Desde su masificación, previa aún a cualquier vaticinio de pandemia, las videollamadas suponen una resignificación de las relaciones interpersonales. La distancia propone una comunicación directa, sin la apoyatura de una gestualidad y un entorno que también son relevantes.

Tras más de 100 días de cuarentena las videollamadas han resignificado directamente muchos vínculos cotidianos. Especialmente aquellos que derivan de relaciones que hasta aquí parecían exclusivas de la exterioridad. Tomar clases, trabajar, entrenarse y hasta celebrar, casi todo evento puede resolverse a través de plataformas digitales. Se viven como encuentros reales, se definen (aún) como acciones virtuales aunque no lo sean.

Las nociones de privado y público, adentro y afuera, parecen diluirse en creciente relatividad. Se nota especialmente en los hogares, espacios concebidos para una privacidad que entra en tensión ante la multiplicidad de cámaras.

"La división del espacio entre público y privado se daba muchas veces por los muros de una casa. Dentro de la casa hay lugares privados donde uno se puede cambiar, descansar y quitarse las defensas que usa para el espacio público. De golpe ahora el hogar se ha convertido en un espacio que está invadido por lo público, por espacios públicos como el trabajo y la educación", explica el psicólogo Diego Tachella.

"Pienso en El Aleph, el cuento de Borges, como un punto donde está condensado todo el mundo. Desde ahí puedo ver a todo el mundo y todo el mundo me puede ver a mí. Entonces mi intimidad, mi privacidad de golpe se encuentra con la profesora de los niños viendo lo que hacemos en casa. Y hay 20 niños más que ven lo que hacemos en casa. Y nosotros también podemos ver a través de esa pantalla lo que sucede en otras 20 casas cuando estamos en la reunión", profundiza el profesional, en diálogo con Canal 10.

Según considera, estas redefiniciones tendrán un impacto que, aunque difícil de medir, obligará a un trabajo específico.

"Esto va a generar un cambio, si bien ya venía dándose un cambio en cuanto a lo que era íntimo y privado, lo que se daba a publicidad en redes. Los jóvenes no muestran tanto o no consideran tan íntimas algunas cosas, aunque esto va a revertir. Se estaba estudiando qué pasaba cuando llevamos al trabajo el celular: al estar conectados con amigos o la familia, llevábamos al trabajo la vida privada. Hoy estamos metiendo el trabajo, a través de telepantallas, en nuestra vida privada. Entonces traemos lo público. Esto va a traer dificultades para volver a distinguir. Con los más pequeños nos va a costar explicarles qué es privado y qué es público", precisa.

El también profesor universitario considera que la tendencia a emplear videollamadas llegó para quedarse. De cualquier manera, la vuelta a los vínculos directos, no mediados por pantallas, no debiera causar angustia.

"Vamos a volver a una socialización presencial. Hablar de que una relación sea virtual es complejo porque es una relación real y concreta. Nos hablamos, nos conocemos, intercambiamos un montón de cosas y hasta podemos tener una relación íntima. De hecho se puede hacer psicoterapia, una de las relaciones más íntimas que se pueden establecer", apunta.

Zoomear

La preminencia de las videollamadas parece condensarse en un nombre propio. La plataforma Zoom (que pasó de 10 millones a 200 millones de usuarios en sólo dos meses) se ha convertido en denominación genérica de videollamada. Sinécdoque, también verbo y acción.

"Ahora decimos zoomeamos, hagamos un zoom, por hagamos una videollamada. Se llama zoom fatigue al cansancio por las videollamadas; zoom bomber es aquel que irrumpe en una reunión a la que no está invitado y se va; zoom crasher, el que entra en una clase y la tira abajo. Se habla de zoompleaños, o sea festejar un cumpleaños por Zoom. Zoom nos ha invadido y se ha metido en nuestras vidas, en el lenguaje, la forma de hablar. Se ha convertido en verbo y en acción", observa Tachella.