Cuca Becerra: una voz como ninguna
Como las huellas digitales, la voz, dice Cuca, es una marca singular que nos identifica. Y para transformala en canto, sostiene, hay que despejar lo que interfiere entre el susurro y el grito. Algo de eso pasó en la vida de esta cantante, investigadora y performer el día en que, tras 27 años de un trabajo seguro en la administración publica, decidió arrojarse al vértigo de vivir de la música.
Tenor, barítono, bajo. Soprano… No le gusta, a Cuca Becerra, ordenar las voces según la más conocida tradición del canto. Cree que cada voz es singular. Que cada quien tiene una sonoridad irrepetible. Como las huellas dactilares del documento de identidad. Y que todes, podemos cantar. Que hacerlo ‘bien’, es solo cuestión de despejar lo que interfiere entre el susurro y el grito.
Con estas premisas construye su vocación desde que decidió cambiar el canto lírico, por una búsqueda alejada de los saberes del maestro que sabe; de los modelos a tener en cuenta, para calificar en el mundo del ‘buen cantar’.
Por ese camino ha grabado tres discos: el último, ‘Lúa’, en plena pandemia. El primero, ‘Agua Viva’, en 1997, con el Programa de Apoyo a la Edición Musical Cordobesa, y ‘Veo’, de 2007, acompañada por el gran uruguayo Osvaldo Fattoruso y por Claudio Cardone, tecladista de Spinetta.
En dúo con enormes músicos recorre pequeños escenarios de la geografía cordobesa.
Dicta un seminario de expresión vocal para todo público (para gente dispuesta a escucharse, susurra); integra un equipo que investiga sistemáticamente las posibilidades de la voz humana (‘Las O’, grupo de seis dirigido por Clelia Romanutti, con el que también hace perfomances que en una puesta sin bis, suma lecturas, movimientos, exploración sonora). Y, lo central de su pedagogía, como más que voz, el canto es cuerpo, sus clases de canto incorporan la expresión corporal.
Cuca Becerrra creció en una familia de siete hermanes donde abundan les abogades. Pero a su papá le fascinaba escuchar música (jazz, clásica, bossa nova…) y antes de dedicarse de lleno al hogar, su mamá tocaba el piano. Pronto, sin embargo, dejó el Conservatorio, hace más de treinta años, el lugar donde en Córdoba debían estudiar las niñas como ella. En cambio, hizo su profesorado en Collegium, una propuesta musical nacida cuando la dictadura militar agonizaba; más descontracturada, cerca de lo popular y juvenil.
Por entonces, a través de Kozana Lucca, una cordobesa radicada en Francia, conoció el trabajo de Roy Hart, actor y vocalista sudafricano para quien la voz es la expresión más reveladora de les seres humanes.
Esto es lo mío, aquí me quedo, recuerda que se dijo exultante, cuando supo de esa experiencia que incluye una perspectiva antropológica, integral, de saberes.
Sentada en una colchoneta, Cuca Becerra ceba mate, para cada una el suyo, en el altillo estudio del hogar que a pocas cuadras del Orfeo, comparte con su esposo, Gustavo Maldino, director del Coro de Cámara de la Provincia, y de los coros Meridiano y Arquitectura. Mientras, a través de las ventanas, se desparrama la primavera de los lapachos de Cerro Chico.
Pequeña, casi frágil. Uñas verdes (en el escenario, moras). La sonrisa la abarca entera. Como la melena. A lo Gal Costa. Una y otra subrayan sus movimientos cuando canta. Un repertorio ecléctico que va y viene entre los argentinos Cuchi Leguizamón, Raúl Carnota, Félix Dardo Palorma, Beto Caletti, Ramón Navarro. El uruguayo Hugo Fattoruso. Los brasileros Chico Buarque, Vinicius de Moraes, Baden Pawel. Los españoles Ketama, y el cubano Alberto Vera.
El canto es comunitario, subraya Cuca Becerra. Por eso, en los escenarios no está acompañada. Está con. En dúo. Con Horacio Burgos, productor y guitarrista en cuyo estudio de Huerta Grande, cuando se iban liberando las restricciones de la pandemia, grabaron ‘Lúa’. Y por estos días, con el pianista Diego Bravo, en cálidos reductos de San José de la Quintana, Villa General Belgrano y Agua de Oro.
En 2012, Cuca Becerra cambió un trabajo seguro en la Lotería de Córdoba por el vértigo de vivir de la música. Trabaja muchas horas, pero lo logró. Tras veintisiete años en la administración pública, adonde llegó por voluntad de su padre, tan amante de la música, como de la cultura del trabajo. Agradece, el sentido de la disciplina de ese hombre. Aunque, oveja negra en una familia católica y conservadora, se construyó sobre una vereda distinta a la del doctor Guillermo Becerra Ferrer, pero para mí, un padre suficiente. Al descubrir que lo social es con los otros, yo me corrí, hice un giro. Dice. Eligió la periferia. Cuenta que desde siempre va con sus hijas y su esposo a las marchas del 24 de marzo. Y que estuvo en la gran movilización por la despenalización del aborto. No soy una militante feminista, pero cuando vi todas esas chicas sentadas en la calle, esa marea verde, fue como un rayo de luz…
Una experiencia comunitaria. Como cantar.