mundo, revisemos el inicio de la obra:

- Platero es pequeño, peludo, suave; tan blando por fuera, que se diría todo de algodón, que no lleva huesos.
 
¿Vieron? Ahora las interpretaciones son un poco más amplias.

Es momento, más de un siglo después de la aparición del clásico de Juan Ramón Jiménez, de sacá el libro del estante de volúmenes infantiles y ponerlo al lado de los de Bukowski.