Disminuir el uso de energía fósil no alcanzará: hay que dejar de comer carne
Las emisiones de los alimentos por si solas provocarían un calentamiento superior al límite de 1,5 ° para el año 2100.
Las dos grandes fuentes de emisiones de gases de efecto invernadero son la energía y la producción de alimentos. A veces se argumenta que deberíamos centrarnos en disminuir las emisiones de una u otra.
Ésta es una falsa dicotomía. No podemos abordar el cambio climático sin alejarnos de los combustibles fósiles. Pero tampoco el mundo alcanzará los objetivos climáticos sin abordar una reducción en los gases de efecto invernadero que se generan en la producción y consumo mundial de alimentos.
Incluso si detuviéramos completamente las emisiones de combustibles fósiles en este momento, la producción y consumo de alimentos por sí sola impulsaría el aumento de la temperatura promedio del mundo mucho más allá del 1,5 °C, presupuesto establecido como mejor escenario para el año 2100 por los acuerdos de París.
Así surge de un análisis publicado esta semana por Our World in Data (Nuestro Mundo en Datos), el sitio internacional que provee información analítica sobre los que considera temas fundamentales en la evolución del planeta, editado por investigadores de la Universidad de Oxford.
Según el reporte que firma Hannah Ritchie, hay una variedad de opciones para reducir con éxito las emisiones de gases asociadas a los alimentos: un cambio a dietas con mayor proporción de vegetales; consumo saludable de calorías; bajar sustancialmente el nivel de desperdicio de alimentos; y mejoras en el rendimiento de los cultivos y las prácticas agrícolas. Claro, deberían ocurrir todas ellas al mismo tiempo para permitir una disminución efectiva de los gases de efecto invernadero.
Si se combinasen estas alternativas, nos llevarían a un sistema alimentario global que es sería más productivo, tendría un impacto climático bajo y proporcionaría una dieta saludable y nutritiva para todos.
El gráfico presenta las gigatoneladas de CO2 equivalente que se emitirían entre 2020 y 2100 en los diferentes escenarios posibles. El primero es sostenerse sin cambios: se espera que de fuentes asociadas a los alimentos se liberen más de 1100 GT de CO2, más que duplicando las 500 Gt que son el límite deseable para que en 2100 el aumento de la temperatura no sea superior a 1,5 °C.
Las intervenciones se ordenan por su impacto sobre las emisiones, desde las disminuciones por mejoras en los rendimientos agrícolas, hasta la más efectiva: que los seres humanos comencemos a ingerir una dieta con una proporción mucho mayor de vegetales y menos carne vacuna. Nótese, a los fines del cálculo no se asume una dieta vegana, pero si una disminución significativa.
El cálculo también refleja que si sólo se alcanzase el 50 % de los objetivos para cada una de las intervenciones, todas ellas sumadas nos pondrían en un escenario cercano al objetivo de 1,5 °C de aumento para 2100.
Y más aún, si se consiguiese el 100 % de los objetivos, asumiendo que la disminución en el uso de tierras para agricultura será reemplazado con forestación, el escenario supone una disminución neta en la emisión de gases de efecto invernadero para el año 2100.
Es claro, detener el calentamiento planetario requerirá poner límites efectivos al negocio de los combustibles fósiles, pero mientras se generen esos cambios, que dependen de gobiernos y grandes compañías, educarnos y educar en dietas alternativas parece una alternativa razonable. Y saludable también.