Filipinas: el costo de la crisis climática se paga con tifones cada vez más destructivos
El país agrega poco a las emisiones globales, pero enfrenta algunos de sus peores efectos en condiciones climáticas extremas.
Pocos días antes de Navidad, el supertifón Rai, conocido localmente como Odette, devastó Filipinas. La mañana después del ataque todavía podía verse el océano hirviendo; casas voladas y grandes árboles derribados, haciendo intransitables los caminos.
Las vidas perdidas continúan aumentando dos semanas después. Un gran número de edificios fueron destruidos, desde casas hasta escuelas; las pérdidas en los cultivos de alimentos por las inundaciones fueron enormes.
Filipinas es un archipiélago de 7107 islas, con una superficie total de aproximadamente 300 000 km² y una población de casi 110 millones de habitantes.
En promedio, 20 tormentas y tifones azotan Filipinas cada año y se están volviendo cada vez más destructivos. Hay una responsabilidad evidente: las emisiones de gases de efecto invernadero de las actividades humanas.
El norte global es responsable del 92% de la crisis climática, Filipinas aporta menos del 0,4% pero paga, igual que buena parte del mundo en desarrollo, el precio de los problemas producidos en el norte.
Sin embargo, la Cop26, anunciada como la última oportunidad del mundo para evitar un desastre, fue vista como un fracaso por muchos activistas climáticos. Los compromisos no se cumplieron. El acuerdo final vio una postura suavizada contra el carbón y priorizó las ganancias sobre las personas y el planeta.
Romantizando las crisis se niega el cambio
A pesar de la pequeña participación de Filipinas en el agravamiento de la crisis climática, la amenaza para el país es enorme. El aumento del nivel del mar debido al calentamiento global sumergirá partes del país, creando miles de refugiados climáticos. La sequía y las inundaciones afectarán la producción agrícola y destruirán los ecosistemas. Aumentará el riesgo y la intensidad de las emergencias sanitarias, como el dengue y la diarrea.
Para colmo de males, el gobierno filipino romantiza el sufrimiento de las comunidades afectadas para ocultar la ineficacia y la inacción con su retórica de “los filipinos son resistentes”.
Pero tras cada tifón, las familias humildes tienen que empezar de cero, reconstruir sus casas, solo para verlas destruidas nuevamente por el próximo tifón. Allí no hay resistencia.
Los ciudadanos se apresuraron a señalar la mala preparación del gobierno, diciendo que no había aprendido las lecciones del tifón Haiyan en 2013, uno de los tifones más fuertes registrados en tierra, a pesar de que esta vez había un sistema para difundir información sobre la llegada de la tormenta a través de mensajes de texto, redes sociales y canales de noticias.
Sin embargo, el papel de los medios de comunicación se redujo en el país. Las estaciones regionales de la emisora más grande de Filipinas, ABS-CBN, que estuvieron en primera línea durante desastres naturales anteriores, no han estado en servicio desde 2020 debido a lo que muchos ven como una negación por motivos políticos de la renovación de su franquicia.
Las telecomunicaciones se interrumpieron. Los filipinos se quedaron en la oscuridad esperando noticias. Las personas crearon grupos de Facebook con actualizaciones sobre las áreas más afectadas, información sobre personas desaparecidas y solicitudes de ayuda. Las fuentes de noticias de Facebook se inundaron con publicaciones de personas necesitadas. La gente deambulaba por las calles con carteles que decían que tenían hambre y sed. Muchos murieron por deshidratación. Las ciudades inundadas se han convertido en pueblos fantasmas; muchas casas han sido enterradas por deslizamientos de tierra.
El Consejo Nacional para la Reducción y Gestión del Riesgo de Desastres ha declarado el estado de emergencia en varias ciudades y pueblos donde los suministros de agua y electricidad siguen cortados; más de 5,4 millones de personas se vieron afectadas. Más de medio millón han sido desplazados.
Las cifras oficiales de la semana pasada cifran el número de muertos en 397 con 1.147 heridos y 83 desaparecidos. Hubo más de 535.000 casas destruidas y 400 millones de dólares en daños causados a la agricultura y la infraestructura. Las personas de las comunidades en "zonas de peligro" no pueden regresar.
Los países pobres y las comunidades pobres siguen siendo víctimas de la injusticia climática antropogénica. El proceso de poner fin a las actividades humanas responsables es débil y lento; sólo existe una gestión y mitigación de la reducción del riesgo de desastres. Filipinas es un ejemplo más: mientras el mundo no aborde la causa fundamental de esta crisis, no estaremos preparados para lo que se avecina.