Bióloga de la UNC recibió el Premio Princesa de Asturias de Investigación
Sandra Díaz es referente mundial en biodiversidad. Para ella, la preservación de la naturaleza está amenazada por los modelos económicos.
La bióloga bellvillense Sandra Díaz, egresada de la Universidad Nacional de Córdoba y referente mundial en plantas y biodiversidad, recibió en la tarde del viernes el Premio Princesa de Asturias de Investigación Científica 2019.
El discurso de recepción. Sandra Díaz: "La naturaleza es el tapiz de la vida; nos entreteje y atraviesa"
La científica afirma que la preservación de la naturaleza está gravemente amenazada por los modelos económicos y sociales vigentes. "Para mí no son los pobres los que están destruyendo el mundo", dijo en una entrevista que brindó a la BBC.
Díaz es una de las autoras principales del informe que alerta sobre un millón de especies en peligro. La bióloga, que recibirá el premio junto a la científica estadounidense Joanne Chory, es también profesora en la Universidad Nacional de Córdoba.
Sandra Díaz y Joanne Chory.
La bióloga afirmó en la cadena británica de noticias que en América Latina "estamos quemando nuestra casa", advirtió sobre los costos ambientales reales de la agroindustria y la minería, y el papel de los lectores en la protección de lo que llama "el tapiz de la vida".
Periodista: -Ha hablado sobre la necesidad de incorporar en los precios los costos ambientales reales. ¿Qué significa esto?
Díaz: -Hoy en día muchas actividades económicas son rentables porque quienes se benefician de ellas tanto produciéndolas como intercambiándolas o consumiéndolas no están pagando los costos reales. Es como una fiesta donde los que disfrutan de la comida y la bebida y la música no son los que están pagando los gastos de producir la comida, la electricidad, los platos rotos o la recolección de basura.
Hay muchas cosas que convienen y se trasladan en el mundo en grandes cantidades porque son muy baratas, y son muy baratas para el que vende porque no está pagando lo que realmente cuesta, no están pagando el sufrimiento humano y el daño ambiental.
P: -¿Qué cosas por ejemplo?
D: -En muchos lugares del mundo las mineras tienen enormes subsidios del Estado. Pero los controles que se ejerce sobre lo que contaminan, lo que marginan socialmente, los costos que pagan son irrisorios y simbólicos.
En muchas zonas del mundo, incluida la mía, se subsidian muy fuertemente los combustibles fósiles y todo lo que es transporte privado, para que toda la gente tenga un 0 km, que se hagan autopistas, y todo ese dinero se deja de invertir en el transporte público que causa muchísimo menos daño ambiental.
O un ejemplo que usamos mucho: en toda la zona agrícola relacionada con el golfo de México hay grandes subsidios a los fertilizantes, entonces a los productores les resulta muy barato poner enormes cantidades, mucho más de lo que necesitan. Y todo ese excedente de fertilizante termina en el golfo de México y crea esas zonas que nosotros técnicamente llamamos hipóxicas.
Hay explosiones de algas y microorganismos que agotan el oxígeno y se muere todo el resto de la cadena trófica. Entonces, desde el punto de vista pesquero, alimenticio, turístico, etcétera, son un desastre.
P: - Cuando hablamos en el pasado me dijo que en América Latina, con el modelo agroindustrial, estamos "quemando nuestra casa". ¿A qué se refiere?
D: -Significa que en nuestro sector del mundo la agricultura industrial de exportación no regulada no está incluyendo todos estos costos ambientales de salud humana y social de los que hablé en la pregunta anterior.
No incluye las externalidades asociadas con la limitación del acceso al agua, con el agotamiento y erosión de los suelos, y esto lo va a heredar la próxima generación. Lleva miles de años formar un suelo fértil. Tampoco se consideran los efectos sobre el cambio climático, los efectos agrotóxicos sobre la salud humana y de la fauna y la flora. Estamos quemando la casa, y ni siquiera es para dar de comer a otros.
Mi país es un buen ejemplo. De las 137 millones de toneladas de granos que producimos todos los años, más o menos dos terceras partes de esos granos son soja y maíz producidos con un modelo claramente agroindustrial.
La gran mayoría de eso se exporta, y con esos granos no es precisamente que estemos alimentando los hambrientos del mundo. Una parte importante va a biocombustibles y otra a alimentar cerdos y vacas que, precisamente, están producidos a través de un modelo industrial que fundamentalmente cumple con las demandas de las poblaciones de mayores recursos.
Los hambrientos del mundo no se alimentan con nuestra soja y nuestro maíz. No es que estamos hipotecando nuestro patrimonio natural, pero al menos todo el mundo come bien en Argentina. No es el caso. Hay estudios nuevos que muestran que alrededor de la mitad de los chicos son pobres y no tienen sus necesidades nutricionales bien completas.
P: -¿Cuál es el mensaje básico que daría?
D: -Que el modelo que estamos usando es un beneficio inmediato desproporcionado para muy pocos y produce daños muy grandes en derechos esenciales de muchos.
Por ejemplo, hoy en día en Argentina tenemos una gran cantidad de pueblos de la zona tradicionalmente agropecuaria que han quedado sumergidos en un mar de cultivos industriales que son constantemente pulverizados con agrotóxicos. Estamos hipotecando el futuro con cosas que no las podemos reponer.
Yo les cuento de mi país, que es un caso puntual, porque lo conozco mejor. Pero me parece que es un modelo que ocurre en muchos países de lo que se llama el sur global. Es un modelo que tiene que ver con la obtención máxima de provecho por unos pocos inmediatamente, y la fiesta la paga el que pueda, "pero yo no".
P: -Cuando se anunció el premio, usted habló de la "trama de la vida". ¿Por qué prefiere hablar de trama de la vida en lugar de biodiversidad?
D: -Me gusta la metáfora. Más que trama de la vida me gusta hablar del tapiz de la vida. Esta metáfora me ayuda a reflejar el hecho de que todos los seres vivos, incluyendo la gente, estamos profundamente entretejidos y también con el mundo no vivo.
Me ayuda a reflejar eso, ese íntimo contacto, esa interdependencia y ese entretejimiento. Obviamente, la palabra biodiversidad es válida y la usamos en toda la comunicación científica. Pero no refleja que no es solo un montón de plantas y animales que están afuera, sino que nos incluyen a nosotros y están íntimamente conectados con nosotros.
P: -Usted participó en algunos de los informes del Panel Intergubernamental de Cambio Climático (IPCC). ¿Cómo explica que aún haya sectores que minimizan la importancia del cambio climático?
D: -Yo creo que tiene que ver fundamentalmente con intereses económicos.La estrategia usada es primero negar hasta que resulta insostenible. Luego, cuando ya no se puede negar más, se siembra la duda, se cuestiona la evidencia. Lo hizo la industria tabacalera en su momento, lo están haciendo con el cambio climático y lo han empezado a hacer con la biodiversidad y los ecosistemas.
Por ejemplo, cuando presentamos nuestro informe global sobre la biodiversidad en mayo, hubo ataques de medios muy prominentes sobre nuestras estimaciones, sobre el numero de especies amenazadas con la extinción. Y fue muy interesante que algunas de las caras visibles de esto eran las mismas eran las misma que aparecieron como escépticas del cambio climático.
Que los que supuestamente disienten de todos estos temas —que son muy diferentes y requieren experticia muy diferente— sean los mismos indica que lo que los mueve no es la evidencia. (Los mueve) una clara intención de ellos o quienes les pagan de mantener privilegios económicos y políticos. Pero la gente se va dando cuenta a la larga.
A mí me pareció extremadamente interesante que el muy prestigioso diario británico The Guardian actualizó públicamente su manual de estilo y sugiere ya no hablar de los escépticos del clima. Porque escepticismo habla de alguien que tiene una actitud honesta de duda ante la evidencia, una actitud que es totalmente saludable en el marco de la ciencia.
The Guardian ahora no los llama los escépticos del clima, sino los negadores del clima. Me parece que es un paso muy positivo para desenmascarar a estos negacionismos.
P: -¿Por qué sostiene que hay una conexión entre la protección de la biodiversidad y la reducción de la pobreza, y que a veces la naturaleza acaba siendo privilegio de los ricos?
Hay dos o tres narrativas —como mínimo— que no son más que distintas caras de la misma moneda destructiva.
Por un lado, se dice que no se puede "tener una buena relación con la naturaleza y desarrollarse". Eso no es cierto. Hay ciertos modelos que te hacen elegir, pero cada vez hay mas evidencia de que se puede tener una relación estrecha y enriquecedora con la naturaleza y además tener todo lo que uno necesita para una vida plena.
La otra narrativa es que, como somos pobres, nos tenemos que desarrollar y la naturaleza se tiene que ir al tacho. Y otra narrativa, que es terrible, es que los pobres degradan.
En mi país esta narrativa —"los pobres erosionan, matan la biodiversidad, sobrepastorean"— es común, y es maligna. Seguro que hay mucha gente que se ve forzada a cruzar algunas barreras ecológicas por la situación en la que vive.
Pero si uno analiza los casos en detalle, claramente ve que que la huella ecológica de los ricos es mucho mayor que la basura que producen los pobres. Lo que pasa es que los pobres se ven forzados a vivir a unos metros de su basura y la de los ricos, mientras que los ricos hacen que su basura desaparezca. Para mí no son los pobres los que están destruyendo el mundo.
Otra narrativa que me parece que es muy mala y que nos ha hecho mucho daño en nuestra región es que la naturaleza es un lujo, no un derecho. Y como es un lujo, es algo que los ricos se pueden permitir pero los pobres y el gran común de la gente no. Se tienen que contentar con el parquecito urbano y con el programa de naturaleza que ven en la TV. Me parece que esa es una narrativa terrible, y la gente tiene que recuperar la idea de que la naturaleza es un derecho de todos.
P: -Volviendo al informe IPBES de mayo que alertó sobre un millón de especies en peligro, y del que fue una de las autoras principales, ¿qué medidas concretas deben tomarse para evitar que se extingan?
D: -Es muy importante que se entienda que no estamos diciendo que inevitablemente se van a extinguir. Estamos diciendo que esas especies de plantas y animales están en peligro, y eso quiere decir que depende de nosotros si se extinguen o no.
Una medida que se aplique para todas las especies es absolutamente imposible. En la gran mayoría de los casos uno puede decir que proteger los ecosistemas donde viven esas especies es bastante seguro. Pero lo que funciona a largo plazo es trabajar con los sectores de la economía local o mundial que están dañando la especie, directa o indirectamente.
Por ejemplo, no importa cuantas reservas declaremos. Si hay una fuerte demanda económica por una especie rara, no la vamos a salvar. Hay muchas especies que están amenazadas porque se las caza selectivamente para producir algún producto de lujo, como el marfil o el cuerno de los rinocerontes.
En otros casos las especies están amenazadas por la destrucción o contaminación del hábitat en el que viven. No hay un interés especial en la especie, sino que son daño colateral. Esto sucede con la gran mayoría de la fauna nativa del Gran Chaco Americano, que se extiende por Argentina, Paraguay y parte de Bolivia y Brasil. Las especies allí son daño colateral del desmonte y la agricultura industrial.
Para saber cómo salvar una especie hay que trabajar siempre donde se genera la demanda, más que poner una especie en una campana de cristal. Aunque en algunos caso además hay que ponerla en esa campana, porque sino la perdemos.
P: -Tal vez algunos lectores se sientan desbordados ante la inmensidad del desafío de proteger la biodiversidad. ¿Qué consejo les daría para ayudar a preservar el "tapiz de la vida"?
D: -Yo creo que lo primero que tienen que hacer es tomar conciencia de que su derecho a una relación estrecha, enriquecedora y cotidiana con el tapiz vivo. Y cuando digo tapiz vivo no me refiero al gorila o al orangután que está en Borneo y alguien de nuestras ciudades latinoamericanas nunca en su vida va poder ir a ver. Me refiero a los espacios verdes urbanos, los parques, la agrobiodiversidad, todo esto vivo que nos rodea todos los días.
Ellos tienen derecho a eso y lo primero es darse cuenta y exigirlo socialmente, involucrarse en movimientos sociales a distintas escalas, protestas a nivel de legislación, medios, redes. Y también preguntarse todos los días si uno lo que está consumiendo realmente lo necesita o no.
Cuando uno compra algo lindo y baratísimo debe preguntarse cuál fue el costo real de producirlo. Si se hizo a costa del sufrimiento de qué seres vivos, qué personas, y qué va a pasar con esto cuando ya no lo quiera más. Debemos preguntarnos cuál es el daño y el sufrimiento que de alguna manera está empapando ese producto que vemos lindo, barato y glamoroso.