Ya se sabe: China es una locomotora a velocidad crucero, que no para de crecer. Pero empezó su desarrollo industrial mucho más tarde que Occidente y en base a un modelo centrado en sacar de la pobreza a franjas masivas de su población mucho más que el consumo de bienes de lujo. Entre 1992 y 2017 se estima que salieron de la pobreza unos 900 millones de habitantes.

Así las cosas, contando con que la Revolución Industrial arrancó en Europa, si se suman las emisiones acumuladas desde 1800 en adelante, la curva europea y la norteamericana van casi paralelas hasta que Europa decidió restringir sus emisiones hacia 2010.

Tomará 30 años hasta que China alcance a Estados Unidos en emisiones totales. Gráfica: The Washington Post / Harry Stevens artículo citado

El desarrollo chino en cambio, tomo impulso exponencial después de la revolución maoísta y, pese a tener una población que cuadriplica a la de Estados Unidos o Europa, aún está lejos de superar en emisiones acumuladas a los gigantes emisores. Según las actuales proyecciones, alcanzaría a Europa en 2039 y a Estados Unidos recién en 2050.

La historia cambia drásticamente si se ponen en juego las emisiones “per capita”, es decir, la cifra que surge de dividir las emisiones totales de un país por su población.

En esa gráfica, aún con todo el “optimismo climático” que la administración pretende darle a su gestión, Estados Unidos será imbatible. Allá por 2050, cumpliendo las proyecciones actuales, todavía sus emisiones per capita más duplicarán el promedio mundial.

Estados Unidos planea tener emisiones per capita muy superiores a las del resto de los países. Gráfica: The Washington Post / Harry Stevens artículo citado

Justicia climática.

No solo es imbatible. Además reafirma su derecho a contaminar más que el resto del mundo. Por motivos difíciles de entender, los líderes mundiales discuten sobre cómo detener el calentamiento global sobre la base de que, en un hipotético final feliz, algunos países tendrán habitantes más felices que otros.

Y no es una cuestión de felicidad. Todo indica que es una discusión de dinero.

En un interesantísimo artículo publicado en The Washington Post, Harry Stevens cita la opinión de John F. Kerry, el embajador especial para el clima de la administración Biden: “Creo que hay una pregunta seria sobre si (China) está preparada para hacer algunas cosas que necesitan para reducir las emisiones en lugar de simplemente avanzar a toda velocidad en su economía. Ya no hay lugar para este argumento de que las emisiones históricas tienen que equilibrarse”.

Es misterioso concluir porqué no hay más lugar para exigir que los países que menos contaminamos tengamos margen para emitir más que los que nos trajeron hasta aquí y que el grueso de las compensaciones salgan de los bolsillos que se llenaron calentando el planeta.

¿Desarrollados versus en desarrollo? En la RDC apenas emiten lo que sus habitantes respiran. Gráfica: The Washington Post / Harry Stevens artículo citado

Cuando uno mira que en el planeta hay países como la República Democrática del Congo, en los que las emisiones de CO2 apenas suman el anhidrido carbónico que respiran sus habitantes para vivir, comprende que hay que volver a pensar la frase enunciada ya en 1994 por el filósofo esloveno Slavoj Žižek:

“Parece más fácil imaginar el ‘fin del mundo’ que un cambio mucho más modesto en el modo de producción, como si el capitalismo liberal fuera lo ‘real’ que de algún modo sobrevivirá, incluso bajo una catástrofe ecológica global”.

Tal vez el legado a las nuevas generaciones podría pensarse como la construcción de nuevas utopías que inviten a pensar que es más fácil, y más importe, y mejor, cambiar los sistemas que hagan falta para que el planeta siga en equilibrio y los seres humanos desarrollemos un sentido de conservación planetaria humanista.