La escritora Angélica Gorodischer, una voz fundamental en la literatura argentina, murió este sábado. La autora de "Trafalgar," y "Kalpa Imperial "entre otras obras, tenía 93 años y su fallecimiento fue por causas naturales.

Angélica Beatriz del Rosario Arcal tal  su verdadero nombre, había nacido el 28 de julio de 1928 en Buenos Aires y vivió  desde pequeña en la ciudad santafesina. Estudió en la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad Nacional del Litoral y trabajó como bibliotecaria

Frontal, lúcida, escuchá sus reflexiones con respecto al feminismo...

Club de lectura de Rosario 3: Angélica Gorodischer

En 1979, aparece "Trafalgar", una de sus obras más reconocidas, una colección de relatos basada en Trafalgar Medrano, un personaje de Rosario fruto de su imaginación, que vivía aventuras en un planeta lejano.

Previamente en 1965 se había conocido "Cuentos con soldados" y posteriormente " Opus dos", su primera novela.

 En 1988 recibió una beca Fulbright, que le ayudó a participar en el International Writing Program de la Univesidad de Iowa. También enseñado en la Universidad del Norte de Colorado. Antes, en 1983 se había conocido " Kalpa Imperial" y luego en 1985 se publicó "Floreros de alabastro, alfombras de bokhara", que le valio el Premio Emecé..

 Una figura reconocida de la literatura fantasy y sci-fi, como Ursula K. Le Guin, tradujo "Kalpa Imperial" al inglés lo que le presentó un nuevo caudal de lectores en ese idioma.

"Las señoras de la calle Brenner" (2012) y "Palito de naranjo" (2014) fueron sus últimas novelas. La colección de relatos "Coro cuentos", de 2017, fue su última obra publicada.

Angélica Gorodischer padecía de cáncer razón por la que en 2011 publicó "Diario de un tratamiento" donde cuenta cómo sobrellevaba la enfermedad.

Innumerables voces de colegas, amigos y lectores se suman en las redes sociales con palabras de pena por su fallecimiento.

Lecturas que ella comentaba y sugería... Da gusto escucharla...

¿Qué leen los que escriben? Angélica Gorodischer - Audiovideoteca de Buenos Aires

(Fuente: Página 12)

Para conocer su pulso.

Compartimos un fragmento de "Doquier" una de sus grandes novelas...

“Y sin embargo, algo hay. Hay algo que impide que seamos animales o piedras, cosas muertas, residuos. Hay algo que nos sustenta y que nos apremia.  Hay algo que nos rige con la mano lo suficientemente suelta como para que sintamos que somos dueños de nuestra vida y de nuestra muerte. Hay algo que está en alguna parte, no precisamente en el cielo y sí quizás junto a cada una y cada uno de los seres que habitamos este mundo. O dentro y fuera. O en el sol dueño de la vida. O en el oro, otro sol, misterio de la tierra y locura de los hombres. O en la sombra que nos espera del otro lado de la puerta. Algo hay. Algo que Alarico ya conoce y yo aún no.

Él se debate en las sombras. O es polvo, ceniza, escombros, pavesa, una arista de oscuridad sin voz, sin garras sin pecho, sin espalda y sin estómago, con solamente un resto de conciencia suficiente como para saber de su condición, nada  más; suficiente como para atormentarse,  nada más. Quizá, y ese sería su suplicio, quizá con recuerdos, nada más. O está entero, como en el día en el que la lanza lo atravesó, pero grita y nadie lo oye, cabalga y no va a ninguna parte, estira las manos y solo puede asir el aire quemante, tiene hambre y sed pero no puede comer ni beber y la herida le escuece pero no puede aliviarla con nada, ni siquiera con la muerte, porque eso es la muerte.

¿Y si no fuera así? ¿Si ese algo que hay y que sospecho fuera el saber? ¿Si no hubiera castigos ni premios sino un asomarse al conocimiento guiados por una serpiente con alas? Saber todo y saber lo que hubiera podido ser y no fue y saber que no fue porque lo echamos todo a perder en algún momento, una hora, un minuto, un segundo de locura, menos de un segundo, una fracción, la exhalación de un pensamiento o un deseo, o un capricho y menos también. Saber, Alarico, que hubiera podido ser dueño del mundo con solo no haber dado vuelta la cabeza, no haber matado al mensajero, haber escuchado al arúspice, haber avanzado cuando todo le decía que debía retroceder, haberse levantado del lecho una hora más temprano, no haber degollado a aquella cautiva, haber mirado los cielos la noche antes de la batalla, algo, algo que ni él ni yo sabremos nunca qué fue.

Saber yo que no debería haber salido con armas aquella noche, que tendría que haberme embarcado hacia otros rumbos, que si no hubiera conocido a algunas gentes hoy no tendría que preocuparme por el cálculo de las noches sin luna, que más me valdría haber tenido hijos. Yo hubiese sido un buen padre, y si es por eso también hubiese sido una buena madre. Saber, eso que te persigue sin descanso, el saber del ojo que vigila a Caín, eso es el peor de los destinos y lo es porque somos de barro. Es más, lo es porque el  barro del que estamos hechos es sublime y porque el barrunto del saber y la seguridad de que no nos salvará de nosotros mismos no nos impide seguir buscando, destilando, componiendo frases con palabras, himnos con notas y teoremas con números.

Todo lo que Alarico sabía era que necesitaba tener el mundo entre las manos, ser el señor de la vida y de la muerte de los demás, saquear esa ciudad orgullosa que se deshacía bajo la presión de los años y de la estupidez humana pero que seguía siendo la cabeza del imperio. Sabía que no le bastaba con un reino,  ni con la victoria en mil batallas, sabía que lo quería todo y que no se iba a contentar con menos. Cuando el todo fue una  lanza empuñada por vaya a saber qué oscuro mercenario, que se emborracharía la noche siguiente con el vino, que le comprarían las pocas monedas recibidas por su hazaña y que moriría bajo el acero o en el potro sin sospechar que había cambiado la historia; cuando ese todo le abrió el cuerpo y puso su barro y su sangre bajo el cielo púrpura de la guerra, entonces, ahí, el rey supo, pero ya era tarde y ahora, dueño de las respuestas, gira barro seco, polvo, pavesa, en el teatro que el cura de la Anunciación puede llamar La Más Alta Justicia.

Y sin embargo yo, inmóvil en mi sillón, envidio el saber de Alarico. Mala persona, un bergante, cubierto de cicatrices y de mugre, bruto, desdeñoso de lo que no podía comprender, sediento de oro y de sangre y de poder, apenas un nombre y execrado, en los tratados de los historiadores, lo veo desde acá como un bendecido por los dioses: le dieron un sueño que no cabía en el mundo conocido y le dieron el ímpetu y la resolución para perseguirlo. Un asesino sin duda, pero cuántos de nosotros no lo somos, y mezquinos además, menguados de coraje y de quimera, parroquiales como las mujercitas medrosas que no osan mirar por encima del hombro cuando  van a misa de seis, como loa cagatintas aferrados a su reino de astucias mínimas, como los señorones de fuste y galera que pisan el mundo con cuidado para no herirlo y que no los hiera.

No a él, no al rey bárbaro pero sí su saber, eso quisiera alcanzar. Mi saber se limita y ésa es la palabra justa, se limita, a las paredes de mi casa.”

(Fragmento de la novela publicada por Emecé en el año 2002)