Lo que se juega en Bolivia
Así como en Estados Unidos nada cambiará demasiado gane quien gane en las próximas elecciones, en Bolivia la cosa es distinta. El resultado de las elecciones del próximo domingo 18 marcará no solo el futuro de la propia Bolivia, sino de la región también.
Llegan a la última semana de campaña con posibilidades ciertas dos candidatos: Luis Arce Catacora, el ex ministro de Economía de Evo Morales, y Carlos Meza, ex vicepresidente de Gonzalo Sánchez de Lozada y luego presidente cuando el Goni huyó en plena Guerra del Gas (ya profundizaremos esto).
Según las principales encuestas, las intenciones de voto arrojan este panorama: Luis Arce, candidato del partido de Evo Morales, en un 44,5 por ciento, contra Carlos Mesa, de la derecha, con un 34 por ciento y Fernando Camacho (representante de la extrema derecha de Santa Cruz de la Sierra) lejos con un 15 por ciento.
Si las encuestas acertaran y se dieran estos resultados, se reproduciría casi un calco de lo que fueron las elecciones de hace un año, cuando Evo le ganó a Mesa más o menos con los mismos números. Y entender esto es fundamental para entender el contexto político general de Bolivia. Porque la Constitución establece un sistema de ballotage que establece que, para ganar en primera vuelta, un candidato tiene que sacar más del 40 por ciento y una diferencia con el segundo de 10 puntos. Y es más o menos justo lo que sacó Evo y lo que sacaría Arce, de ahí el miedo actual de que se repita la farsa de la derecha boliviana y continental de denunciar fraude sin pruebas.
El año pasado, las denuncias de fraude nunca se confirmaron (hasta hoy), pero generaron en ese momento el ambiente social y político necesario como para permitir el golpe de Estado que llevó al gobierno a la actual presidenta de facto Jeanine Añez. Esto confirma algo, las derechas latinoamericanas creen en la democracia sólo cuando ganan, y cuando pierden denuncian fraude o son golpistas.
Esta vez podrían darse dos escenarios: o bien un verdadero fraude, pero cometido por la derecha en el poder, que manejará los hilos de la votación, o bien que denuncien otra vez fraude, lo que sería tan insólito como el presunto fraude que ya está denunciando Donald Trump en Estados Unidos. En Bolivia algo parecido dijeron funcionales del actual gobierno de facto. Ridículo, porque son ellos los que manejan los resortes del poder como para cometer un hecho así.
Ahora bien, ¿por qué es tan importante esta primera vuelta, si un sistema de ballotage está pensado justamente para dirimir la disputa en una segunda vuelta?
La primera vuelta es fundamental porque está claro que el espectro de derecha que hizo el golpe de Estado del 10 de noviembre del año pasado es muy amplio, heterogéneo y hasta podríamos decir opuestos entre sí. Los une sólo el odio a Evo y a todo lo que huela a Evo, a indio, a pueblo. Se vio cuando tuvieron que gobernar y fue cada vez más evidente a medida que se iba acercando la fecha de las elecciones (corrida varias veces por la presidenta de facto en su intento de mejorar en las encuestas, dicho sea de paso). No tienen un proyecto común. Jeanine Añez ha encabezado un gobierno sin Estado de derecho, que raya con una dictadura, con represiones brutales al pueblo, tanto en lo físico como en lo simbólico (la Biblia contra la Wipala por ejemplo). Por otro lado, Fernando “Macho” Camacho encarna una expresión aún más extrema en su derecha visceral, xenófoba y racista, podríamos sin dudar calificarlo de neofascista. También juega Chi Hyun Chung, un pastor evangélico de origen coreano, que encarna una variante de derecha que avanza en el mundo: confesional, fanática también, pero distinta. Y, por último, Carlos Mesa, de quien ya dijimos que fue vicepresidente de Gonzalo Sánchez de Lozada, el símbolo más claro del neoliberalismo de fines del siglo pasado en Latinoamérica. Le decían el Goni, y hablaba mal castellano, pero no como Evo que es porque su lengua madre es el aymara, sino porque su lengua madre era el inglés, como buen exponente de esa casta blanca que oprimió históricamente al pueblo boliviano, y se había criado y había estudiado en Estados Unidos. Aquel gobierno de Sánchez de Lozada y Mesa destruyó el país, como suele hacer el neoliberalismo. Pero hubo una gota que colmó el vaso, un hecho que hizo estallar ese volcán que es el pueblo boliviano, que a veces parece dormido, pero en un momento explota y lanza lava para todos lados. Ese hecho fue el intento de exportar gas boliviano a Estados Unidos por puertos chilenos. Y si hay una herida abierta en Bolivia es la pérdida de su litoral marítimo a manos de Chile en la Guerra del Pacífico (1879-1884). Fue la llamada “Guerra del Gas” que terminó con el Goni huyendo en avión a Estados Unidos y Mesa asumiendo en su lugar. Ese es Mesa, cómplice de aquel gobierno entreguista, pero que se presenta como un socialdemócrata, explotando su imagen de profesor universitario e intelectual calmo y componedor. Quizá no tenga el componente fascista de Camacho, ni el fanático de Chi, ni el dictatorial de Añez, pero garantiza la continuidad de ese Estado neoliberal, aliado del Imperio estadounidense y, sobre todo, un dique de contención a la vuelta de un gobierno popular.
La presidenta de facto también era candidata, pero declinó su candidatura hace un par de semanas en un intento de convertir la primera vuelta en una segunda vuelta, es decir, que todos los candidatos de derecha apoyen al mejor posicionado de ellos: Carlos Mesa. Pero Camacho no la siguió, porque si bien no tiene posibilidades de llegar segundo, no quiere desperdiciar este supuesto 15 por ciento que representa muchos legisladores y poder. Lo mismo corre para Chi. Por eso, los votos que tenía Añez (un 17 por ciento según los sondeos) no fueron monolíticamente a Mesa, sino que se dispersaron. Muy poquito fue para el pastor Chi (tiene menos del 5 por ciento de intención de voto), subió Camacho (del 10 al 15 por ciento) y subió también Meza (del 24 al 34 por ciento), pero no lo suficiente como para impedir un triunfo en primera vuelta de Arce.
Así las cosas, habrá que ver si estos números se confirman. De todos modos, lo que sí podemos prever es que siga la inestabilidad política por un tiempo, pase lo que pase. Porque a las derechas latinoamericanas hay que ganarles por goleada, caso contrario, actúan de forma decididamente golpista y no dejan gobernar a las mayorías populares. Entonces, si gana Arce, nadie sabe qué puede pasar. Pero si gana Mesa, también será complicado que gobierne con su impronta neoliberal y sus compromisos con las otras derechas mencionadas. Deberá necesariamente apelar al componente represivo que ha mostrado Añez. Será difícil que pueda gobernar manteniendo su piel de cordero y de profesor universitario amplio y tolerante. Volverá a ser lo que fue y lo que es: el vice de Sánchez de Lozada de 2003, el golpista de 2019.