En dos días como presidente, termino con la guerra en Ucrania, solo tomando el teléfono”, había dicho en campaña el actual presidente de Estados Unidos, Donald Trump. Sin embargo, ya pasaron dos meses, y … nada. Nada concreto, mucho ruido y pocas nueces. 

Que se involucró, sí que se involucró. Primero cortó parcialmente el financiamiento bélico a Ucrania y luego humilló públicamente a Volodimir Zelenski, el otrora abanderado de todas las causas buenas para Occidente. Zelenski pasó directamente de ser el paladín de la libertad a ser “un dictador sin legitimidad, un corrupto y un inútil”.

Luego, Trump presionó más fuerte para que Ucrania se siente a negociar con Rusia el final de la guerra, convencido de que el trabajo sucio ya se había hecho (esmerilar a Rusia, golpear duramente a la Unión Europea y destruir totalmente a Ucrania) y que era la hora de levantar la cosecha. Para eso, impuso a Kiev un acuerdo verdaderamente humillante, quedarse con los recursos energéticos, con las tierras raras, y, sobre todo, con el multimillonario negocio de la reconstrucción. No olvidemos que el “presidente” Trump sigue pensando como un empresario desarrollista inmobiliario. 

Mandó delegaciones de alto nivel a Arabia Saudita para discutir con Rusia estos temas y, en definitiva, para repartirse Ucrania. Reconoció los motivos de Rusia para iniciar esta guerra, que en realidad son muy atendibles: principalmente, que la OTAN no se siguiera expandiendo amenazantemente hacia las fronteras rusas, y también mantener los territorios habitados por rusos como Crimea y el Donbás. 

Son bases claras y sólidas sobre las cuales, sentarse a negociar. Pero hay un gran problema, ¿negociar qué? Y eso fue lo que le respondió Putin a Trump en la famosa conversación telefónica de una hora y media. ¿Qué podemos negociar, con quién, cómo se puede constatar el respeto de una tregua, qué pasará con los prisioneros de ambos bandos, qué pasará con los soldados ucranianos que siguen en la provincia rusa de Kursk? Y muchas preguntas más. Vamos por partes. 

La primera pregunta es con quién negociar. Zelenski es un presidente ilegítimo, porque su mandato venció en mayo de 2024 y por una triquñuela política, apelando a la guerra y a la ley marcial, él se perpetró en el poder sin elecciones. No lo dice solo Putin, sino que ahora también Trump. Por lo tanto, es fundamental negociar un acuerdo de paz con un representante legítimo de Ucrania, porque todo lo que firme Zelenski, podría ser que un futuro gobernante legítimo de Ucrania desconozca todo esto. Pensemos que ya en 1870, cuando los alemanes ganan la Guerra Franco-Prusiana, Otto Von Bismark pide inmediatamente un paso al costado de Napoleón III y que haya elecciones legítimas en Francia para poder firmar la paz. Este concepto es fundamental.

Por otra parte, ¿el propio Estados Unidos realmente puede fungir como mediador?, si fue verdaderamente un beligerante desde el principio de esta guerra. La guerra, en realidad, fue de la OTAN contra Rusia, y dentro de la OTAN, sobre todo Estados Unidos fue fundamental en estos tres años en mantener la capacidad bélica de Ucrania. Es cierto que ya no está Biden y ahora está Trump, pero es el mismo país. Por lo tanto, un beligerante no puede actuar como mediador. Pero hay algo más, y muy importante, Estados Unidos (junto con la Unión Europea, la OTAN y Ucrania) es un y menos que menos puede imponer las condiciones, porque es un beligerante que va perdiendo la guerra. Y nunca, en la historia de la humanidad, se ha visto a un perdedor que le imponga condiciones a un ganador. 

Además, Estados Unidos, en franca decadencia política, moral, económica y diplomática, está mostrando cómo ya no tiene la influencia internacional de otrora. Europa no le responde más, y se carcome por dentro en luchas intestinas entre los guerreristas que quieren seguir con esta aventura (Francia, el Reino Unido y la Unión Europea) y los que no quieren por nada del mundo (Hungría, Italia, principalmente). Luego hay países que están en el medio: Alemania, España, entre otros. 

Y lo más importante, Trump se arroga el poder de manejar a discreción a Ucrania, y lo cierto es que hasta ahora no ha logrado nada. La incipiente tregua fue rota varias veces por los ucranianos atacando centrales energéticas en Rusia. Y más allá de los desplantes y los insultos contra Zelenski, éste sigue vociferando por redes sociales o en entrevistas periodísticas, como si estuviera ganando una guerra que va perdiendo por goleada. 

Así las cosas, es difícil pensar en el fin definitivo de esta guerra. Con Zelenski cada vez más desquiciado, con una Europa rota y desorientada, con un Estados Unidos que quiere pero que no puede, y con una Rusia que desconfía de todos.