Cecilia sí tiene quién le escriba
En la madrugada del 5 de abril de 2020 alguien empujó a Cecilia Basaldúa al único viaje que no quería hacer. A un año de su femicidio no se sabe exactamente qué pasó. Sí, en cambio, es posible recordar quién era esta joven de 35 años que desbordaba vida.
Capilla del Monte, el pueblo del Uritorco, fue el lugar en el mundo elegido por Cecilia para escribir su primer libro a partir de las notas y el diario de viaje de los 4 años y medio en los que conoció cien ciudades y 12 países de Latinoamérica.
En Buenos Aires, Cecilia Gisela Basaldúa trabajaba 8, 9 y hasta 10 horas. Además, entre ir y volver se demoraba casi dos horas más. Sentía, con razón, que no vivía, que sus sueños se le escurrían día a día. Hasta que tomó la decisión, ahorró lo que pudo y en 2010 emprendió el viaje con el que soñaba desde muy pequeña.
¿Y vos qué vas a ser cuando seas grande? Viajera. ¿Pero qué querés hacer? Conocer el mundo, contestaba con la seguridad que sólo se tiene en la infancia. Creció, ahorró un poquito de dinero y partió. La excusa fue el Machu Pichu, porque en realidad su deseo era el viaje más allá del destino. Dice que con lo ahorrado podía vivir apenas dos meses en su ciudad, en el barrio porteño de Nuñez, pero ya había vencido el primer miedo, la cuestión económica, y se lanzó.
En el camino puso todos sus sentidos al servicio de aprender. Se comió el paisaje con los ojos, se llenó los pulmones de los olores de las comidas regionales y estrechó sus manos con todo tipo de gente. Confirmó que viajando se fortalece el corazón y que andar nuevos caminos te hace olvidar el anterior.
Se cruzó con personas que viajaban como ella, con muy poco dinero, con las escasas pertenencias esenciales para el día a día y con muchas habilidades para conseguir lo poco que se necesita para vivir viajando. Sin embargo, recuerda aquella primera hazaña como el viaje fallido. A los cuatro meses se le acabó el dinero y todavía no había aprendido lo suficiente. Volvió.
Intentó encajar nuevamente en ese mundo en el que hay que ser productiva. Pero trabajar, estudiar, casarse, comprar una casa, tener hijos, era un modelo que no le cerraba. Su sueño seguía siendo emprender nuevamente el camino.
Estudió diseño de páginas web, porque con ese saber y una computadora podía trabajar en cualquier parte. Ya en México la compu se rompió, “y se rompió nomás, ni modo, recuerda, hay que ponerle el pecho a la situación y seguir, con menos de cien dólares”. Tirando de la experiencia que tenía trabajando en restaurantes siguió su camino por la ruta Maya hasta la frontera con Guatemala. Pero una vez allí se dio cuenta de que la situación era distinta y que no había trabajo. Un nuevo desafío, o su primera crisis, según recuerda Cecilia. Acordarse de aquello que vio en su viaje (no tan) fallido de 2010 y seguir conectando con la gente para aprender más. Emular a la población local y vender fruta pelada y embolsada no funcionó –demasiado miedo, mucha timidez- pero hacer de la crisis una posibilidad, sí.
De las artes marciales a los malabares de la vida
Todo sirve en la vida, dicen las madres, y no se equivocan. Avezada en las artes marciales, la Gise –como la llaman en la familia- convirtió las cadenas del nunchako en antorchas, o algo parecido, según había visto que hacía alguna gente para ganar dinero en las calles.
Cuando ya no le quedaba ni una moneda y estaba paralizada por su timidez habló con una compañera del hostal que la animó: llevá tus cadenas al semáforo de la esquina, movelas como sabés y a la gente le va a encantar ese espectáculo de danza y fuego. Confiá.
Un par de veces tembló y no pudo hacerlo, pero cuando se animó logró juntar en tan solo 20 minutos lo que necesitaba para pagar el alojamiento y comer. Había vencido otro de sus miedos.
“La timidez es un miedo como tantos otros; pero a los miedos hay que enfrentarlos para poder ir más allá. No es de un día para el otro -recuerda Cecilia en una entrevista de marzo de 2019- pero si te animás cada día tenés un poquito menos de miedo y al final llega la liberación. Y nada, eso, vencer el miedo te permite alcanzar un cierto estado de liberación”.
Su piel morena contrasta con su sonrisa tan blanca. La expresión es casi infantil cuando se ríe y sus ojos enormes no paran de mirar aquí y allá, atenta a todo, “conectada con el universo”, como dice una y otra vez. A la distancia, conmueve la fragilidad de sus certezas y resuenan las palabras de su mamá Susana: “Ella no estaba hecha para este mundo, porque todo lo convertía en amor”.
Quién sabe, quién puede juzgar de ingenuas sus convicciones. Desde luego Soledad, su hermana, no. Guarda como un tesoro el WhatsApp que le mandó Cecilia cuando estaba pasando por un momento feo. “No te dejes llevar por el miedo…Después viene la luz!!”, viaja el mensaje de Cecilia desde algún pueblo perdido de Latinoamérica para su hermana de la capital argentina.
Bohemia, mística, le dijeron muchas veces casi como un insulto, a esta piba que sabía usar el nunchako para defenderse, tanto como transformarlo en luz, diversión y sustento.
Hacer turismo no es viajar
De dónde habrá surgido este deseo irrefrenable. Por qué no se tomó un avión y se fue a un hotel. También hay turismo alternativo, alojamientos rurales, excursiones a lugares muy poco conocidos. Más y más preguntas que pretenden negar la esencia deseante de Cecilia: “viajar es la curiosidad de querer conocerlo todo, asumir la inmensidad del mundo, llegar al límite de tu capacidad para ver y conocer todo, por tus propios medios.”
Lejos de los viajes de la clase alta, cuanto más lujosos y exóticos mejor, o de la clase media, que planifica lo mejor posible sus vacaciones. Y lejos también del turismo clásico, del viaje soñado a Paris o a Nueva York, de los museos, las selfies y la prisa de las excursiones. Cecilia la viajera siente una gran diferencia con hacer turismo. “El turista viaja con dinero y tiene su plan. El viajero es un aventurero: poco dinero, sin límites ni planificación y así uno puede adentrarse –no mirar por encima- en cada lugar. Conocer a fondo, trabajar, conectar con las personas, llegar a las comunidades y vivirlas desde adentro. No como quien va a tomar fotos en un zoológico, no, no, no; yo quiero vivir con la comunidad y ver desde adentro, comer como ellas comen, trabajar como ellas trabajan, unirme para poder sentir como ellas sienten, vivir esa cultura desde adentro.”
Efectivamente atravesó México, Guatemala, Honduras, Panamá, Costa Rica, El Salvador, la Amazonía, Ecuador, Bolivia, sin ningún tipo de planificación. “No me gusta forzar las situaciones, dice, me dejo llevar.” Y reconoce que no todo es color de rosa, que atravesó situaciones muy diferentes, muchas buenas, algunas malas, pero que se dio cuenta de que eso es vivir, un viaje. “Es tratar de conectar con las personas de cada lugar y eso es conectar con la cultura”.
A dedo, en lancha, a caballo, en camiones. El tema económico fue lo que más condicionó cumplir su sueño. “Lo que más miedo me daba era quedarme sin dinero en otro país, lejos de mi familia y mis amistades, donde nadie te puede ayudar… Pensar en eso era desesperante”, recuerda Cecilia. Porque su viaje se movió, como la vida misma, alrededor de lo económico. Cuenta que en un primer momento comenzó con lo del arte callejero, pero después aprendió a moverse sin dinero. “Descubrí que también se pueden realizar intercambios en los que no hay dinero; doy, recibo, comparto con las personas. Y he ido aprendiendo otras alternativas: los malabares, las artesanías, la poesía, la música”.
Y su experiencia de todos esos años la hace portadora de una particular sabiduría. Consejos para viajeros: “Es mucho más simple de lo que parece. El arte puede ser muy sencillo. No importa tanto lo que hagas sino cómo lo hagas, se puede conectar de una manera sencilla con la gente, provocar una sonrisa. Por ejemplo, empezás sabiendo muy poquito de malabares y después vas aprendiendo más. Fluir en la relación con la gente, que el público disfrute y lo conquistás. Y lo mismo con las artesanías, empiezas con puntos muy básicos y después, con la gente y hasta con el YouTube, se puede aprender a hacer de todo”. Multicultural, Cecilia mezcla el tuteo y el voseo.
La osadía de ser mujer
“Cuando cuento que estoy viajando las frases que más escucho son: ¿vos sola? ¿No tenés miedo? Estás loca, qué valiente ¿Y el novio? Es triste, pero en lugar de disfrutá me dicen cuídate.”
Es que cualquiera sabe, Cecilia, que las mujeres son el blanco dilecto del machismo universal. “Pero yo quiero ser la aventurera y no la valiente. Y como un llamado a la reflexión le digo al mundo que debemos pensar qué podemos cambiar, desde nuestro lugar como mujeres, para erradicar este problema que es mundial y profundo desde su raíz. Tenemos que cambiar la sociedad”. Una gran verdad que siguenn repitiendo en las calles todas las mujeres que se movilizan por sus derechos: Queremos ser libres, no valientes.
Optimista incombustible y viajera experimentada piensa que “el mundo no es tan peligroso como lo cuentan, lo bueno es mucho más que lo malo”. Y hasta le causan gracia los prejuicios universales. “En México me decían cómo vas a ir sola a Guatemala. Y una vez allí se sorprendían de que no me hubiera pasado nada con la violencia que hay en México… Peligro hay en todos lados, pero hago dedo sola y si realmente fuera algo tan peligroso ¡cuántas cosas malas me hubieran pasado! Al contrario, imagina el corazón inmenso de esas personas que detienen su auto para que se suba una desconocida”, dice emocionada. Puro amor, como recuerda siempre su padre Daniel.
Sobre la violencia hacia las mujeres Cecilia reflexiona: “Esto del acoso del hombre hacia la mujer es algo de todos los días, viajando o no. Yo he sabido y podido manejar esas situaciones siempre por medio de la palabra y no mostrando miedo. Una mujer tiene que ser valiente, siempre se puede decir que no, sin odio tampoco, simplemente decir no quiero saber nada y ya.” No siempre, Ceci, lamentablemente no siempre. Pero sí es totalmente cierto lo que piensa de las personas: “Yo soy primer dan de artes marciales pero la verdad es que nunca tuve que usarlo. Viajando aprendí a confiar en las personas. Hay muchísima gente buena, sólo que lo malo hace más ruido. “
Cándida, seguramente sin ser consciente aprovechó esas que se consideran ventajas del estereotipo. “Creo que incluso es más fácil siendo mujer. Porque al viajar hay que establecer contacto con personas desconocidas y te ven en la carretera sola, con tu mochila y te preguntan ei, ya comiste, a dónde vas y no sé, es como que te quieren ayudar y no te tienen miedo. Es algo muy bonito y sólo las mujeres podemos saber de eso, lo hermoso que es que no te tengan miedo”
En la plenitud de la vida
El 7 de noviembre de 2016, en pleno viaje, Cecilia Gisela Basaldúa cumplió 33 años. No hay muchos datos de cómo ni con quién festejó, pero esto escribió en su cuaderno de notas:
“Dicen que a los 33 se llega a la plenitud de la vida, es decir cuando algo se encuentra completo, lleno, en su apogeo y armonía. Así se resume mi vida hoy. ¿Pero cómo? No me casé, no tengo hijos ni un trabajo estable ni una casa propia, ni siquiera carrera universitaria terminada…¡Ya ni celular, tengo, jajaja! Ni nada de todo eso que dicen que tenés que tener para alcanzar el éxito en tu vida. Y es que desde que soy chiquitita nunca quise nada de eso. Mi sueño siempre fue viajar, recorrer el mundo y aventurarme.
No sabía exactamente por qué ni para qué. Traté de encontrar o incluso de crear un propósito, pero nunca lo conseguí. Crecí en una sociedad donde la productividad está por encima de uno y quedarse todo el día mirando el mar, sólo porque te gusta mirarlo, es una pérdida de tiempo. Me decían que era una bohemia y que debía ser alguien en la vida. Entonces me puse a estudiar y a trabajar…pero de mi sueño nunca me olvidé.
Hice algunos viajes cortos. Una vez ahorré bastante dinero, renuncié a mi trabajo y me fui. Obvio que el dinero pronto se acabó y tuve que regresar. Pero eso no me conformaba. Yo no quería dar un paseo ni hacer turismo, lo que buscaba era poder hacer de mi vida un viajar y todavía no lo conseguía.
Dicen que si no tuviéramos miedo a nada haríamos todo aquello que deseamos. Y para viajar sola hay bastantes temores a superar, imagínense lejos de tu casa, de tu familia, de tus amigos; lejos de lo que fue tu vida siempre…Además a la distancia, no podés acudir a nadie, nadie puede acudir a ti si te sucede algo. Luego la televisión y toda esa violencia que consumimos. Pensamos que hay bandidos por todos lados y que la mayoría de las personas nos van a querer hacer daño.
El apego sentimental a tu familia, el miedo a la soledad, miedo a acercarse a personas desconocidas, miedo a enfermar, miedo a que me roben, miedo al racismo, miedo al qué dirán, miedo a la incertidumbre, miedo a no saber dónde dormiré mañana, miedo a lo desconocido, a lo misterioso, miedo a los hombres que siempre acosan a las mujeres, miedo al cambio, miedo a sociabilizar, miedo a lo económico a la incomodidad, miedos y más miedos, y así podría seguir.
Olvidándome de todos esos miedos me lancé a cumplir mis sueños…Y por fin descubrí el propósito que no hallaba: viajar para ser feliz. Así de simple. ¿Acaso se necesita algo más que eso?
De esta manera empiezo mis 33. Espero ser una inspiración para quienes tienen sueños que aún no se hicieron realidad. 9 de noviembre de 2016.”
Final del viaje. Hora de escribir el libro
Durante dos años más continuó viajando y viviendo todo tipo de experiencias, desde hacer una página web para una comunidad indígena del Ecuador que lucha por la propiedad de sus tierras, hasta escapar del golpe de estado en Bolivia gracias a la solidaridad de la gente más humilde.
En diciembre de 2019 se reunió con su familia en Villazón, tal como estaba acordado porque nunca dejaron de comunicarse. Fin de año y pequeñas vacaciones familiares, esta vez al estilo clásico. Ya en Buenos Aires, Susana y Daniel disfrutan de toda la prole: Cecilia, Guillermo, Soledad y Facundo. Pero la Gise ya lo tenía decidido y le informó a su familia que sólo se quedaría dos meses, que viajaba a las sierras de Córdoba, al pie del Uritorco, para escribir el libro de sus viajes. Esta vez sí lo tenía todo planificado.
Pero como la vida también es eso que se interpone en los planes, comenzó la pandemia y la cuarentena. Cerraron el camping en el que estaba Cecilia y el resto de la historia, el trágico final, ya ha sido objeto de numerosas notas en los medios y movilizaciones en las calles.
Unos días antes de aquella madrugada del 5 de abril, un amigo mexicano amante de los viajes y residente en Austria se conecta con ella y la entrevista para su canal de Youtube. Cecilia se sienta en la plaza frente a su notebook y contesta las preguntas, sorteando los problemas de conexión y saludando a la gente que va pasando. Dice que sólo es un alto en el camino para escribir el libro del último viaje, de los cuatro años y medio; que por supuesto que después seguirá viajando, posiblemente a África, porque tiene sangre africana por su abuelo y quizás también Asia, porque le encantan las artes marciales.
Lamentablemente estos planificados sueños no se cumplieron, ni el libro, ni los viajes, ni la vida. Aquí se quedó la familia buscando verdad y justicia. La gran cantidad de amistades que cosechó en todo el mundo y que están intentando escribir el Libro de Cecilia, a partir de sus fotos, posteos y cartas. Las compañeras en las calles luchando contra los femicidios y reclamando por todas las que faltan, más de 300 mujeres ese año y Cecilia es una de ellas.
“Ahora que está dando vueltas esto del virus, dijo Cecilia los primeros días de abril, esperemos que termine para poder iniciar otros viajes…adonde el camino me lleve”.