Canción de dos por tres
Todo múltiplo de cero tiene como resultado cero. Los triángulos equiláteros se distinguen por componentes y ángulos empatados. La división de uno en tres partes iguales nos ubica frente al infinito periódico y sucesivo, lo imposible. Las palabras representan y describen, intentan, hablar de todo esto. De esto. La gravedad, existe, el sol calienta y el fuego quema. Vamos a morirnos, empachados de símbolos, de sinsentidos, posiblemente con dolor y solos. La tragedia de la condición humana. Pero en medio de esa infinita desolación –parafraseando a Dolina- hay un milagro: el amor y el arte. El otro, digamos.
Una máquina de humanidad. Así. Impecable. De ese modo, con esa espectacular selección de palabras un Fito Paez emocionado describió alguna vez a Charly García. Una idea constante, persistente, la de un reloj de plastilina. ¿Se puede vivir bajo esa exquisita condena? Él sí.
Pensemos una idea, una idea de fe poética. Pensemos o imaginemos que nuestra vida es un relato, una descripción puesta en palabras de nosotros, nuestras experiencias, nuestros amores, decisiones, miserias y logros. Sepamos, ahora, si pudimos imaginarnos ese relato, si pudimos hacerlo sonar poético, que ahí estamos salvados. “La indómita luz se hizo carne en mí” escribió García junto a Spinetta allá por los ochenta. Creo, al menos interpreto, que en esa primera línea de la canción “Rezo Por Vos” resplandece nítidamente la propuesta a la que los invito. A la que nos invita Charly.
Hemos perdido y hemos ganado. Todos conocemos un empleado que fue muerto de pena enamorado de las sirenas. Hemos sentido, alguna vez, en algún momento esa máquina, perfecta, precisa, inabarcable, infinita, demoledora y desbastadora, esa maquinaria que justifica el transcurso de nuestra carne y nuestras palabras aquí, la otredad. Una máquina de humanidad, si no duele, no hay otro.
Vuelvo y retomo lo del relato. Qué poco es decir que Charly nació en una familia rica del barrio de caballito, hijo de un padre desordenado, un millonario excéntrico y de muy mal olfato para los negocios. De una madre vinculada al mundo artístico, de un living donde pasaban protagonistas de nuestra cultura. Que a los cuatro años le regalaron un piano de juguete. Que según cuentan, anecdóticamente, su bigote bicolor se corresponde al vitíligo que desarrolló por extrañar a sus padres mientras viajaban por Europa.
Que García estudio música clásica, piano, amasó el complejo lenguaje de la música escrita. Lo hizo siendo un niño solitario, no era un niño alegre, sino más bien triste. Diríamos que García una tarde con ocho años le afinó una cuerda de guitarra a Falú en el living de su casa, dejando testimonio, ahí mismo, bajo la sorpresa del emblemático guitarrista argentino, de su “oído absoluto”, una historia ya conocida.
Podría describir, sus bandas, la manera en la que logró burlar la dictadura militar con composiciones construidas bajo la lógica de la parábola, la fábula o la ironía. Algunas como “Botas Locas” fueron más directas, lo que le costó una censura y detención.
“En este torbellino, donde nada importa, me sentí aliado y te perdí, filosofía barata y zapatos de goma quizás es todo lo que te di” reza la canción homónima a su disco posiblemente más introspectivo, “reloj de plastilina no existes más” dirá después.
Allí, en sus palabras, en los tonos menores, en los silencios, en las distorsiones, en las cajas de ritmos, en la poesía, la tautología numérica, la proporción de los vértices en los triángulos equiláteros, la suma de los denominadores, las divisiones y los dividendos, el fuego que quema, la gravedad que atrae, o la muerte que llega, se transforman en algo por lo que vale la pena ser humano y estar vivo. El otro. Después de eso, más allá, no hay nada. Una máquina de humanidad. Gracias Charly.