La muerte de Felipe, el príncipe que confundió a "Papá Noel" con un terrorista
El duque de Edimburgo tenía 99 años. Jugó un papel de segundo plano en la monarquía. Fue conocido por sus comentarios racistas y sexistas. Vivió un amor de 80 años con la Reina Isabel. Mirá las imágenes.
Despedían el 2018. El príncipe Felipe de Edimburgo, esposo de la Reina Isabel II, caminaba hacia la iglesia de St. Mary Magdalene, en Sandringham, en el condado de Norfolk. Cuando se acercó a saludar a los fieles vio a un hombre de barba blanca, vestido de rojo, con un bonete. Dice el diario Daily Mail que el príncipe se puso nervioso y preguntó a uno de sus custodios: “¿Es un terrorista?”
La Reina, cuenta la prensa británica, estaba acostumbrada a los bloopers. Era conocido por sus declaraciones racistas y sexistas de su marido. Otra vez, en una visita a China, le dijo a un grupo de estudiantes británicos que si permanecían mucho tiempo en ese país, sus ojos "se achinarían".
Compartió con Isabel un amor de 80 años. Se conocieron a bordo del barco Britannia Royal Naval College (en el que él se graduará en 1939 como el mejor cadete de su promoción) cuando solo era un muchacho más. Fueron, hasta hoy, el matrimonio real más longevo de la historia. Tuvieron cuatro hijos, con los que el duque mantuvo una relación desigual, marcada por los desencuentros con el primogénito, Carlos.
Felipe murió este viernes, a los 99 años, en el castillo de Windsor. En las últimas semanas había sido intervenido por un problema cardíaco.
Su vida abarcó casi un siglo de historia europea: comenzó con su nacimiento como miembro de la familia real griega y terminó como el consorte británico más longevo durante un reinado turbulento en el que la monarquía de mil años de antigüedad se vio obligada a reinventarse para el siglo XXI.
En 1962 tuvo que dejar la Marina, su pasión, cuando su esposa se transformó en reina y él en príncipe consorte. Su rol, desde entonces, se limitó a acompañar a Isabel, a posar junto a ella como un adorno. “No soy más que una maldita ameba. Soy el único hombre en el país al que no se le permite darles su nombre a sus hijos”, dijo cuando supo que tanto Carlos como Margarita, llevarían el apellido de su madre: Windsor, pero no el suyo: Mounbatten.
En 1962 llegó a la Argentina por negocios y política y, ante los rumores de un golpe militar, se alojó en la estancia La Concepción, en el partido de Lobos. En el lugar conoció a su dueña, Malena Nelson, viuda de Blaquier. Los rumores de un romance no demoraron en crecer.