Don Antonio "Quitelo" Gallo, el retrato de la sequía en el norte cordobés
El paisano cuida una casa y un campo en el paraje Campo Marull. La falta de agua se hace sentir y habitar el lugar en solitario atraviesa su vida.
En tantos lugares visitados a lo largo del año, Huellas, que se emite los domingos a las 13:30 por Canal 10 con la conducción de Ariel Mansilla, se encuentra con decenas de paisanos que pueblan los montes argentinos. Esta vez, el camino los llevó al rancho de Don Quitelo.
"Acá casi todos me conocen como Quitelo, no por el nombre mío. No saben que el nombre mío es José Antonio", relata el hombre, de 48 años, que cuida el paraje Campo Marull. La verdadera dueña de la casa y del campo se fue buscando otros horizontes y dejó en Quitelo la responsabilidad del cuidado de las tierras.
La falta de agua se hace sentir como nunca en la zona. A un costado del rancho, las vacas llegan y se acomodan en la sombra de un algarrobo, con sed. Toman agua día de por medio. Pero no es por mezquindad: el recurso, que es amargo y algo insalubre, es escaso; y hay que administrarla para que los animales no mueran de sed.
Quitelo, a diferencia de otra gente de monte, tiene un andar ligero y va y viene entre churcales y algarrobales. Trae, como inmerso en sus chuecas, costumbres de otros lugares y trabajos, donde la ligereza para moverse marca la diferencia entre la ganancia y la pérdida del jornal. Vive solo, junto a dos perros que son su compañía, además de las vacas y las ovejas; en un rancho cargado de perfumes y colores que lo pintan de lleno.
Mientras hace un guiso, relata que trabaja desde temprano y llega tarde a su casa. "Para uno solo no hay tiempo (para cocinar). Menos con la sequía, habiendo agua ya es lindo. Esta sequía aburre", se queja.
El paisano y su soledad van de la mano. Nadie los espera en su rancho. No hay hijos, ni prienda que demande cariño. "Por ahí pienso que me hace falta una compañera. Solo no es muy linda la vida. Si pasa algo, al menos queda el otro que puede avisar a un vecino", piensa mientras cocina con sus manos temblorosas.
Quitelo pone la olla en la cocina y la tapa con una chapa. "Si no, corre el viento norte y me la apaga, por eso le pongo la chapa. Y si no tengo que cocinar con la puerta cerrada. No me gusta estar encerrado, parece que uno está escondido", dice.
Así son los días y las noches de Quitelo. Va por la vida como queriendo alcanzar su sombra. Pronto florecerán los cardones, pronto el verano traerá consigo el canto de los pichones de reinamoras y cardenales. Pronto los sueños de Quitelo se perderán en las marañas de espinas y de jumes que pululan por la región. Su rostro habla de la vida que eligió y le tocó vivir. Vagabundea en la vida con cariños prestados, sueños postergados y un gusto a hiel en la boca.