Compartimos esta reflexión de la autora con respecto a su libro.

Macromoraleja de las microfábulas:

Toda fábula es un mundo, acotado en este caso por exigencias de la minificción pero ampliado hasta el paroxismo (para usar un término lewiscarrolliano) gracias a los geniales dibujos de Lorenzo (Lolo) Amengual, que trascienden el concepto de mera ilustración y nos guían por inesperados caminos de comprensión, sorpresa y juego que requieren su propio tiempo de lectura. Por mi parte, dice la autora,  una moraleja, me aclara con poco estilo pero no sin exactitud la inefable Wikipedia, “es una enseñanza que el que escribe quiere transmitir como mensaje de su obra y se emplea principalmente en obras normalmente dirigidas a adultos”.

Macro, en cambio pretende equipararse al super-supermercado abarcativo. Así, la Macromoraleja de las microfábulas habrá de bordarse alrededor de la idea de complicidad y sobretodo de agradecimiento, moraleja sui generis que será en realidad una nómina de los amigos que se han ido concatenando para generar el presente Abecedario Ilustrado.

Cómo empezó todo:

En una mesa, no una mesa redonda como sería dable temer, sino una mesa festiva de cervecería. Estábamos allí al cabo de un encuentro literario cuando un nuevo amigo poeta, Miroslav Scheuba, me confesó que, inspirado en un muy viejo cuentito mío (que gracias a Francisca Noguerol y a la Universidad de Salamanca descubrí muy a posteriori se trataba de un microrrelato de la primera hora), se había propuesto escribir un abecedario de fábulas. Pero no encontraba animal con W, se lamentó. El wombat, le soplé de inmediato dado que la fauna australina siempre me atrajo en más de un sentido. El wombat. Y esa misma noche cuando volví a casa busqué la foto del simpático chanchoperro salvaje, lanudo y pardo, y le escribí una sugerencia sobre el worm en la web con wanadoo.

Pero resultó que el planteo de Miros era muy distinto, por lo cual con su anuencia me lancé a esta aventura “uniletrada”. Mi propuesta era simple: usar sólo palabras que empezaran con la letra correspondiente, salvo artículos y preposiciones. Y se dieron a aflorar con bastante espontaneidad estas microfábulas, sorprendiéndome con cada resolución. Porque para eso sirven las constricciones: para encontrar una historia cerrada y coherente donde menos se piensa, para atar cabos insólitos y locos hasta llegar a conclusiones razonables. En la semi-duermevela del despertar matinal empezaba yo a barajar palabras que empezaban con idéntica letra, basándolas en nombres de animales claro está, y las fabulitas se iban gestando. Como creo habitar a mis anchas en el lenguaje, el desafío me estimulaba. En algunas oportunidades tuve un acompañante silencioso, mi amigo y profesor de yoga Miguel Ángel Pérez. Suelo ser errática, el yoga se vuelve ecléctico y algunas clases transcurren frente al lago de Palermo, por lo cual en el camino me dedicaba a lanzar palabras hermanadas.

“Paquidermos, pterodáctilos y palmípedos, la plena patota”, recuerdo fue una de las peripatéticas frases que nació con displicencia, sin buscarla. A partir de allí era menester seguir el enunciado y alcanzar una meta imprevisible, que en ese caso particular me llenó de alegría.

¿Qué otro bicho sino el pelícano podría descender de tal caterva bizarra? Pensándolo bien, la meditación y el despertar (no de la conciencia sino del humilde sueño nocturno) deben de tener la misma calidad disparadora de dislates coherentes; obra de las ondas alfa, quizá. He mencionado sólo dos eslabones en la cadena de amigos. Siguen las firmas. Porque en aquella mesa de cervecería conocí también a Raúl Manrique quien junto con Claudio Pérez Míguez tiene en Madrid una editorial de libros para bibliófilos, Del Centro Editores. Raúl me pidió una obra, y como fue testigo de aquella conversación inicial, cuando estuvieron listas le mandé las microfábulas. Ellos produjeron una exquisita edición numerada, en caja, cada letra por separado con su capitular de portada, bella obra del conocido artista español Rufino de Mingo. Pero los queridos animales fabulosos allá lejos en España y yo acá, en la Argentina. Por eso aspiré a una edición con artista local, algo sencillo. Y dado que las fabulitas son de fiesta, fue naturalmente en una celebración en casa de Martha Dujovne y Víctor de Zavalía que encontré a Amengual, quien acababa de completar sus dibujos sobre los números de la quiniela y la timba. ¿No tendrás por casualidad un abecedario? le pregunté como al descuido. Puede ser, me dijo. Sin demasiadas esperanzas al tiempo le hice llegar el manuscrito. Él se lanzó a volar yendo mucho más allá de las capitulares esperadas. Se mandó toda una novela para cada una de las microfábulas. Minuciosa interpretación detalle por detalle, confiriéndoles una vida y una dimensión – geográfica, semántica y hasta política– impensada, destacando con su mordaz y genial trazo el humor hasta darle ribetes de tragedia Cómica, por cierto.