Argentina en la transición energética
El anuncio oficial de una megainversión en hidrógeno verde, producido en el marco de la cumbre climática de Glasgow, reavivó el debate sobre la contribución argentina a la transición energética. Pese a las dificultades, el país ya está dando los primeros pasos para conciliar la explotación hidrocarburífera con el impulso a las energías limpias.
Como dice el viejo proverbio chino (algunos creen que es maldición), vivimos tiempos interesantes. Tan interesantes como caóticos, sobre todo desde que salimos de la confortable lógica binaria del siglo XX para entrar en este mundo multipolar del siglo XXI, con un poder más repartido que admite todo tipo de salidas y respuestas. Esto se puede apreciar en el estado de la discusión acerca de cómo generamos la energía que mueve al planeta, o más bien cómo podemos hacer para que en ese afán de seguir moviéndolo a velocidad crucero no terminemos condenándonos a un Apocalipsis climático.
A continuación, un breve repaso de algunos hechos relacionados con la cuestión energética que sucedieron en los últimos días y un análisis de la situación argentina.
Glasgow
Durante la campaña electoral que lo enfrentó con Donald Trump, e incluso la semana pasada, en la cumbre sobre cambio climático de Glasgow (la devaluada COP-26), el presidente de Estados Unidos, Joe Biden, se comprometió a llevar a su país hacia una “transición para terminar con el petróleo”. Pero hechos matan palabras. Casi al mismo tiempo, desesperado por las quejas de un electorado que le reprocha la suba del precio del combustible en los surtidores, Biden llegó a plantear la posibilidad de tomar represalias contra Rusia y Arabia Saudita si no aumentaban pronto la producción de petróleo y gas como mecanismo para bajar el precio. “Lo que estamos considerando hacer al respecto… me resisto a decirlo antes de tener que hacerlo”, dijo el presidente al pie de las escalerillas del avión que lo llevaba a Glasgow, en una escena digna de una película sobre la Guerra Fría (1).
Así las cosas, no es de extrañar que la COP-26, en la que se suponía iba a cerrarse un acuerdo para acelerar la transición energética, haya sido un fiasco. Apenas una veintena de países e instituciones globales firmaron un tibio acuerdo para dejar de financiar proyectos de combustibles fósiles en el extranjero. Lo firmó Estados Unidos, pero China faltó a la cita. Greta Thunberg, la joven activista nórdica, protestó por los magros resultados y calificó a la COP-26 como “un festival del lavado verde”. Lo puede hacer con la conciencia tranquila ya que su país, Suecia, es uno de los que más pasos concretos dio hacia las energías limpias. Allí, las políticas verdes ocupan un espacio central en la agenda ciudadana desde 1967, cuando se convirtió en el primer país en aprobar una ley de protección ambiental. Son campeones del reciclado y en la actualidad el 54,6% de la energía que consumen los suecos proviene de fuentes renovables (2).
Más allá del microclima de los países nórdicos, que suelen proyectar objetivos deseables para el mundo, el resto del planeta enfrenta una serie de dilemas muy concretos en relación con el cambio climático y la transición energética. No sólo Estados Unidos, tensionado entre sus compromisos ambientales y el precio de los combustibles, sino también Europa. Un fantasma recorre hoy Europa: el de un invierno gélido sin calefacción. Es que el precio mayorista del gas natural trepó un 380% desde principios de año y los pronósticos más conservadores dicen que dicho aumento le sumará al menos medio punto a la inflación anual de 2022. Detrás de los titulares catástrofe en la prensa acerca de “la crisis del gas” quedó expuesta la dependencia energética europea. De hecho, bastó con que Rusia se negara a incrementar el suministro para que la Unión Europea se viera obligada a competir en las subastas de los mercados internacionales con Asia, que, decidida a dejar atrás la crisis de la pandemia, convalida precios alcistas. En plena transición ecológica hacia fuentes de energía con menor impacto medioambiental, Europa depende casi exclusivamente del gas natural.
Más allá del microclima de los países nórdicos, que suelen proyectar objetivos deseables para el mundo, el resto del planeta enfrenta una serie de dilemas muy concretos en relación con el cambio climático y la transición energética.
En este marco, Argentina cuenta con grandes reservas de combustibles fósiles por explotar: Vaca Muerta es la segunda reserva del shale oil del planeta. Sin embargo, el país apuesta también a las energías renovables. Antes de Glasgow, el gobierno se comprometió a alcanzar la neutralidad de emisiones de carbono para 2050 y una disminución total del 19% de las emisiones hacia 2030 en comparación con 2007, apuntando a mantener en 2030 un porcentaje de participación de 0,9% de las emisiones globales. Un objetivo importante, y también posible, pero al fin y al cabo marginal para la solución del calentamiento global a nivel planetario.
Sucede que, mientras Estados Unidos siga quemando una cantidad creciente de combustibles fósiles para que sus ciudadanos no paguen caro el galón de nafta, mientras Rusia y China boicoteen las cumbres climáticas, y mientras los países de la OPEP sigan usando su poder de fuego para manipular los precios, cada año la temperatura global seguirá aumentando y el sueño de una transición ordenada hacia las energías verdes seguirá siendo un objetivo lejano. La meta que establecieron los expertos en clima es impedir que el calentamiento del planeta sobrepase un aumento de 1,5ºC respecto al siglo XIX. Ya llevamos un incremento de 1,1ºC promedio, y todos acuerdan en que si se llega a los 2ºC los efectos ambientales serán devastadores.
Transición
Argentina debe avanzar en la transición hacia una matriz energética sustentable. Pese al agobio de la deuda externa y a las carencias cotidianas, es necesario planificar un futuro deseable y empezar a tomar decisiones en consecuencia. La atención de lo urgente no debe evitar que encaremos otras tareas imprescindibles. El proceso de descarbonización en nuestro país puede tardar algo más que en las naciones más desarrolladas, pero debe comenzar ya mismo, incluso en paralelo con la promoción de inversiones en hidrocarburos que tanto precisamos para conseguir los dólares que la economía local necesita para enfrentar restricción externa.
Para pasar al carril rápido de la autopista verde, los expertos recomiendan mirarnos en el espejo de otras naciones: “Argentina necesita aprender de otras experiencias y evaluar los desarrollos más actuales en materia de regulaciones, impuestos y subsidios; monitoreo y evaluación; investigación y desarrollo; estándares y obligaciones de divulgación; gobernanza multinivel y desarrollo de capacidades de gestión pública; y educación y entrenamiento. La región más avanzada es claramente la Unión Europea, bloque que ya cuenta con un Green Deal y con una taxonomía de actividades económicas sustentables para alinear inversión y producción”, escriben Federico Merke y Elizabeth Möhle (3).
En este marco, la Secretaría de Energía de la Nación avanza en el sentido de conciliar los proyectos sustentables con el ineludible marco de restricciones macroeconómicas. En el documento “Lineamientos para un Plan de Transición Energética al 2030” advierte que “el proceso de transición global encuentra a la Argentina frente a una compleja situación social y macroeconómica. Por lo tanto, el rumbo hacia una estructura productiva que sea inclusiva, estable, dinámica, federal, soberana y ambientalmente sostenible debe contemplar escenarios energéticos que sean compatibles con estos principios. La descarbonización de la matriz energética debe pensarse para abastecer a una Argentina inclusiva en lo social y dinámica en términos productivos” (4).
Para cumplir con esos objetivos, la Secretaría propuso diversas líneas de acción. La línea de energía limpia en emisiones de gases efecto invernadero (GEI) apunta a mejorar la eficiencia en generación de electricidad: “Más del 90% del incremento de la potencia instalada entre 2022 y 2030 provendrá de fuentes energéticas bajas en emisiones, aumentando significativamente su generación con respecto al promedio de los últimos años, superando el 55% de participación en la generación eléctrica y desplazando las centrales térmicas menos eficientes y más contaminantes. Este sendero de descarbonización se manifestaría en una reducción cercana al 50% de la intensidad de carbono de la matriz eléctrica respecto a la actualidad”, detalla el documento.
Otra de las líneas maestras en este proceso es la “gasificación”, por la cual se reconvierten a gas consumos energéticos que hoy funcionan a base de combustibles líquidos derivados del petróleo, además de promover la exportación de gas. “A través del desarrollo de sus cuencas hidrocarburíferas, costa adentro y costa afuera, Argentina buscará transformarse en un proveedor de gas natural a escala regional y global”, proponen en el informe.
En paralelo, los expertos en temas energéticos plantean que es imprescindible avanzar en marcos legales y planes de incentivos fiscales que diversifiquen la generación de energía en favor de fuentes de abastecimiento limpias: aquí tenemos mucho por hacer en el fomento de la energía nuclear (rubro en el que contamos con un know how único en la región y con instituciones como la CNEA y el INVAP) y la explotación de las reservas de litio (mineral estratégico para la transición energética global), además de contar con la apuesta segura al hidrógeno verde, que según los más optimistas podría generar hasta el 10% de la energía que consume el país. Recientemente, el gobierno anunció una inversión de 8.400 millones de dólares por parte de la empresa australiana Fortescue Future para un desarrollo en Río Negro.
El futuro llegó hace rato
Lo interesante es que el impulso a los cambios necesarios en la matriz energética argentina se produce en un momento de boom local de los hidrocarburos. En efecto, la producción total de petróleo en Argentina superó en septiembre de 2021 en un 11% al mismo mes del año pasado, alcanzando los 533 mil barriles por día, tocando valores máximos en catorce años. Y la producción de petróleo no convencional también creció: en septiembre se produjo un 53,2% más que el mismo mes del 2020. La producción total de petróleo ya supera los valores pre pandemia en un 1,1%.
En paralelo, la energía renovable va ganando peso en la matriz energética argentina, en buena medida gracias al aporte de los parques eólicos. En septiembre de 2021 se registró el máximo histórico de abastecimiento vía energías renovables, que cubrieron el 14,2% de la demanda eléctrica nacional, alcanzando un pico histórico de casi el 29% el día 26 de septiembre.
¿Cómo se combinarán en el futuro cercano estos dos tipos de energía? Los expertos de la Secretaría de Energía plantean dos escenarios posibles. El primero estima mayores requerimientos de petróleo y gas natural con una participación en la generación de las energías renovables del 20% en la matriz eléctrica hacia 2030. El segundo proyecta un mayor requerimiento de gas natural y una leve baja en el uso del petróleo, con una mayor participación de las energías renovables en la generación eléctrica, que llegaría en torno al 30%.
No es un camino fácil. En Neuquén, por ejemplo, una provincia cuyos ingresos dependen casi exclusivamente de las regalías petroleras, la campaña electoral conspira contra los avances. El Plan Gas, diseñado por la Secretaría de Energía de la Nación, permitió revitalizar los yacimientos de Vaca Muerta y recuperar miles de puestos de trabajo. Pese a ello, desde la gobernación provincial se agitan consignas anti-porteñas e incluso se boicotea el proyecto de Ley de Promoción de Inversiones Hidrocarburíferas. Redactada con el aporte de las demás provincias petroleras del país, además de los sindicatos y las empresas del rubro, la iniciativa le otorga veinte años de previsibilidad a las inversiones, permitiéndoles a las empresas la exportación de los hidrocarburos y la libre disponibilidad de divisas. Una cláusula ambiental establece que aquellos proyectos que cuenten con un plan de sustentabilidad energética aprobado por las autoridades regulatorias podrán incrementar hasta un diez por ciento los incentivos que les da el estado.
En todo caso, más allá de los intereses electorales, la solución al problema de la transición a fuentes de energía limpias sigue estando en nuestras manos. Aunque sea tímidamente, el país ya comenzó a avanzar hacia un futuro verde. Llegar a un horizonte de plena sustentabilidad demandará el hilado de acuerdos políticos complejos, pero nunca hubo tanta unanimidad sobre la necesidad urgente de hacer algo.
1 https://www.infobae.com/america/medio-ambiente/2021/11/06/el-mundo-quiere-terminar-con-los-combustibles-fosiles-pero-el-petroleo-escasea-y-su-precio-sube/
2 https://www.theagilityeffect.com/es/article/la-disrupcion-sueca-en-el-mercado-de-la-energia/
3 https://www.eldiplo.org/265-que-comunismo-es-el-chino/una-politica-exterior-para-el-cambio-climatico/
4 https://www.boletinoficial.gob.ar/detalleAviso/primera/252092/20211101
* Arquitecta, candidata a diputada nacional en las elecciones del 15/11/2021 por el Frente de Todos en Neuquén
© Le Monde diplomatique, edición Cono Sur