Mariano Llinás: "Quizás en unos años la cara de Strassera se confunda con la de Darín"
El coguionista de "Argentina, 1985" habla del poder del cine para construir "imágenes que quedan para siempre". "El cine, para bien o para mal, genera imágenes para la memoria", dice.
Hacía bastante tiempo que no asistíamos a un fenómeno cultural que generará tantas interpelaciones a la sociedad. La película “Argentina, 1985” no sólo es un éxito de asistencia de público, un film que abre reconocimientos a nivel internacional, sino una ventana por la que los vientos de la historia llegan hasta el presente. Y, por supuesto, la memoria personal y los relatos que se construyen colectivamente no son fijos ni estancos, se mueven, inquietan, entran en crisis, ensayan nuevas miradas, posibilitan otras preguntas. El Juicio a las Juntas Militares durante el gobierno democrático de Raúl Alfonsín sigue repercutiendo por la magnitud épica de sentar en el banquillo de los acusados a los principales responsables del terrorismo de estado, apenas a poco más de un año de que cayera la Dictadura, que llevaba siete años en el poder y que marcó a sangre el destino de varias generaciones.
Como todos los jueves, en Subversiones, por la FM 102.3, en la sección del Cine Club Municipal Hugo del Carril, entrevistamos con Martín Campos a Mariano Llinás, coguionista de la película dirigida por Santiago Mitre.
—¿Tenían algún tipo de prejuicio o preconcepto con respecto de lo que podría llegar a suceder? ¿Esperaban algo en particular? ¿Se sorprendieron?
—No. Mi mujer actúa en la película, cuando las personas que participaban en la película ya sea en el rodaje, ya sea en el montaje o el armado de sonido, decían que lloraban cuando la veían, entonces uno pensaba que era un poco una exageración, como un cumplido, como una manera de elogiar su actuación, pero no era tan así. Ponían tanto el acento en la palabra llorar. Nos dimos cuenta de que algo así pasaba, que la película generaba ese tipo de cosas muy particulares, es decir cosas que no suelen pasar de una manera tan intensa con una película. Un poco que se confundiera el hecho cinematográfico con aquello sobre lo cual el hecho cinematográfico trata de decir algo.
—Al ser una película completamente cimentada en hechos reales, la investigación es un proceso muy importante. ¿Cómo organizaron todo ese trabajo de investigación necesario para plasmarlo y reproducirlo en la ficción?
—Por una parte, con lo que realmente sabíamos, y después hubo otra parte que tuvo que ver con hacer una investigación que no es una investigación digamos de archivo o una investigación académica. Que te dé imágenes, es decir, entender cómo era eso más allá de los datos, no poner en ese sentido muchísimo más que lo que leímos. La reunión con Julián Strassera, que nos contaba un poco cómo era la vida de su padre, cómo era su padre, no es que ese testimonio fuese más cierto o más valioso que otros, pero para nosotros era de una riqueza total, porque era una persona que nos estaba dando permanentemente imágenes. No es habitual cuando uno hace una película sobre hechos reales tener a alguien que pueda narrarte de manera tan cálida las cosas que sucedieron entonces. Eso tiene que ver con el cine, el cine investiga desde otros lados, no investiga del mismo lugar que un historiador, más allá de que hay una producción bibliográfica, de que es un tema que no tan habitualmente, pero cada tanto, con un efeméride vuelve a aparecer.
—Es como si el juicio a las juntas militares hubiera quedado durante mucho tiempo en una especie de sustrato de la memoria colectiva. Y es como una maniobra muy interesante eso de que, de alguna manera, uno retiene fragmentos y va construyendo su propia memoria para ordenar su relato sobre lo que sucedió. Creo que la película se mete ahí también y es lo que genera, por supuesto, tantas diferentes interpretaciones y contradicciones con esas memorias personales que tal vez nunca alcanzaron y no alcanzarán, una única versión.
—Desde luego. Me da la impresión de que en ese sentido es posible, no sé si es bueno o malo, pero es posible que la película ocupe ese lugar. No sé si eso es bueno o es malo, pero es muy probable que cuando la gente piensa en el juicio de aquí algunos años, la cara de Strassera se confunda con la de Darín. Me parece que eso es algo que puede llegar a pasar, de la misma manera que la gente piensa que Hemingway es Spencer Tracy, de tanto ver “El viejo y el mar” por la televisión. El cine, que para bien o para mal, genera imágenes para la memoria, genera imágenes para siempre, eso es de lo que nos ocupamos de alguna forma. Una película tal vez, de alguna manera, homologa esas imágenes, o las objetiviza. Veremos, no sé qué es lo que va a pasar, es muy nuevo para mí.
—¿Sentían esa presión, ese compromiso por la precisión a la hora de contar sabiendo que podía ocurrir eso?
—Yo creo que la que de alguna manera tomamos la decisión de sobreponernos a esa presión. Había una una cantidad de factores limitantes tan grandes en esta película. El hecho de que fuese una película sobre un tema importante, sobre un tema real, el hecho de que fuese una película sobre la cual todo el mundo tenía algo para decir, un tema que tenía que ver con los derechos humanos, con la dictadura. Había muchísimos condicionantes y yo siento que el gran desafío era hacer cine pese a esos condicionantes, es decir, hacer algo que de alguna manera no estuviese marcado o fuera el resultado de esos condicionantes que es lo que a menudo pasa con el cine nacional. En ese sentido, tengo la esperanza de que con la película no pasó. Esto es precisamente porque la gente vio cine y no vio un objeto marmóreo o no vio una efeméride o no vio una especie de acto escolar. Me da la impresión, quiero creer que hay algo del cine, que es lo que generó esa conmoción pensando un poco en esas diferentes miradas.
—Por ahí estamos hablando desde unas generaciones más o menos contemporáneas a esos momentos históricos. Pero, ¿cómo pensaron la visión de las nuevas generaciones, que no habían nacido en 1985? Justamente, muy alejadas de ese contexto sociopolítico histórico del momento, y que incluso replican muchos discursos que niegan lo que ocurrió durante la dictadura con el terrorismo de Estado.
—La verdad, tengo que admitir que para mí esta situación es una sorpresa. Vos tenés que pensar algo, vos tenés que pensar que la película. Nosotros la empezamos a escribir hace cinco años más o menos. La pensamos en un terreno que era muy diferente. Cuando empezamos a escribir la película era el gobierno de Macri, no había existido la pandemia, este era muy incierto, era imposible imaginarse cómo iba a ser la situación en la que iba a estar el país, quién iba a estar en el gobierno. Hace tres años, la juventud “facha” no existía o si existía no tenía la contundencia que tiene ahora. Un tipo como Milei no estaba en el radar. Cuando la gente dice qué bueno que en este momento surja una película así, hace tres años era distinto. La idea de estos tipos jugando a la Bolsonaro, este tipo de fenómenos no eran tan intensos como ahora. Entonces, la respuesta sería que nos encontramos con esto. Si la película ayuda a contribuir a ese debate bienvenido sea, desde luego. Pero era verdaderamente inimaginable el panorama este, no había nada de eso, esa especie de euforia de ultraderecha juvenil, no, no existía, es algo con lo que nos sorprendemos como el resto de la gente.
Argentina, 1985, se estrenó en la sala Municipal este jueves, sigue en cartel en varias salas independientes y se estrenó en la plataforma Amazon Prime. Además de competir por el Oscar, cosechar premios y elogios en todo el mundo, el interés y el debate que produce el film, habla de la necesidad de seguir produciendo cine argentino que proyecte esas identidades abiertas, diversas y dinámicas, como la memoria, como el presente, como lo que vendrá.
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