En el año 2011, mientras me desempeñaba como Subsecretario de Delitos Complejos y Lucha contra la Criminalidad Organizada del Ministerio de Seguridad de la Nación, la por entonces Presidenta de la Nación, Cristina Fernández de Kirchner, me solicitó que fuera a verla. El motivo: quería que hiciera un relevamiento y una evaluación de su custodia. 

Inmediatamente me aboqué a la tarea, y comencé a recolectar datos sobre equipamiento, entrenamiento y sobre todo, perfiles profesionales de las personas que integraban la misma. A los pocos días informé que ya había concluido la tarea y fui convocado inmediatamente por la señora Presidenta para que le entregue el informe. 

Al ingresar a su despacho, y anticipándose a lo que iba a decirle, me manifestó antes que pudiera referir una sola palabra: “Quiero que sepas que sé muy bien que son un total y completo desastre. Pero quería saber tu parecer y sobre todo, tus recomendaciones”. 

Sintéticamente el detalle fue el siguiente:

El personal de seguridad que giraba en torno a la figura presidencial era un complejo conformado por policías, militares e integrantes de la ex Side. Pero la custodia física de la Presidenta de la Nación era ejercida por personal que pertenecía en su totalidad a la Policía Federal Argentina, la fuerza federal con menor nivel de profesionalización, y a mi entender, con mayor nivel de corrupción. Al entrevistarlos advertí que eran absolutamente ineptos para cumplir su función, y portaban una peligrosa pedantería que los hacía sentir muy capacitados, y por lo tanto tendían de modo casi permanente a minimizar o ignorar riesgos.

En ese momento la custodia personal tenía como cabeza visible a un oficial de la PFA de muy baja graduación; escasísima preparación para el cuidado de la Presidenta, pero una gran habilidad para las relaciones públicas y políticas. Su nombre era Diego Carbone y era Oficial Principal. Poco tiempo después ascendió a Subcomisario. Enterado de mi tarea, intentó congraciarse, pero al mismo tiempo hacía todo lo posible para persuadirme que era inamovible. Tuteaba a funcionarios de altísimo rango con un desparpajo y una desfachatez que claramente tenían por finalidad exhibir su enorme micropoder, al tiempo que exhibía en su traje un distintivo -un pin de oro- no de la institución a la que pertenecía, la PFA, sino de Juan Domingo Perón, en una clara muestra que su preocupación era más política que vinculada a la seguridad.

Todos los integrantes de la custodia personal de la Presidenta de la Nación eran de menor jerarquía que Carbone, y absolutamente todos le temían. Por lo tanto trataban de agradarle y congraciarse con él. Estaba totalmente claro que todos advertían que Carbone no era una persona en absoluto apta para cuidar la persona de la Presidenta de la Nación; pero estaba más que capacitado para cuidar políticamente su función y su rol en el entorno presidencial.

Todos los integrantes de la custodia de la Presidenta de la Nación portaban armas de fabricación nacional, muy alejadas de los estándares internacionales requeridos para la custodia de una figura presidencial. Sin excepción, portaban pistolas Bersa calibre 9 milímetros, y además tenía algunas pistolas ametralladoras FMK3 también calibre 9 milímetros, más algunas escopetas calibre .12. Armamento y calibres absolutamente inadecuados y totalmente inseguros para el cumplimiento de su misión.

Cuando se les preguntó por qué motivo no tenían armamento adecuado no supieron responder, porque la mayoría desconocía casi por completo cuál era el armamento más apropiado para cumplir su función. 

Se les planteó que con una erogación que en ese momento rondaba entre los 90.000 a 100.000 u$s, una suma perfectamente alcanzable para los presupuestos de una fuerza federal, se podría adquirir un lote de armamento moderno con calibres adecuados para el cumplimiento de su tarea. Carbone respondió, casi sonriendo, que le parecía una suma altísima, lo que motivó que le tuviera que preguntar si alguna vez había tomado conciencia sobre el tremendo valor simbólico, político y social, y sobre todo la enorme trascendencia histórica que representaba la figura presidencial. Y si teniendo en cuenta todo eso, aún le parecía que la suma mencionada era alta para la Policía Federal o para el Estado Argentino. Recuerdo que pudo argumentar ninguna respuesta.

El personal de la custodia presidencial se movilizaba casi en su totalidad en automóviles Fiat Siena con motores 1.6. La señora Presidenta de la Nación se movilizaba en un Audi A8L, muchísimo más veloz y ágil que los vehículos de su custodia, lo que dejaba en evidencia la total falta de planificación y seriedad en el cumplimiento de su tarea, ya que les costaba enormemente seguir los desplazamientos del rodado que transportaba a la Presidenta.

La disciplina, entrenamiento y capacitación de los integrantes de la custodia, partiendo de Carbone, dejaban mucho que desear. Pero el igual que su cabeza visible, todos parecían mucho más adaptados a sobrevivir la compleja dinámica política a la que estaban expuestos, que para cumplir de manera eficiente su rol, que era cuidar a la persona de la Presidenta de la Nación y su familia.

Entre otras cuestiones, ese fue el resumen que se le expuso a la señora Presidenta. Y se resaltó la urgente necesidad de implementar un programa de entrenamiento intensivo, como un plan alternativo en caso de no adoptarse la opción que se aconsejó como principal. La misma consistía en ir por un reemplazo liso y llano de toda su custodia, sustituyéndola por personal de Gendarmería Nacional; o por un grupo mixto de Gendarmería y Prefectura Naval Argentina, personal que estaba muchísimo más capacitado. 

La Presidenta de la Nación claramente conocía la realidad de su custodia, pero al parecer creía que no era momento adecuado para el cambio. Por mi parte, advertí que el nivel creciente de agresividad hacia su persona era más que alarmante. E insistí en que debían extremarse los cuidados porque se exponía demasiado, no solo en sus desplazamientos, sino en sus apariciones públicas. Al mismo tiempo que admitía que la Presidenta tenía necesidad de ese contacto con la gente, propio de toda persona que se dedica a la política, en mi fuero íntimo advertía lo peligroso que puede resultar “aconsejar” a un primer mandatario, máxime cuándo los consejos contradicen sus deseos. 

Porque ningún político o muy pocos resisten el particular encanto que tiene el contacto personal y directo con la gente. Y mucho menos ignoran el enorme valor político y simbólico del gesto. Esto genera una clara colisión de intereses, motivo por cuál la custodia presidencial en los países más organizados está a cargo de un grupo de profesionales que se maneja con reglas estrictas que deben cumplir no solo ellos sino también los primeros mandatarios y sus familias, de manera obligatoria: al decidir postularse para un cargo en la cúspide de la pirámide estatal, los candidatos asumen y se comprometen a cumplir ciertas reglas durante las campañas, y sobre todo, luego de ser elegidos tras ganar las elecciones. Este sistema impone a través de regulaciones legales un modo de lograr que el valor seguridad no quede siempre subordinado a las decisiones, pareceres y hasta caprichos de las figuras presidenciales, sino que sea llevada a cabo por profesionales idóneos dedicados a la materia.

Porque la seguridad presidencial no es una cuestión individual o caprichosa sino un interés de primer orden de un Estado.

Inseguridades y elecciones

En ese sentido se aconsejó a la señora Presidenta. Pronto vinieron las elecciones presidenciales, dónde se consagró con el 54% del voto popular. Y el tema de su seguridad volvió aparecer como un problema en el horizonte de su asunción. 

Como integrante del Ministerio de Seguridad de la Nación tuve participación en la organización del dispositivo de seguridad en la segunda asunción de la Presidenta Cristina Fernández de Kirchner. La convocatoria se sabía, iba a ser masiva, y lo que años después iba a recibir el nombre de “grieta” ya claramente comenzaba a vislumbrarse en el humor social: grandes adhesiones, por un lado, pero también enormes odios por otro. Y esa segunda asunción del mando, estuvo determinada por una cantidad de amenazas, muchas confirmadas como serias, contra la seguridad de la mandataria reelegida. 

El problema más difícil de resolver estaba dado por el desplazamiento que debía hacer la Presidenta de la Nación luego de la jura en el Congreso de la Nación: debía transitar varias cuadras por Avenida de Mayo, que se preveía iban a estar absolutamente desbordadas de personas, hasta la Casa Rosada. Y su deseo era ir en un vehículo descapotado para tener contacto con el público que se había convocado. 

Casi todos los que fuimos consultados desaconsejamos de manera unánime la posibilidad de que este desplazamiento fuera realizado en un vehículo abierto. La Presidenta de la Nación, por primera vez, abrumada por razones de seguridad, aceptó a regañadientes desplazarse en un vehículo que le diera algo de seguridad, porque como se mencionó anteriormente, para ella el valor del contacto con las personas era algo casi innegociable. Pero las alarmas estaban confirmadas y el riesgo era realmente muy grande. 

Las imágenes captadas por los reporteros gráficos en ese día caluroso y soleado, dan cuenta del primer desplazamiento controlado de una Cristina Fernández de Kirchner elegida por el 54% de los votos, saludando en el asiento delantero de un Audi blindado de color oscuro. En el asiento de atrás y casi sin ser percibos por nadie, iban sus hijos. Todos los que participamos de la seguridad en ese trayecto entre el Congreso de la Nación y la Casa Rosada, advertíamos como a pesar de las advertencias, la señora Presidenta insistía en sacar por momentos, medio cuerpo fuera del rodado de seguridad. Por fortuna el dispositivo de seguridad fue exitoso; el azar estuvo de nuestro lado, o ambas cuestiones se dieron.

Cáncer y custodia

Luego de la asunción presidencial y casi al concluir el 2011, a fines del mes de diciembre, nos disponíamos a comenzar una reunión a la que asistimos con la por entonces Ministra de Seguridad Nilda Garré y en la que era anfitrión el hombre fuerte de la ex Side, el Ingeniero Jaime Stiuso. Ni bien nos sentamos, los teléfonos de todos los presentes, comenzaron a sonar de manera increíblemente coordinada: la Presidenta de la Nación había sido diagnosticada de un carcinoma, debía ser intervenida de urgencia y en breve se iba hacer el anuncio a través del vocero presidencial.

Otra vez la seguridad de la Presidenta la Nación estaba en juego, y en este caso, la complejidad del caso era mayúscula: iba a ser intervenida en el Hospital Austral, lo que generó que una gran cantidad de personas se instalaran en sus inmediaciones. Al mismo tiempo toda la seguridad presidencial, con custodios personales y personal de seguridad perimetral, invadieron el nosocomio. El resultado fue un edificio completamente sitiado, por dentro y por fuera, y absolutamente contaminado, desde lo acústico hasta lo bacteriológico: varios custodios fumando en áreas reservadas exclusivamente al personal médico fueron una postal de la falta de profesionalismo de su custodia. 

Claramente advertida la custodia presidencial de que podían ser reemplazados, habían comenzado una silenciosa y no por ello menos insidiosa lucha política para tratar de neutralizar cualquier tipo de cambio. Y el escenario que habían elegido, o al que habían sido empujados por las circunstancias, era el mismo Hospital Austral. 

En eso, no fue ajeno el personal de la ex Side, altamente capacitado en lo que a control de historias e intrigas personales se refiere, pero increíblemente ineptos para realizar un abordaje serio de la verdadera seguridad del Estado Argentino y particularmente de sus mandatarios. Todavía faltaba mucho para que la muerte del fiscal Nisman hiciera estallar por los aires los años de tolerancia política de personajes siniestros que sobrevivían en los pestilentes e inmundos sótanos de la inteligencia argentina. 

Y los convenientes lazos que estos personajes pacientemente habían tejido con la custodia presidencial era algo que no estaban dispuestos a perder. 

Resta decir que todos los consejos de cambio relacionados a la custodia presidencial, pasaron a un lugar muy secundario. Y de ese modo, la Policía Federal Argentina, tan ineficiente y corrupta, como hábil para ocupar espacios de poder, volvió a anotarse una victoria política.

Zelig

En el mes de marzo de 2012, y con pleno apoyo presidencial, hizo su aparición en escena un ignoto personaje, tan patético como lamentable: el médico asimilado al Ejército Argentino Sergio Berni. 

Al parecer portador del Síndrome de Zelig, y sin conocer absolutamente nada de Seguridad, inmediatamente después de asumir, Berni se dedicó de lleno a construir el personaje que algunos años más tarde todos llegaron a conocer. 

Más preocupado por los símbolos y las apariencias que por la seguridad presidencial y las efectividades, se dedicó afanosamente a conformar su propia custodia, que integró con elementos de la Policía Federal Argentina que habían sido custodios del expresidente de la Nación Néstor Carlos Kirchner. Ese fue el primero de los signos de su clara megalomanía que desnudaban sus prematuras y alocadas aspiraciones presidenciales. 

Las peleas internas en el seno del Ministerio de Seguridad se tornaron una constante, y advertí que permanecer en el cargo no tenía ningún sentido. El Poder Judicial de Córdoba, dónde transcurrí gran parte de mi vida laboral, me ofrecía formar parte de un nuevo Fuero y decidí que un tiempo había concluido, y otro que me conducía al final de mi carrera iniciada muchos años atrás, comenzaba. 

Durante los años que siguieron y merced a mi labor profesional, continué recopilando información sobre aspectos sensibles de la seguridad de la República Argentina, y particularmente sobre aquella situación que consideraba había sido tan mal abordada como era la seguridad presidencial. Lamentablemente, el panorama no solo no había cambiado sino que incluso la situación se había mantenido y hasta agravado.

Setiembre01

Lo que sigue, es conocido: los cambios en la custodia de la Presidenta, luego expresidenta; más tarde Senadora Nacional y actualmente Vicepresidenta de la Nación, nunca se concretaron. Se agregó gente, otros salieron. Pero muchos de los personajes de “confianza” continuaron; y particularmente lo que subsistió fue una actitud casi intransigente en lo que a falta de profesionalismo se refiere. 

No era un secreto para nadie que las tensiones políticas en la Argentina en las últimas semanas llegaron a un extremo. Y más allá de posiciones, la Vicepresidenta de la Nación era y sigue siendo por lejos, la persona con mayor riesgo de sufrir un atentado en la Argentina. Atentado que de concretarse, y cualquiera fuere su resultado, generarían una enorme e impensada convulsión política en el país.

Pero todo parece indicar que las personas responsables de su seguridad no pudieron ver ni escuchar una realidad que cualquier persona podía advertir, y que incluso fue expresada públicamente por analistas políticos, por la prensa y por personas de las más variadas posiciones políticas. Pero ninguno de los integrantes de la custodia de la persona pública con mayor riesgo de atentado en la República Argentina, ni los jefes políticos de ese grupo de policías -los funcionarios del actual Ministerio de Seguridad de la Nación- pudieron anticiparse ni predecir lo evidente. La distancia entre el abismo y esta realidad, no fue el accionar de personas preparadas para la protección física de la Presidenta de la Nación, y toda una enorme y costosísima burocracia, sino un objeto que se cayó y un tiro que no salió. Puro azar. 

De las imágenes se desprende que ningún custodio advirtió el atentado. Ninguno. Y no solo eso. Luego de que alguien le apuntara con un arma de fuego a la cabeza, ningún custodio de la Vicepresidenta la extrajo del lugar, como aconseja no ya un protocolo, sino el sentido común de cualquier persona de a pie: simplemente se la desplazó a otro lugar y continuó saludando personas sin advertirse la extrema gravedad de la situación. Incluso sus custodios la ayudaron a subir a un parante del auto en el que se desplazaba, y exponerse corporalmente por completo, solo para saludar a la multitud: una falta total de profesionalismo que expuso a las claras el paupérrimo nivel de su custodia personal, y que nos proyectó al mundo como unos auténticos improvisados.

Lo cierto es que al trascender la noticia, las hipótesis y las versiones se sucedieron una tras otra; pero de todo lo que pudimos ver y escuchar, evidentemente hay una certeza innegable: más allá de la investigación judicial en curso, en tanto hecho de inseguridad, no cabe lugar a dudas que un arma de fuego a centímetros del rostro de la Vicepresidenta constituye indiscutidamente un intento de magnicidio. Y eso no parece ser discutido por casi nadie, ni tan siquiera por los más acérrimos opositores políticos.

Claro que siempre habrá alguien que banalice una situación tan grave como esta. Y entre esos irracionales no podían faltar los integrantes de la Policía de la Provincia de Córdoba, tan adeptos históricamente a matar y a festejar la muerte: por esa razón y con la impunidad que los caracteriza, hicieron circular manifestaciones espantosas por las redes sociales y seguramente lo seguirán haciendo si se les permite.

Afortunadamente, fuera de estos antisociales parece existir un mínimo consenso social en admitir que la Argentina estuvo al borde del abismo. La conciencia de esta situación generó un aparente consenso en torno a este hecho. Pero lamentablemente, el intento de asesinato de la Vicepresidenta Cristina Fernández de Kirchner tal vez sea, aunque cueste admitirlo, uno de los atentados con más probabilidad de ocurrir de la historia argentina; o por lo menos el hecho de violencia política que más señales generó y que los encargados, policiales y políticos, ignoraron por completo. 

Y lamentablemente el hecho de que no se haya concretado no quiere decir que hayamos aprendido la lección: resta ver si a futuro tendremos la capacidad de anticiparnos desde los órganos predispuestos por el Estado en materia de Seguridad a un hecho de estas características. O si por el contrario la imprevisión, y la falta de profesionalismo siguen siendo una constante que lleven a sumergir a la Argentina y a todos los argentinos en un caos social de imprevisibles consecuencias.