Aunque nada sepa de Hidráulica, el habitante de Córdoba tiene al dique San Roque incorporado a su patrimonio cultural básico.

Las variaciones del nivel del embalse, la preocupación cuando la estación seca se prolonga demasiado y se empieza a temer por la provisión de agua potable, las consideraciones sobre la calidad de ésta forman parte de nuestra cotidianeidad año tras año.

Y, por poco que se sepa de Historia, es muy probable que algo se haya oído sobre el primitivo dique y el drama de sus dos artífices, Carlos Casaffousth –el ingeniero que proyectó y dirigió la obra- y Juan Bialet Massé -el empresario constructor- difamados, enjuiciados, encarcelados y arruinados debido a su participación en ese emprendimiento. Como un persistente recordatorio de la injusticia cometida, el viejo paredón, ya más que centenario, asoma empecinadamente cada vez que bajan las aguas del lago, triunfante sobre el tiempo, la calumnia y la dinamita.

Al interés que este tema despierta, se le suma la leyenda del supuesto suicidio de Casaffousth, equívoco muy extendido por el que siempre me sentí particularmente intrigada. Aunque los diarios de la época (agosto de 1900, cinco años después de que él se marchara de Córdoba) registraron debidamente que se encontraba en grave estado y luego que había fallecido en Gualeguay por una pleuresía, en algún momento se instaló en nuestra ciudad la idea de que se había suicidado -en la prisión o en el Dique, según las versiones- abatido por los sinsabores vividos, y este relato se perpetuó de generación en generación, atravesando distintos niveles culturales y sociales.

Buscando respuestas a esas y otras cuestiones comencé hacia 1999 a buscar sobre el ingeniero Casaffousth información más profunda y abarcativa que la disponible en ese momento, la cual se refería casi exclusivamente a su participación en las Obras de Riego y su pieza fundamental: el dique San Roque.

Reconstruyendo parte de su derrotero, llegué al poco tiempo a Gualeguay, provincia de Entre Ríos, lugar de su fallecimiento, intentando localizar a alguno de sus descendientes. El último de los nietos acababa de fallecer, pero pacientes indagaciones permitieron ubicar a algunos de los bisnietos y a través de ellos se produjo el descubrimiento, en sendas propiedades rurales de la región, de importante documentación inédita que había pertenecido al Ingeniero y sido conservada por sus descendientes durante más de un siglo.

Consciente de la trascendencia del hallazgo –y al comprobar que buena parte de ese material presentaba un grado variable, aunque importante, de deterioro- inicié gestiones tendientes a que fuese derivado hacia una institución oficial que asegurara su preservación y el acceso de los investigadores a la información que contiene, objetivo que se lograría recién varios años más tarde y no en forma completa, según se verá.

Papeles de Casaffousth

“Esposo amantísimo, padre cariñoso, sus placeres estaban en su hogar; la pérdida de la salud de su esposa, la muerte de sus hijos arrebatados por la difteria y el tifus, le arrancaron a jirones el alma, hasta el punto de temer por su razón; trabajaba sin descanso para distraerse, y trabajaba día y noche. La imagen de sus hijos queridos le acompañaba hasta en el sueño.

(...) aquel hombre superior todavía trabaja, todavía vive la vida de la ciencia, del patriotismo; parece que tanta contrariedad y desgracia desarrollan aquel talento y aquellas relevantes cualidades.”

Estas palabras de Bialet, referidas a los últimos años de Casaffousth y publicadas en ocasión de su fallecimiento, se comprenden en su real dimensión cuando se revisan los papeles contenidos en su archivo personal.

Algunos todavía nítidos, otros manchados o deshechos por el paso del tiempo, varios incompletos, la cantidad y naturaleza de esos papeles impresiona a quien se asoma a ellos buscando las huellas que el Ingeniero imprimió hace más de un siglo.

Cuadernos de trabajo de su etapa de alumno en la École Centrale des Arts et Manufactures de París; decenas de planos en tela, papel vegetal o copias heliográficas de obras hidráulicas; copiadores de cartas remitidas durante décadas, fajos de correspondencia recibida de origen público o privado, diplomas, borradores, cálculos, facturas, listas de direcciones, todo fue conservado con un cuidado casi obsesivo que no condice con la imagen temperamental, informal y algo anárquica que parece surgir de otros testimonios.

Mezclados con otros recuerdos familiares de épocas más recientes se encontraron allí desde planos y correspondencia referentes al ambicioso plan hídrico que concibió para Santiago del Estero, hasta el borrador de un discurso febril y deshilvanado en el que, ante la amenaza de que su obra se viese una vez más abortada por razones que escapaban a su control, asentó de puño y letra: “los vivos viven de los zonzos y éstos viven de su trabajo”. También conservaba un álbum con las fotos de las Obras de Riego de los Altos de Córdoba que Bialet Massé hizo tomar por Pilcher, y sobre las cuales alguna vez el mismo Bialet escribió: “se sacaron 185 fotografías de los trabajos en sus diversos estados. Casaffousth me decía muchas veces: ¡Pero qué derroche! Yo me contentaba con encogerme de hombros y decirle: Algún día no dirá eso”. Para luego agregar que cuando fueron injustamente acusados pudo, gracias a esa previsión, exhibir las fotos en los escaparates de la Confitería del Plata con un letrero que decía “La prueba de la calumnia”, como muestra de la buena factura de la obra.

A veces dispersos, otras categorizados, agrupados por temas o por fechas, numerosísimos y detallados, más de la mitad de los documentos encontrados pertenecen al período comprendido entre 1896 y 1899, en el que después de marcharse de Córdoba Casaffousth se reintegró al Departamento de Ingenieros Civiles de la República Argentina, y fue destinado a Santiago del Estero. Agregan luz particularmente sobre su trabajo en dicha provincia y provincias vecinas, revelando su vinculación con importantes obras y proyectos que la historiografía nunca hasta entonces había registrado como suyos y permitiendo dimensionar el desconocimiento que todavía reina sobre su vida y realizaciones.

Volviendo a la Academia

Aunque la humedad de la zona entrerriana y el tiempo transcurrido han causado daño irreversible en parte de esos papeles, hay todavía una apreciable cantidad en buenas condiciones, potencial fuente de información de primer orden para historiadores e ingenieros, que se perdería a corto o mediano plazo si no se la preserva adecuadamente.

Alcanzar el convencimiento de los familiares para concretar la donación presentó no pocas dificultades y demoras, principalmente por haber dado la prensa a conocer por entonces algunos informes sobre las condiciones inadecuadas en que se encontraban importantes archivos de nuestro país, lo que les generaba dudas acerca de la suerte que podían correr esos papeles que habían guardado durante un siglo una vez que abandonaran la casa familiar.

Finalmente llegaron a feliz término las gestiones con una de las bisnietas de Casaffousth, Ana María Delbue, quien accedió a donar la documentación que se encontraba en su poder. En cambio, no fue posible lograr lo mismo con el material que guardaban otros descendientes, relacionado sobre todo con las obras realizadas en Córdoba.

Una vez obtenido el consentimiento de la licenciada Delbue, comenzó la búsqueda de una institución que alojara el material, lo catalogara adecuadamente y lo pusiera a disposición de los historiadores. En definitiva, la donación se orientó hacia la Academia Nacional de Ciencias, prestigiosa institución que se halla ligada a la historia de Casaffousth desde los primeros momentos en que éste llegó a nuestra ciudad, en 1882, siéndole a poco encomendada la tarea de dirigir una de las etapas de construcción del edificio que hasta hoy cobija a la misma Academia, conservándose en los archivos de la Universidad Nacional de Córdoba los documentos que lo certifican y revelan además el minucioso cuidado que puso en los detalles de esa construcción.

En el año 2007 se realizaron las gestiones ante la Academia, que brindó –a través de los doctores Eduardo Staricco y Alfredo Cocucci- amplio apoyo a la idea, y entre otras acciones dispuso preparar los espacios necesarios para alojar el material documental donado, instalándolo junto a algunos libros y objetos que pertenecieron al Ingeniero, su retrato y una breve semblanza.

Los papeles de Casaffousth comenzaron entonces su viaje, que partiendo desde una antigua propiedad rural en las cuchillas entrerrianas los llevó finalmente hasta el histórico edificio de la Academia Nacional de Ciencias, en Vélez Sarsfield 249 de la ciudad de Córdoba, uniendo dos puntos (Gualeguay y Córdoba) que el ingeniero debe de haber transitado varias veces durante su vida, ya que en el primero de ellos vivía la familia de su esposa, y en el otro fijaron ambos su residencia entre 1882 y 1895.

En 2008 estos papeles ingresaron al fin al acervo de la Academia, terminando así la soledad y el encierro en que durmieron por más de un siglo y pudiendo así entregar la información que atesoran sobre una época –fines del siglo XIX- y una vida –la de Carlos Casaffousth- íntimamente entretejidas con procesos relevantes de la historia argentina.

A partir de entonces y hasta hoy, la Academia de Ciencias ha seguido acondicionando el delicado material contenido en el hoy llamado archivo Delbue Casaffousth, saneándolo, organizándolo y en algunos casos transcribiendo parte de la documentación que de otro modo se hubiera perdido, procurando mejorar su accesibilidad para los investigadores que eventualmente se acerquen a consultarlo, en su continua búsqueda de nuevas piezas para agregar al rompecabezas –siempre abierto- de la reconstrucción histórica.

Un buen corolario para este relato que empezó allá por 1999, con otra búsqueda, ésa que partiendo de Córdoba llegó hasta Gualeguay, provincia de Entre Ríos, intentando encontrar piezas perdidas que ayudaran a reconstruir la historia de Carlos Adolfo Casaffousth y de su obra.