"El desafío principal de los sindicatos es su pérdida de la representación"
Leticia Medina, secretaria adjunta de ADIUC, advierte que las transformaciones en los modos de producción han alejado a los gremios de sus trabajadores. Ante ello propone retomar una discusión, aún no saldada, sobre el futuro del trabajo y los modelos de sindicalismo. Remarca la urgente necesidad de incorporar la perspectiva de género en el marco normativo y los convenios colectivos.
A los 45 años Leticia Medina se desempeña como secretaria adjunta de la Asociación de los Docentes e Investigadores Universitarios de Córdoba (ADIUC).
Licenciada en Comunicación Social, magister en Comunicación en Cultura y doctora en Ciencias Sociales, se ubica dentro de la corriente del pensamiento nacional y popular.
Egresada de la UNC, comenzó a militar como estudiante en su Jujuy natal durante la década del 90, a la que recuerda como “una época muy desafiante porque no había horizontes”.
Reconoce como esenciales para su formación las movilizaciones del Sindicato de Municipales que encabezaba el “Perro” Santillán y las experiencias territoriales de la emergente Asociación de Trabajadores del Estado (ATE).
Ya en Córdoba fue una de las impulsoras de Arcilla, agrupación que condujo el Centro de Estudiantes de la Escuela de Ciencias de la Información, con reivindicaciones del periodismo militante de los 70 y compromiso político anclado en la realidad cordobesa.
Desde allí se vinculó con el gremio de docentes universitarios, entidad que hoy sostiene la recuperación salarial como principal reclamo. “Estamos un 30% por debajo del poder adquisitivo respecto de 2015”, asegura.
Veinte años después analiza con preocupación un contexto donde avanzan la precarización e informalidad ante entidades sindicales que se muestran lentas para metabolizar los cambios en el mercado laboral.
En la tercera entrevista del ciclo que presenta a referentes jóvenes del sindicalismo, la dirigente advierte sobre la necesidad de una revisión que incluya la perspectiva de género, las formas derivadas de la digitalización y la economía popular.
-¿En qué momento comenzó a plantearse la actividad gremial?
-A principios de los 2000, desde el Centro de Estudiantes de la ECI, empezamos a tener vinculación con el sindicato de docentes. En ese momento encontramos diferencias importantes en las concepciones sobre la política y la actividad gremial. Quienes conducimos el sindicato hoy seguimos sosteniendo la necesidad de construcciones amplias, democráticas, representativas. El sindicato tiene que trascender identidades partidarias para ser una herramienta distinta a una organización política. El sindicato es una herramienta del conjunto de los trabajadores y trabajadoras. Tiene que asumir su formación y la democratización, en sentido de la ampliación de la representación. Lo que no significa que los sindicatos sean apolíticos, neutrales. Porque no da lo mismo cualquier modelo de universidad, de país o de estado.
-La propia representación es cuestionada desde distintos sectores…
-El desafío principal que tienen los sindicatos, que muchas complicaciones nos ha traído en las últimas décadas, ha sido su pérdida de la representación. Los sindicatos hemos perdido representación por la desestructuración del mundo del trabajo. Cada vez son menos los sectores que pueden ser incorporados dentro de la lógica del trabajo formal, por lo tanto sindicalizables. En los años 90 la CTA buscó una alternativa de representación de sectores que habían quedado fuera del mercado formal. Sin embargo, a 30 años, nos estamos debiendo aún una discusión profunda. ¿Qué podemos esperar del futuro del trabajo? ¿Qué tipo de representación tenemos que construir? ¿Qué tipo de organización sindical? Asistimos a una fragmentación del movimiento sindical, con discusiones, tensiones, configuraciones más cercanas a la política partidaria, que no reflejan las transformaciones del mundo del trabajo: tercerización, desregulación, precarización. Eso no ofrece respuestas a la clase trabajadora.
-La informalidad es un tema medular. En paralelo, aunque vinculado, avanza la denominada uberización, el capitalismo de plataformas.
-Hay estudios que dan pistas acerca de cuáles pueden ser las formas de organización de esos trabajadores y trabajadoras. También sobre las condiciones de trabajo en las cuales se produce ganancia y cuáles son las formas en las que se puede interrumpir los procesos de acumulación como protesta para garantizar mejores condiciones de trabajo. Sin embargo, todavía no logramos avanzar sobre cuáles son las formas de regulación para ordenar esas relaciones laborales. Tampoco estamos avanzando en formas organizativas que sean apropiadas para garantizar esa protección y esa representación. Pasa lo mismo con sectores del trabajo altamente feminizados, donde el movimiento obrero organizado actual también ha dejado desprotegidas a actividades, conocidas y no reconocidas, que suponen el uso de fuerza de trabajo femenina. El sindicalismo tiene que poner en discusión la calidad del trabajo de cuidados, tanto remunerado como no remunerado, donde principalmente las mujeres están a cargo, muchas veces a cambio de planes de empleo, deslegitimados públicamente y precarizados en términos de condiciones de trabajo. Hay que considerar eso y las nuevas formas de trabajo. También hay que asumir que ya el horizonte de pleno empleo es inviable. Pero al mismo tiempo tenemos que encontrar un horizonte que tenga que ver con el empleo de calidad.
-Por estos días se ha reflotado una discusión sobre la calidad del trabajo registrado. Tangencialmente, sobre las asistencias del Estado.
-También nos debemos, la clase trabajadora y sus organizaciones, una fuerte discusión acerca de cómo se articula el trabajo de la economía popular. Cómo se articulan las organizaciones cooperativas con las organizaciones de trabajadores formales. La CTA hizo una experiencia de ampliación de la representación a trabajadores desocupados y a organizaciones territoriales, bajo la hipótesis de que la acción colectiva se había trasladado de la fábrica al barrio. Pero después del 2000, con la recomposición de las relaciones del trabajo y el incremento de la tasa de ocupación, esa tendencia no continuó. No hay procesos de inversión, industrialización, de recuperación del empleo. Hay que volver a discutir, sin esperar que la economía popular se transforme vía industrialización. Hoy hay formas de trabajo mucho más desarrolladas y avanzadas. Por ejemplo, la industria del software, que tiene lógicas laborales por fuera de las formas tradicionales del espacio de la fábrica. Y no son atrasados, por el contrario, son los más desarrollados.
La digitalización creciente, que se reimpulsó en pandemia, obliga a repensar un montón de actividades, desde la realización del trabajo a distancia hasta el tiempo de recreación. ¿Eso hará más compleja aquella idea de la representación colectiva de los trabajadores?
-Sí, absolutamente. No podemos ser inocentes o ingenuos. Estamos en un escenario sumamente complejo. Nosotros tuvimos la oportunidad de probar, así como los empresarios, de qué se trataba esto del trabajo a distancia durante la pandemia. La experiencia ha sido preocupante. Los sindicatos tenemos la oportunidad de comprobar lo difícil que es la organización de los trabajadores y trabajadoras cuando no tenemos la posibilidad del encuentro presencial, de la interacción en el trabajo. Y si bien también esa aceleración de procesos nos permitió tener una ley de teletrabajo, que es fundamental, se necesita una traducción en cada uno de los sectores. Hay que discutir en cada lugar de qué manera se va a regular y se van a transformar las relaciones de trabajo. También en la protección de la vida familiar, del tiempo de ocio, para evitar superposiciones y el abuso de los empleadores respecto del tiempo de trabajo. El tiempo de trabajo es una de las cuestiones más difíciles de regular. No solamente por el teletrabajo, sino por aquellas formas donde no hay un espacio físico y un tiempo delimitado. Las tecnologías favorecen una extensión y una flexibilización del tiempo de trabajo.
-Hablamos de la necesidad de repensar el vínculo entre empleador y empleado. Como trasfondo, desde hace años hay sectores que impulsan un proyecto de reforma laboral.
-Nosotros también venimos hablando de la necesidad de una reforma laboral. La Ley de Contratos de Trabajo que tenemos desde el año 74, ha garantizado la supervivencia de la clase trabajadora en los momentos más difíciles y oscuros de nuestra historia. Para los sindicatos, para la clase trabajadora, es una herramienta fundamental, un lugar desde el que no queremos dar ni un paso para atrás. Pero cierto también es que se han introducido modificaciones. Ha habido muchas reformas laborales ya. Incorporar una ley de teletrabajo supone una reforma laboral. También en 2017 hubo un intento del macrismo de impulsar una reforma, supuestamente con perspectiva de género. Por cierto, esa es una de las grandes deudas que tiene nuestra ley de contrato de trabajo. Los estatutos de la administración pública, también los convenios colectivos, tienen una escasa perspectiva de género, propia de aquella época, de los 70. Se incorporan concepciones propias de la época, que tienen que ver con el rol maternal de la mujer. Entonces, necesitamos actualizar tanto las leyes laborales como los convenios colectivos, por las transformaciones en el mundo del trabajo, la incorporación de tecnología, y con perspectiva de género. Incorporar la cuestión del cuidado dentro de los convenios colectivos, de la Ley, en un sentido más igualitario, menos maternalista. Claro que tenemos que tener un contexto favorable. No en cualquier contexto podemos poner en discusión una reforma por ley de contrato de trabajo. Y este no es el mejor contexto.