Por lo menos siete meses: es la protección que darían los anticuerpos de los contagiados
Un estudio en USA con 6.000 personas muestra que los infectados generan una respuesta inmune duradera.
La sangre de miles de personas acaba de aportar buenas noticias en uno de los frentes más cruciales en la guerra contra el nuevo coronavirus: la inmunidad natural.
Desde el comienzo de la pandemia una de las preguntas más acuciantes ha sido qué tan efectiva es la inmunidad que tiene una persona tras superar la infección y, sobre todo, cuánto tiempo dura. Es una pregunta angustiosa porque para responderla hay que esperar, a pesar de la urgencia pandémica. Los primeros contagios se han producido hace menos de un año (noviembre 2019). Y en los últimos días se han publicado casos de unas pocas personas reinfectadas por SARS-CoV-2, incluidas algunas que han sufrido una enfermedad más grave la segunda vez.
Lo mismo sucedió con el SARS en 2002: al principio se dudaba de que hubiese inmunidad duradera. Ahora sabemos que la gente que se contagió aquel virus sigue teniendo anticuerpos 12 años después.
Los anticuerpos son proteínas del sistema inmune que se unen al virus e impiden que este infecte más células. Varios estudios de hace meses mostraban que los anticuerpos decaen a los pocos meses de la infección en personas con enfermedad leve. ¿Están entonces protegidos los que superan la primera infección? y en ese caso, ¿por cuánto tiempo dura ese protección?.
Según los datos de uno de los mayores estudios realizados hasta la fecha sobre este tema, lo más probable es que sí; y esa protección mediada por anticuerpos dura al menos siete meses.
“Nuestro estudio demuestra que es posible generar inmunidad duradera contra este virus”, explica Deepta Bhattacharya investigador del Centro de Cáncer de la Universidad de Arizona (EE UU) y coautor del trabajo, que será publicado en la revista Immunity. “En las infecciones moderadas que hemos analizado la respuesta de anticuerpos parece bastante convencional; los niveles de estas proteínas suben al principio y luego bajan, pero después se estabilizan”, añade. Las reinfecciones, advierte, son casos “excepcionales”.
Cuando el SARS-CoV-2 entra en nuestro organismo se inicia una compleja respuesta del sistema inmune que tarda unas dos semanas en completarse y que involucra a millones de células de todo el cuerpo. Algunas de ellas son sofisticadísimas: pueden recordar por el todo el tiempo de vida a un patógeno particular y desarrollar las armas moleculares para destruirlo, incluidos diferentes tipos de anticuerpos de gran potencia.
El estudio de Arizona surge de una campaña masiva de test en la que participaron 30.000 personas. El estudio se ha centrado en los datos de casi 6.000 de ellas y ha analizado la producción de anticuerpos neutralizantes en más de 1.000.
La prevalencia de infecciones es baja, con lo que solo se han hallado unas 200 personas que habían pasado la infección y habían producido anticuerpos neutralizantes, explica Bhattacharya. Lo máximo que el equipo ha conseguido retroceder en el tiempo para ver cuánto duran los anticuerpos son esos siete meses, pues la epidemia de coronavirus llegó relativamente tarde a este Estado. “Solo hemos podido analizar a seis personas que se habían infectado hace entre cinco y siete meses, pero tenemos muchas más que se contagiaron entre tres y cinco meses. No tenemos una bola de cristal para saber cuánto duran los anticuerpos, pero basados en lo que sabemos de otros coronavirus esperamos que la respuesta inmune se mantenga al menos un año y probablemente mucho más”, explica Bhattacharya.
El equipo de EE UU cree que los datos previos que apuntaban a que los anticuerpos decaen pronto se debe a que analizaron un tipo de células del plasma sanguíneo que son las primeras en acudir tras una infección, pero que tienen una vida corta. Se trata de células capaces de segregar anticuerpos no muy específicos, como los IgM. Tiempo después entra en juego un segundo tipo de células sanguíneas más longevas que acuden a los centros germinales, una especie de cuarteles generales de la inmunidad localizados en los ganglios y el bazo donde reciben antígenos del nuevo virus que les permiten identificarlo con mucha más precisión y desarrollar anticuerpos mucho más específicos, las IgG.
Entre esta segunda oleada de anticuerpos hay una tropa de élite dirigida contra la proteína que diferencia al nuevo coronavirus de otros de su clase: la espícula. Esta protuberancia con forma de pincho que sobresale de su envoltura es la encargada de encajar en el receptor de las células humanas para abrirlas, adueñarse de su maquinaria biológica y comenzar a reproducirse sin freno. Esto supone el inicio de una infección, con síntomas o sin ellos. En una minoría de casos, la entrada del virus genera una respuesta desproporcionada del sistema inmune que puede acabar provocando la muerte del paciente.
El equipo de Arizona ha analizado dos de estos anticuerpos capaces de unirse a diferentes regiones de la espícula y bloquear así su entrada en las células. Este tipo de anticuerpos han demostrado en el laboratorio poder frenar la expansión del virus de una forma mucho más efectiva que los que atacan a la proteína N —nucleocápside—, situada en el interior del patógeno con el fin de proteger su genoma y facilitar su copia una vez ha entrado en la célula.
Estudios serológico previos mostraron que los anticuerpos contra el coronavirus decaían unos tres meses después de la infección en cuatro de cada 10 infectados con síntomas leves. El problema —argumentan ahora los investigadores estadounidenses— es que esos estudios midieron solo anticuerpos contra la proteína N. En su trabajo muestran que los anticuerpos contra la espícula y la parte de esta que entra en contacto con las células humanas (RBD) son mucho más duraderos.
La ausencia de este tipo de anticuerpos duraderos puede explicar los casos mortales de covid-19, según muestra un reciente estudio coordinado por dos de los mejores hospitales de Boston (EE UU). Los pacientes que acaban falleciendo no generan cuerpos germinales, y por tanto no llegan a producir anticuerpos neutralizantes especializados, según ha demostrado el análisis de 17 pacientes de covid muy grave, incluidos 11 fallecidos cuyos bazos y ganglios se analizaron en autopsias. Sin esta tropa de élite, la respuesta inmune se tuerce y el cuerpo comienza a generar una cascada de proteínas inflamatorias que acaban produciendo un desenlace fatal.
Estos hallazgos tienen importantes implicaciones para la efectividad de las vacunas. La mayoría de las más avanzadas se basan en generar inmunidad contra varias partes de la espícula del virus. “Hay algunos casos en los que la respuesta inmune que genera la vacuna es superior a la de la infección normal, por ejemplo la del papiloma humano, pero en general la efectividad de las vacunas es mayor cuando el propio sistema inmune es capaz de barrer al virus por sí solo. Creo que varias de las vacunas más avanzadas serán efectivas, solo queda esperar a que acaben los ensayos y analicemos en detalle los datos de seguridad”, concluye Bhattacharya.
Desde el comienzo de la pandemia más de 31 millones de personas han superado la infección gracias a su sistema inmunitario. “Con los estudios acumulados hasta ahora lo lógico es pensar que nuestra respuesta inmunitaria contra el coronavirus nos protege”, opina Marcos López, presidente de la Sociedad Española de Inmunología. “Aunque hay reinfecciones, estas son anecdóticas y en algunos casos de reinfección no se había hecho un estudio previo para saber si en la primera infección no hubo una respuesta inmune adecuada”, resalta.
El trabajo de EE UU pone en entredicho la utilidad de algunos test de anticuerpos comerciales. Existen test que solo valoran los anticuerpos contra la proteína N, como el de Abbott, que pueden estar dando negativo cuando aún quedan anticuerpos neutralizantes contra la proteína S.