Don Martín Miguel, con sus cien gauchos de fuego
La mirada de Manolo Lafuente sobre la figura del gran salteño
Unos consideran a la Historia como un espejo.
Otros, como un espejismo.
Los segundos suelen encontrarse en las derechas; los primeros saben que si la escriben los que ganan, es que hay otra historia.
Allí el revisionismo encuentra grietas como “Patria vieja” y “Patria Nueva”. Antes de que las hicieran guachas, multitud de padres en la victoria, huérfanas en la derrota, las guerras fueron gauchas. Leopoldo Lugones, un cuarto de siglo antes de su infame proclama del golpe de Uriburu, escribió “La guerra gaucha” que llegó al cine con guión de Homero Manzi, esta vez no mirando al sur, paredón y después, sino al norte donde Güemes defendía la frontera de los embates realistas.
La paradoja de la grieta histórica resultó que la clase alta de Salta a la que Güemes exigía fondos necesarios para la defensa nacional, se hacía llamar “Patria Nueva” oponiéndola a la que ellos denominaban “Patria Vieja”, costumbre que las derechas mantienen por otras vías hasta
nuestros días, así como variaron el modus operandi para eliminar la molestia patriótica, entregó la ciudad de Salta a los españoles, y colocó en posición de tiro al sicario que mató al guerrillero
hemofílico, el general se desangró a muerte el 17 de Junio, hoy feriado, como antes había combatido a sangre y fuego a los invasores.
Hoy, la sangre del pueblo corre otra suerte. Gelman escribió que en las pelis los vampiros vestidos de etiqueta, o con batas elegantes, resultan una curiosa y aún indicativa asociación entre vampirismo y clases acomodadas. “No duermen en ataúdes y la mañana los encuentra muy activos en grandes empresas".
Ayer, la batalla de Guemes comenzó a los 14 años cuando se enlistó, pasó por sus 22 años cuando logró el abordaje de un navío inglés en las invasiones ¡a caballo, porque se había varado ante la bajante del río!, hasta los 36 cuando lo mataron por la espalda.
Temido por el puerto que lo equiparaba a Artigas, esos veintidós años siguen haciendo historia, no desde “la burocracia de la historia” como llamaba Cortázar a las efemérides, ni de lo ecuestre de las estatuas que “su memoria procuran decir sin palabras, y nos piden la poca limosna de mirarlas cuando quieren contarnos un cuento de la Patria.”, como escribiera Maria Elena Walsh
Que alguna vez escribiremos y contaremos nosotros.