Siempre dudé si el autor de lo que sigue era Isaa Asimov o el que esto escribe. Y no es petulancia, porque no es alardear de saber más de lo que se sabe sino ignorar indisimulablemente.

De todos modos, no pude encontrar el argumente ni en los libros de Asimov ni en mis apuntes.

La hipotética acción transcurre en un futuro indefinido .en el que los sabios de todo el sistema solar deciden diseñar una computadora que contuviera todos los saberes de la humanidad desde su punto cero.

Tanto “progreso” fue frenado por antiguas costumbres devenidas en vicios al parecer insanables: había que inaugurar el aparato, como antiguamente las estatuas, y ponerlo en valor, como antiguamente los discursos.

El privilegio recayó en el sabio más viejo (otra creencia errónea) y en él se delegó la forma de la inauguración.

El día indicado, el sabio se adelantó y le preguntó al engendro: “¿Dios existe?

Y la flamante construcción respondió : “Ahora si…”

De cualquier modo, nosotros los agnósticos  no nos asomamos al abismo del ateísmo. Quizás por la misma razón del científico aquel amigo de Quino que decía no poder ser ateo porque no podía demostrar científicamente la no existencia de Dios.

Quizás, y más modestamente como uno porque quizás sea mejor creer en un Dios que quizás no exista que no creer en una Dios que quizás si.

Cuando me pregunté a mi mismo si yo creía que era cierto todo lo que antecede, me respondí:

“Creo que sí….”

Cuando leí a, esta vez sí, Asimov: “Rendirse ante la ignorancia y llamarla Dios, siempre ha sido prematuro y sigue siéndolo hoy”,  fui más suscinto.

Me contesté, simplemte, “#Si…”