Del inodoro a la canilla: nueva tendencia para enfrentar la escasez de agua
En varias ciudades se está ensayando inyectar en los acuíferos aguas residuales tratadas. La estrategia, rechazada en los 90, es cada vez más común, ya que la gran demanda y el cambio climático ejercen presión sobre el suministro de agua.
No es una novedad que el agua dulce es un recurso finito y agotándose. Del total de agua en la Tierra, el agua salada —océanos, mares y aguas subterráneas saladas— representa alrededor del 97 % del total. Solo entre 2,5 y 2,75 % es agua dulce, incluyendo que hasta el 2 % está congelada en glaciares, hielo y nieve, hasta 0,8 % en aguas subterráneas dulces, y en la humedad del suelo, y menos de 0,01 % del total es agua superficial encontrado en lagos, pantanos y ríos.
El agua dulce no es verdaderamente “dulce”, no tiene azúcares disueltos; simplemente se llama así para diferenciarla del agua “salada” o de mar. La distinción cobra peso porque muchos organismos, incluyendo la gran mayoría de las plantas superiores y de los mamíferos, deben tener acceso a agua dulce para sobrevivir.
Paradójicamente, el agua dulce tiene normalmente, sales; que no son la sal que “sala” (el cloruro de sodio) sino una diversidad de minerales, en muchos casos nutricionalmente indispensables. Su composición es compleja y variable y depende de muy muchos factores. Entre otros, de cómo se contamina con diversas sustancias que filtran hasta las napas subterráneas.
Ahora, para paliar la creciente escasez del recurso ¿estaríamos dispuestos a tolerar que aguas residuales urbanas sean inyectadas en las napas subterráneas de las que luego extraeremos agua para uso de red?
Una práctica creciente
La creciente demanda, tanto para uso doméstico como para uso industrial (por lejos el principal consumo de agua dulce de red) hace que flaqueen los cálculos y previsiones de ingeniería, aún en regiones en dónde no hay problemas de sequía.
Por ejemplo, según la cronica que publica The New York Times, es el caso de la región de Hampton Roads, en la esquina sureste del estado de Virginia en Estados Unidos. Allí están extrayendo agua subterránea más rápido de lo que el sistema natural la regenera.
Las casas e industrias en el área extraen alrededor de 500 millones de litros de agua subterránea cada día. En esa región, el reabastecimiento natural del acuífero es muy lento porque capas de arcillas impermeables y rocas debajo de la superficie dificultan que el agua de lluvia se filtre nuevamente al suelo.
Incluso si dejase de extraer agua subterránea hoy, el acuífero tardaría miles de años en volver a llenarse, por lo que la fuente primordial de agua se agota. Pero además, sin suficiente agua para ayudar a sostener el suelo, los sedimentos subyacentes caen sobre sí mismos y la superficie se derrumba. Literalmente, el suelo colapsa.
A grandes males, grandes residuos
En 2018 el Distrito de Saneamiento de Hampton Roads adoptó un enfoque muy directo para la reposición de aguas subterráneas con el proyecto llamado “Iniciativa de Agua Sostenible para el Mañana (SWIFT por sus siglas en inglés).
Nos puede dar un poco de “asquito”: buscaron una solución en las alcantarillas.
Todos los días, el sistema de saneamiento de la región toma unos 4 millones de litros de aguas residuales tratadas y las bombea de vuelta al acuífero. Los planes son llegar a unos 400 millones de litros en 2032, el 80% de lo que hoy se extrae. Como referencia, esa cantidad es prácticamente el consumo diario de agua potable de la ciudad de Córdoba.
Básicamente el proceso consiste en que los sistemas de alcantarillado del distrito envíen las aguas residuales a plantas de tratamiento que eliminan nutrientes y bacterias. En el centro de investigación SWIFT en Suffolk esa agua pasa por un tratamiento adicional que desinfecta, filtra los contaminantes y patógenos, y devuelve al agua su potabilidad. En el proceso también se ajustan la acidez y los niveles de oxígeno disuelto para que el agua sea apropiada para el acuífero.
Una vez tratada el agua es devuelva al acuífero a través de un pozo de recarga que la libera a niveles variables entre los 150 y 400 metros debajo de la superficie. El acuífero actúa como un amortiguador ambiental, proporcionando esencialmente otro nivel de tratamiento a medida que el agua se filtra lentamente a través de los suelos.
Además de apuntalar el acuífero, el proyecto también debería, cuando se implemente por completo, eliminar alrededor del 90 por ciento de la descarga de aguas residuales del distrito.
En esta fase piloto, con apenas el 1% del volumen proyectado, los investigadores del Servicio Geológico de los Estados Unidos afirman que ya han notado ligeras mejoras en el acuífero.
Convertir las aguas residuales en agua potable es costoso. Se espera que la próxima planta SWIFT a gran escala, que tratará hasta 55 millones de litros de aguas residuales por día, costará más de 650 millones de dólares, que se financiarán en parte por los clientes y en parte con préstamos de la Agencia de Protección Ambiental. Eso no incluye el mantenimiento y la operación diaria, que tendrá un costo estimado de 7,2 millones de dólares al año.
Los defensores del modelo argumentan que otra ventaja del sistema es prevenir la contaminación de los acuíferos con agua salada. Como el calentamiento global hace que suba el nivel del mar hay un mayor riesgo de inundación y de que el agua salada invada o contamine fuentes de agua dulce, especialmente los aquíferos en retroceso.
Tendencia nacional
Según el referido artículo, no se trata de un caso aislado, sino que en todo el país, ciudades y pueblos recurren cada vez más a las aguas residuales tratadas para aumentar su disponibilidad de agua potable.
De hecho, la cantidad de proyectos de reutilización de agua potable se ha cuadruplicado en las últimas dos décadas, según datos recopilados por la Alianza Nacional para la Innovación del Agua, un programa de investigación financiado por el Departamento de Energía de los Estados Unidos.
Hay proyectos similares en California y otros estados afectados por sequías como Texas que, en algunos casos, imponen restricciones obligatorias de agua en hogares y negocios para reducir el consumo. Algunos de ellos incluso canalizan directamente las aguas residuales tratadas para su uso como agua potable, sin un amortiguador ambiental como un acuífero.
Es difícil no preguntarse si uno estaría dispuesto a beber agua de la canilla, sabiendo cómo fue su recorrido. No hace mucho tiempo, la idea fue descartada por demasiado costosa y desagradable. Los esfuerzos en la década de 1990 para desarrollar la reutilización del agua en San Diego y Los Ángeles, por ejemplo, fueron rechazados por activistas que denunciaron lo que llamaron un sistema "del inodoro a la canilla".
Independientemente de las preferencias personales, la creciente aceptación de los proyectos de reutilización de aguas residuales refleja un gesto de pragmatismo que los gobiernos adoptan a medida que crece la presión sobre el suministro de agua con el cambio climático y el crecimiento de la población, incluso en las regiones que no enfrentan sequías prolongadas.