Cuchi Leguizamón: el legado interminable de un artista que casi no grabó
Se cumple un nuevo aniversario del nacimiento de un músico inmortal. Su arte ha prescindido incluso de los soportes: una única experiencia en estudio para una obra que ha trascendido fronteras y generaciones, llegando al mito de la autoría anónima. Algunas zambas y chacareras para apreciar a un genio del paisaje, la guitarra y el piano.
Profundamente criollo y universal a un mismo tiempo, Gustavo Cuchi Leguizamón dejó un legado que descansa sobre una paradoja, que lo hace aún más genial: casi sin haber entrado a estudio (desconfiaba con confianza del negocio de las discográficas y los pocos registros que dejó son más bien producto del azar, grabaciones en vivo) sus melodías accedieron al mito de la autoría anónima, el último escalón del arte antes de desaparecer: sacar el yo, quitar el ego, para que algo sea de todos.
Las propias palabras de Leguizamón, que fue siempre un apasionado por los detalles:
“Estoy harto de vivir en la discordia humana. En cambio, me produce una gran satisfacción ver una vieja en el mercado tarareando una música mía. Una vez venía bastante enojado con todos estos inconvenientes que tiene la vida, y un changuito pasó en bicicleta, silbando la Zamba del pañuelo. Entonces lo paro y le pregunto qué es lo que silba: `No sé; me gusta y por eso lo silbo ́, me contestó”.
Padre de hits absolutos del folklore argentino y la música latinoamericana, un clásico por fuera de los medios y las modas, un héroe de sí mismo: sus situaciones de confort (el Dr. Leguizamón se graduó en derecho en la Universidad de La Plata, fue diputado provincial, detentó una genealogía aristocrática que se remonta a los días de Don Martín de Güemes) no le impidieron a los treinta años sacarse el saco y la corbata, tirarse de cabeza a su pasión: la música, el piano, las tertulias. Quería convertirse en el hombre que siempre fue.
Picaresca y cultura popular, un hombre encantador:
"¿Sabés qué decía Sarmiento? `Odio la vejez porque me aleja del amor´. A mí no me aleja del amor nadie, ni la vejez”, se lo escucha decir en su segunda participación en Badía y Cía., en 1985.
Nació en Salta el 29 de septiembre de 1917. En Salta vivió toda su vida. Y en Salta murió. Y es por eso que allí sigue vivo, observando a los salteños desde un ángulo de la hermosa Plaza 9 de julio: en bronce, imperturbable, parece esperar que le alcancen la guitarra, traigan las empanadas y sirvan el vino. Una escena bíblica. Prócer total de la ciudad y los cerros que la rodean.
Los 105 años de su nacimiento son sólo una excusa periodística (el periodismo es el oficio de la excusa; no tengo pruebas tampoco dudas) para traer aquí la figura eterna de Cuchi Leguizamón: hay que volver cada tanto a su obra.
Hablando de los pocos registros que pueden encontrarse de su magia, es posible conseguir en CD su concierto de 1983 en Rosario, rescatado por Melopea. El sonido, bastante bueno por haber sido extraído de cintas de casetes, muestra la pureza armónica y la técnica personal de Leguizamón al piano, separando cada canción con anécdotas y elucubraciones delirantes y líneas dispersas de sabiduría popular.
Una maravilla:
Gustavo Leguizamón fue autor de más de 800 obras; muchas de ellas clásicos absolutos del folklore argentino, músicas de decidido encastre popular, mucha picaresca y sofisticación, a la altura del bagaje y el fino gusto del artista, donde se mezclaban la música de cámara, el jazz, los ritmos nacidos al ocaso del virreinato, la música blanca y la música negra. Personalmente, creo que es el Thelonious Monk criollo.
Le debemos a él la belleza del Dúo Salteño. Ese experimento del que Leguizamón fue director y cerebro: delicado trabajo vocal del dúo, siempre en contrapunto y evitando el unísono, sobre las zambas punteadas con sentimiento. La modernidad del trabajo del dúo denota un autor sensible y con mucha música encima.
Junto al poeta Manuel Castilla, su “amigoalma” con el que recorrió ese norte mítico encontrando personajes que se hicieron canción y leyenda, como Eulogia Tapia (gran cantora de bagualas) o el hachero Maturana (el chileno famoso por sus asados). Juntos compusieron cientos de zambas, chacareras, carnavalitos y vidalas. “En toda zamba hay una baguala dormida”, decía Cuchi.
Otro personaje entrañable es el panadero Don Juan Riera, de origen español y extracción anarquista, quien vivía cerca del domicilio de Castilla. El panadero dejaba de noche la puerta abierta para aquellos que padecían hambre. “Qué lindo que yo me acuerde”. Una versión potente es la de Raúl Carnota:
“Muchos creen que los personajes de las letras de Castilla son ficticios. Pero son todos reales. La vida tuvo una gran generosidad para ese gran poeta: le mostró todo lo que él quería ver con nombre y apellido”.
Los cerros, las distancias, forjaron el estilo vocal de Leguizamón: un poco a los gritos diferenciando bien cada nota por sobre nota. Además de un pianista con instinto fue un grandioso guitarrista que volcaba toda su fuerza sobre el instrumento:
Claudio Koremblit, responsable del Archivo Armusa, es el director del documental Gustavo Leguizamón, creando la tierra. Hoy, al cumplirse 105 años del nacimiento, el documental está liberado por 24 horas en YouTube. Puede verse aquí.
En contacto con Cba24n, Koremblit contó que existe la posibilidad de poder proyectar el film en Córdoba, algo que aún no está confirmado.
Koremblit fue el productor televisivo del ciclo Badía y Cía. Leguizamón pasó por el programa de TV en dos oportunidades, en 1984 y 1985. El siguiente fragmento, también disponible en el YouTube de Armusa, corresponde al homenaje que desde el ciclo hicieran a Cuchi Leguizamón.
Difícil no querer a un hombre tan modesto, gracioso y sensible, que dejó músicas inolvidables.
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